martes, 1 de octubre de 2013

Mis cuentos; mis mañas y mis arañas.

Gracias por leerme este soy yo... en parte, en partes... en alguna parte.





                                                                            

      



  
La luna, ese eterno ojo noctámbulo que lo mira todo. Ese mudo testigo de los más aterradores hechos... El satélite que acompasa la noche con su haz luminoso... La Luna, en una oscura noche me habló de cosas indecibles, de hechos que escapan a la razón... Fue ella quien inspiró éstos relatos...
 

Cuentos que inspiró la luna.






     




Por: Axel Valenzuela.
Mi última noche en la tierra.

La rareza de la niebla no quedó allí. Nada vivido antes en mi loco mundo podía compararse con los hechos acaecidos aquella sospechosa madrugada, las cosas, los sonidos, todo confabulado con la marea de sombras y sueños de infancia. Un día, una noche, un hecho que no es de mi imaginación, pero tampoco de ésta “nuestra” realidad.

Desde tiempo atrás me sentía observado, como si la noche tuviese ojos, como si la niebla de esas madrugadas tuviese vida; alguien, “alguienes” llevaban ya, muchas noches de firme observación.

Una orden que se cumplirá, una orden que se dio más allá del entender humano, las cosas no son como se creían... son peores.

Shows de televisión, hacedores de dinero que juegan con una verdad ciega, una verdad que hoy enfrento. Más allá de la frontera de la realidad se estacionan, más allá de la capa de silencio se guardan, para venir luego, como hoy, acompañados, guarecidos por las sombras y la niebla.

Mentes superiores llegadas hasta mi ventana me atemorizan, soy un sordo testigo, un ciego oyente de su marcha hacia mi casa, vienen por mi, darán conmigo.

Del todo perdido, sin saber que quieren, no hago caso a las leyendas de pantalla chica, no explota en mi el morbo de verles, no, no quiero siquiera pensar en verles, “ellos” son el símbolo inequívoco de que no soy nada, no valgo nada, ni siquiera habrá quien se preocupe por el fin que tendré

Las tuberías de la casa sangran, defecan fluidos desagradables que no desprenden un olor definido, no sé si huelen bien o apestan, si me gustan o me repugnan.

El teléfono no da línea desde la noche anterior, en la T.V. sólo observo símbolos extraños, no hay transmisión “normal”.

La atmósfera afuera está cargada de color verde, la niebla es blanca en muchas partes, verde en otras. Afuera hay una calma inaudita, ni el viento osa asomarse, ni el perro ladra, ni el tiempo pasa. Una calma que mata y tranquiliza lo ha sitiado todo, me siento caer en un pozo de carroña y agua putrefacta, luego despierto, duermo una siesta, sentado en mi sala.

Las hojas de un libro pasan frente a mis ojos, pasan y pasan sin que pueda dar atención a la lectura, la niebla sigue estacionada afuera, del grifo de la cocina sigue goteando un liquido entre café y verde, entre sutil y mal oliente. Nadie me visitaba nunca, siempre me quejé de lo mismo, creo por años fue mi eterno reproche para con la vida, la falta de visitas...

El faro lejano del cobertizo de madera me avisa lo solitario que está todo, en ese cobertizo guardo leña y herramienta, no sé por cuanto tiempo lo mantuve así, como una extensión de mi casa, un lugar para trabajar y distraerme. No sé por cuanto tiempo llevé mis manos a mi frente, sentado jalé de cada uno de mis escasos cabellos... leña para la época de invierno, herramientas para trabajar arreglando esto o aquello, sólo para distraerme. ¡Carajo! También mi única escopeta; colgada en la pared del fondo, siempre cargada, limpia y preparada para algún imprevisto... pero guardada en ese cobertizo. ¡Carajo una y mil!

Pensar en atravesar esa marea de niebla no era para nada sensato, su color verdoso y su sigilosa llegada me eran suficiente para saber que no se trataba de ninguna niebla “normal”, esta era la visita tan largamente esperada, la aproximación con la que tantos sueñan o por lo menos imaginan. Yo la soñé tanto que comprendí el meollo del asunto, supe desde muy niño a que iban a venir...


Las frases ilegibles del televisor comenzaron a ser repetitivas, sin comprender nada salí al porche de la casa a apresurar un poco las cosas, si el encuentro iba a ser terrible de todas maneras ¿para qué retrasarlo más?.

Quise encender un cigarrillo, al menos lo intente un par de veces, no tuve que esforzarme demasiado para saber que esa leve brisa que me apagaba el fósforo era causada por “ellos”, no, no me dejarían fumar, ni aun siendo mi ultima noche en el planeta tierra.

La niebla se tupió, ahora la luz del cobertizo no era más que un vago referente de algo que sobresalía de entre la densa capa, espesa, verdosa, y símbolo inequívoco de que ocultaban su llegada. Quise gritar ante la vista de tanta neblina, quise de nuevo estar recogido en mi casa, estaría listo lo sabía, pero no en ese momento, el miedo me hacía su presa, era para mi, menester estar lo más tranquilo posible, por lo menos para saber qué me iba a pasar.

Me calmé. Aproveche para, ahora sí, encender mi cigarrillo.

El ruido de pisadas múltiples tardó, pero al final sí se dio, habrían sido las tres de la mañana, tal vez menos, tal vez más, nunca lo sabré.

Mi última noche en la tierra no era para nada lo que tantas veces había soñado, en el sueño no estaba tan asustado. Además, en los sueños el tiempo tiene otras formas de pasar, de apresurarse, no es como en ésta, mi realidad. La de millones...

Se mira el futuro en ñoños programas televisivos, unos creen, otros no. La mayoría sigue su instinto primitivo de creer sólo lo que ven. Unos lucran y amasan fortunas con el orbo. Otros se burlan; los religiosos callan, los políticos tiran la carcajada, las milicias guardan secretos...



Yo... yo he venido soñando con éste encuentro desde muy niño. No digo que la televisión exagere. No digo que los que no creen deban...

No digo que los que creen canten victoria.

No quisiera pedir nada, nada, pero.......

Yo... yo digo ahora adiós.

Les pido a los religiosos que recen... y a los políticos que crean.

A las milicias que libren los secretos.

Y a toda la humanidad le pediría que se prepare. Para “ellos” no somos más que ratas de laboratorio con las que hacen experimentos, nos ponen a dar vueltas en una rueda, en una jaula llamada planeta tierra.

Somos a sus ojos ratas de laboratorio... con fecha de terminación.



                                                            Por: Axel Valenzuela.


Una mirada al abismo.
(Fiesta de Horror)

“El que lucha contra los monstruos debe tener cuidado de no convertirse él mismo en un monstruo.
 Y cuando tu mirada penetra largo tiempo en el fondo del abismo, el abismo penetra también en ti.”
 F. Nietzsche.

Odiaba con fuerza las malditas reuniones familiares; siempre las murmuraciones de mis tías o primas a mi espalda, siempre las miradas de horror de mis sobrinos, los largos sermones de mi abuelo a alguno de mis tíos; soportar la mirada inquisitiva de mi madre y demás... ¿por qué asistía? Tal vez por fastidiarlos con mi presencia, por hacerles ver que lo que opinaran me tenía sin cuidado.

, una fiesta y grande. Cumpleaños de mi abuelo, la casa estaba a reventar, risas y conversaciones cruzadas le daban a la reunión un toque mordaz de acuerdo con mi peculiar sentido del humor; por lo menos había cerveza a granel.

, las miradas y los comentarios no tardaron demasiado en llagar, una rutina conocida de sobra por mi, chismorreo de alta escuela y santiguaciones de mis tías al encontrarse con “la oveja negra”, el miembro más raro de la familia, un joven perdido entre grupos de rock, bebida y tal vez ¡droga!, una vergüenza para el apellido... El rock y la bebida les daban cierta parte de razón, normalmente omitían la política, la filosofía existencial y el modo de vida del libre pensador. De droga cero; estar esclavizado durante mi infancia por una educación absurda y doble moralista, era suficiente como para atarme a una estúpida adicción. Eso lo creían de todas maneras..., explicarles, ¿para qué...?

Desde niño los temas de ocultismo me atrajeron con fuerza. Historias de fantasmas, brujas y demonios le dieron a mi mente infantil algo más “productivo” en que pensar. Lejos de la caricaturas y los juegos habituales de un niño, me fui aislando de todos. Cuando murió mi padre yo tenía trece años, el dolor fue tan intenso que decidí entregarme por completo al conocimiento de la parapsicología. Luego vino la filosofía, la literatura negra, el rock oscuro y las curiosidades por el estilo, que poco a poco me aislaron aun más hasta ser el marginal al que detesta la familia. El sentimiento es reciproco sin duda.

A medida que el tiempo fue madurando mi conocimiento (y mi rencor para con el mundo), comprendí qué, por lo menos, no era ya “uno del montón”, varias cosas me distinguían de los demás, el hambre desmedida por la lectura, la música pesada y el pensamiento libre para mi corta edad. Con el conocimiento me sentí poderoso, conocedor, hasta cierto punto sabio, por lo menos para saber decirle sus verdades a la sociedad.  Me volví mórbido, quería más..., obtuve más.

A los quince años cambié mi apariencia por completo, una vez libre de las ataduras y convencionalismos de la escuela secundaria decidí comenzar a usar maquillaje en los ojos y en los labios. A los dieciséis me fabriqué una cruz invertida que use con honor y orgullo; no tanto por satanismo real, era algo más profundo y menos fanático, era eso un instrumento de total provocación, era ya un marginal, quería serlo más..., lo fui más.

Por supuesto las amistades escasearon, el contacto con el sexo femenino se limitó a lo que la escuela permitía. Estuve en la preparatoria, luego en la universidad; sin problemas de calificaciones, muchos de “disciplina”. Filosofía, luego Ciencias de la Comunicación, me cambié de carrera pues encontraría más “acción” en los medios. Tuve que dejar el maquillaje y los atuendos estrafalarios una vez que entré a trabajar. Saco negro, camisa negra y pantalón de mesclilla, también negro, era mi look, el cual conservo hasta ahora, pues me agradó desde el principio, iba con mi personalidad reflexiva, intelectual y alejada de todo y de todos. En casa seguía con la costumbre de maquillarme y ponerme lentes oscuros hiciera o no sol. Botas y estoperoles estaban incluidos en mi guardarropa de hogar, así como mi “wararmour”, una vieja chamarra de cuero al estilo Easy Rider. Todo esto se ha ido refinando con el paso del tiempo, suele pasar, te haces “viejo”.

Las noticias de la avanzada de grupos de mi agrado en Europa y los Estados Unidos me alegraban, pero de inmediato me ponía malo al voltear y mirar el sistema represor de éste mi país, lleno de chubinismos y complejos sociales. No sólo el gobierno mexicano reprime, también la sociedad con sus reglas no escritas de lo que es “normal” ha dado al traste con al avance cultural de la nación. Pero me valía gorro, me sentía orgulloso con mis creencias, actitudes y sobre todo con mis conocimientos, no sólo de parapsicología u ocultismo; me había leído de atrás para adelante la Biblia, el Corán, la Torá y el libro Zen entre otras cosas, sólo para darme el lujo de literalmente “destrozar” a los fanáticos religiosos de cualquier secta o religión que quisieran sermonearme.

Mi actuar nunca fue bien visto por nadie de mi familia, mi madre lo toleraba e incluso se interesaba en varias de mis lecturas: Nietzsche, Fromm, Maquiavelo, Sade, Tzun Tzu, Poe, Kafka, Lovecraft, Dostoiewsky, entre otros. Siempre me decía -“Como le entiendes a todo esto”- Yo la miraba y con punzante sarcasmo contestaba  -Con criterio madre, con mucho criterio- en clara alusión a los chicos “Snub” de mis dos hermanos.

La vida fue, vino y se volvió a ir, trayéndome rutinas laborales típicas del México del nuevo milenio, poca paga para mucho trabajo, al menos hacía lo que más me gustaba, estar en contacto con la música; trabajaba en una modesta estación de radio. Me “iba”, así, ni bien ni mal. Dentro de mí, la furia se enraizó y dio frutos al exterior, comencé a escribir de cuando en cuando, cuentos, poemas, pensamientos; siempre con ese nivel de sarcasmo y oscuridad, el nivel de mis enojos, el nivel de mi desprecio por una sociedad hipócrita, llena de complejos y de gente que teme pensar...

, una fiesta y grande, cumpleaños de mi abuelo; su casa, el lugar donde me encontraba aquel día, donde me perdí entre pasillos y gente, bebiendo cerveza y analizando mi rededor. Los murmullos de nueva cuenta se oyeron a mis espaldas, hice que no los oía, fingí poner atención a los sermones de mi abuelo: que si música del demonio, que si vagos greñudos y drogadictos, que Dios... que la chingada.

Este ambiente reinaba en mi vida desde hace mucho, yo el marginal, el satánico, el hippie, el loco, el peligroso. Una fiesta familiar, ¿...a qué asistí? tal vez sólo a fastidiarlos con mi presencia, a pasearme por toda la casa con mi cruz invertida, con mis ojos y labios pintados de negro. Sí tal vez a eso.            

Harto de tanta platica pueril y superficial salí a tomar mi cerveza en el inmenso jardín de la casa que más bien seguía siendo una hacienda, con hectáreas de siembra y pastos para el ganado. Salí a pensar, a beber y a fumar, a ser yo de nuevo, yo solo... al menos eso creí.

 

I

Se mueven las piedras de la realidad... forman otra.

Descansé en un montículo de paja en el patio trasero de la nave principal de la casa, dejé la cerveza en el piso cuidando que no se volteara, me recosté en la mullida cama para vacas, ahora mía. Otra vez solo, acompañado por un soplo de viento y un sol que se despedía, la muerte del día. Pensares me tiraron al sueño, soñares me entregaron al llanto, me sentí solo. Una crónica de la vida de éste que sabe, de éste que no se divierte con lo que divierte a los demás, éste que no teme pensar, que no tiene empacho alguno por ser él mismo, sin mirar a quien le importa.

La cerveza se acabó, el frío se sinceró con cada centímetro de mi piel y los enojos tomaron por asalto cada parte de mi.

...Autos lujosos estacionados a unos metros, se notaba la estúpida carrera “Yuppietalista” de mis familiares por ser el que tiene el auto mas “in” de la temporada; mis primas al interior de la casa presumían sus trajes de lino o de cassimir ingles, ¡Carajo! ¿para ir de visita al campo...?

Pura porquería del “stablisment” sólo eso. Porquería de mentes pasivas, arraigadas al sistema establecido. Todos anegados en las “comodidades” del gran guiñol del mundo global: Internet, Palm´s V, agendas electrónicas, celular, bolsos de Witton, pañoletas de Hermes, ¡pura mierda!

Todos católicos apostólicos romanos, la iglesia “oficial” del país, todos ven canal dos y se la pasan “super” con las telenovelas o los programas cómicos de canal cinco. ¡Una mierda de gente! Todos bailan con Bronco o las cumbias, mis primas “adoran” a Luis Miguel, a Ricky Martin o a Enrique Iglesias, andan de “antro” en “antro” y son “Delgadisimas”, ¡que orgullo!

Una burla, en definitiva una burla. Las mentes de esos seres estan infectadas por el sistema, no hay ideales, no hay oposición siquiera, es la era del “Pop mental”. Que lastima...

La tarde siguió su marcha hasta convertirse en una clara noche estrellada; un deleite para la vista de aquel perdido en la selva de asfalto, donde no se ven más que nubes de gas tóxico y trafico excesivo en el espacio aéreo.

Visité una o dos veces la casa para el “abasto” de cerveza, en la última vuelta vi que las cosas habían subido de tono adentro, la platica se enrarecía bajo el influjo del alcohol; nunca notaron que les faltaba una docena de cervezas. La noche en la cama de paja sería larga para mi.

Las risas lejanas y el olor a licor me siguieron hasta mi “puesto de operaciones”, me recosté a mirar las estrellas buscando la forma de la cara de los ángeles caídos en las escasas nubes que se acumulaban hacia el oeste. Demonios o duendes busqué en esas nubes. Los encontré en mi mente. Un ruido de motor me despertó del letargo estrellado, varios primos estaban reunidos en los autos, bebiendo y charlando, nunca sabré por qué, pero esa noche me integré muy bien a ellos. Los milagros sí existen... también otras cosas que luego iba a descubrir...

La velada se hizo amena conforme el tiempo se transformó en horas; chistes, anécdotas y litros de cerveza se repartieron por igual. La juventud se impone... dice el adagio, esa noche lo creí como nunca, se impone... a las ataduras, a los tabúes, a los complejos y varios etcéteras. Se es joven, esto constituye un punto y aparte para el entendimiento entre las personas.

Por horas la charla se prolongó hasta que la madrugada nos avisó que habría que empezar a buscar donde dormir, con acuerdo común entremos a la casa para “apartar” cama o catre o pedazo de suelo; nos encontramos con un panorama desolador, borrachos tirados, unos que otros en la típica charla necia de los ebrios, los chillones y los que ya llevaban más de dos incursiones al baño para devolverle su miel a Baco. Era evidente, nos tocaría dormir en los autos. Un frío ártico nos esperaba, por lo menos había más cerveza.

Ya en el interior de uno de los carros decidí apartarme de los otros para escuchar algo de música agradable a mis oídos, puse en el tocacintas un cassette de Black Metal, mi ritmo favorito de aquellos ayeres, Lord Belial el grupo. Uno de mis primos se acercó, luego se añadieron otro primo y mi prima a preguntarme que era lo que estaba escuchando. Con los efectos de la cerveza siendo evidentes en mi forma de hablar, me solté a contarles casi todo acerca de ese tipo de música, su discurso, alcances y lo de la Black Metal Mafia y todo lo acontecido en países de Europa, donde gran parte de los integrantes de esta clase de grupos declararon la guerra a lo establecido, tanto político, como social y por supuesto lo religioso, su interés y respeto por lo que les decía me sorprendió..., juventud, divino tesoro.

La platica tomo otros rumbos: política, fútbol, música, sexo, risas, chistes, de todo, ¡a y claro!, más cerveza. Las cuatro de la mañana nos vio llegar al éxtasis de la diversión, salimos con los autos tomándolos “prestados” a echar unas carreras por la infame carretera vecinal que conectaba los ranchos con el pueblo.

Mi realidad pareció dar un vuelco. Me divertí, nunca sabré cuanto en realidad, pero sí sé que mucho, mucho.

Los demonios y los enojos pasaron a otro plano, los dejé para otro lugar, momento y hora. Reí como no lo había hecho desde los tiempos de la secundaria. La fiesta ahora estaba en mi corazón; renegrido sí, por tanto rencor, pero ahora iluminado por algo maravilloso llamado risa.

Mis creencias y mi apariencia poco importó para esa banda de muchachos locos, lejos de ser familiares nos concretamos a ser amigos, todos de extractos intelectuales y sociales distintos, pero unidos por ese hilo mágico, más poderoso que los lazos de sangre o de estirpe social: La libertad.

Cinco de la mañana, la diversión termina tan espontanea como empezó. El abismo se habría ahora para recordarme que no hay marcha atrás para los que juramos venganza contra todo lo establecido, los que vemos al mundo desde la perspectiva oscura de la rabia, el enojo y el rencor. Los marginales aprendemos a serlo en interacción con la sociedad, y no hay marcha atrás. Creí siempre que se podían hacer excepciones, de hecho se hacen cuando la naturaleza del marginal no se ha comprometido con fuerzas, que lo exigen todo, TODO.

II

Una puerta se abre al embrujo de la noche.

Cansado y con dolor de estomago por la risa me quedé a dormir con uno de mis primos en un coche. Los momentos que siguieron se llenaron igualmente de chistes, anécdotas y platica atiborrada de sexo y mujeres.

En un acto fuera de mi realidad, al notar que mi acompañante ya dormitaba, di gracias a “alguien” por los momentos vividos; quise mantener en pie mi laicidad, pero fracasé, las horas de encuentro con otros de mi edad, con maneras tan distintas de ver la vida y de pensar y qué, aun así, nos hayamos divertido, bien merecía agradecer a quien fuere, a quien fuere... gran error.

El efecto de la cerveza me condujo bien pronto a los acogedores brazos del sueño. Todo estaba por comenzar...

A punto de amanecer comenzó a llover, el chasquido de las gotas contra la helada carrocería del auto me despertó bruscamente; igual que yo, incomodado por el fuerte golpeteo de la lluvia, despertó mi primo. Casi de inmediato la charla se dio de nuevo.

En medio de las voces y de la lluvia que amainaba, note un ruido, un golpeteo pausado, diferente al de las gotas en la lamina del carro. Salí a orinar, encontrándome con uno de mis primos quien de inmediato me hizo un reclamo: - ¡Ya dejen de estar chingando con la piedrita, ya páranle no..!

Obvio, quería cubrir su broma, haciéndome creer que a ellos también les estaban arrojando esa piedra en la portezuela de la camioneta donde dormían; la misma que yo escuchaba pausada en la portezuela del carro de mi primo.

Al llegar al auto, casi con los miembros congelados y un tanto obcecado por el reclamo de mi compañero de “meada” quise contar lo ocurrido a mi acompañante... dormido, roncando como un bendito.

Puse un cassette a volumen bajo, era un grupo que coreaba una canción que nunca olvidaré, la letra en ingles repite la frase: “Never more, never more, today is total war...” en franca alusión a no perdonar, a llenar el alma de rencor, a tal grado que la sonrisa jamás vuelva a dibujarse en el rostro.

No, nunca lo olvidaré...

El sueño me fue venciendo, la lluvia amainó hasta hacerse sólo una leve llovizna. Fumé unos minutos queriendo prepararme para dormir, recordando que la vida no estaba tan mal, por lo menos no durante esas horas; diversión, cerveza, chistes, es decir me sentía de verdad vivo, sintiendo un calor interior como nunca. Eso acabó demasiado pronto.

El sonido de la piedresilla golpeando la puerta del auto me despertó de pronto, me sacó de mis pensamientos felices, podía escuchar el correr de alguien en medio de la lluvia, la tierra mojada y el pasto.

Enseguida desperté a mi primo, le pedí que fuéramos a reclamarles a los que dormían en una de las camionetas. Si era una broma ya se habían propasado, me moría por dormir.

Congelándonos iniciamos la caminata hasta la camioneta, dentro se escuchaban los ronquidos de los cinco que amontonados, pasaban la noche ahí, obvio era que las molestias provenían de alguna otra persona.. De regreso al auto nos percatamos de una figura que parecía mirarnos desde la maleza, como a siete u ocho metros de distancia. La alarma cundió, corrimos al auto, saque un bastón que estaba en el quicio de la portezuela y plantee un plan de ataque, si se trataba de algún intruso debíamos hacer algo.

Dejaríamos sonar de nuevo las piedras, justo en una pausa de este sonido, saldríamos corriendo tras el intruso. Si era alguien de la familia le daríamos una buena patiza para que no estuviera de “chistoso”, si no, no lo contaría...

El embrujo de la noche vio a dos tipos guarecidos en un automóvil al despuntar las horas finales de la madrugada, decían los sabios mayas, que es en ese lapso cuando la noche esta en su punto más oscuro. Esperábamos el momento exacto para lanzarnos sobre el bromista de las piedras en la portezuela.

Escuchamos unas pisadas, la borrachera se nos “bajo” al notar que esas pisadas sobre la tierra mojada eran similares a las de un animal de cascos, un caballo o un buey, nunca las pisadas de alguien con calzado. Ninguno de los dos hicimos comentario sobre este hecho, el miedo quitaba de su camino los obstáculos de ideologías, gustos musicales, formas de pensar y demás, sólo para llegar ahí, al auto, a los adentros de sus ocupantes; apoderándose de sus mentes.

Los segundos transcurrieron sin sonido alguno, incluso el chasquido de la llovizna dejó de escucharse para abrirle paso a ese silencio que es heraldo de un único y verdadero estruendo, el que hace la realidad cuando se derrumba, el que hace el muro de los atavismos, creencias, ciencias, ideologías, costumbres... todo se derrumba en un instante, la vida cambia en milésimas de segundo, todo deja de tener importancia.

El silencio se rompió de golpe, golpe de piedra sobre el auto, esta vez arrojado con mayor fuerza, ya no era un chiste, ni una broma de mal gusto, de algún modo el responsable sabía de nuestro naciente temor, que terminaría siendo pánico.

Al tercer golpe decidimos actuar, cada uno decidido a enfrentar de una buena vez a ese imbécil bromista... si es que en verdad lo era.

En frenética carrera salimos del carro, persiguiendo una sombra, un bulto apenas visible en la negrura de la noche, nuestros pies fueron péndulos furiosos, veloces, aun con la borrachera. El chistoso que arrojaba las piedras no pudo ser más veloz que un par de locos tras él.., le dimos alcance casi al llegar a la zona de siembra, tan sólo para toparnos con que perseguíamos a una especie de fauno, mitad hombre mitad cabra, como de metro y medio de estatura, con dos pequeñas salientes de hueso coronando su cabeza. Nos quedamos helados al escuchar un sonido burlón, grotesco, emitido por la bestia en huida pausada, no era que no pudiera correr más aprisa que nosotros, sólo no quiso hacerlo para que nos topáramos con él. De inmediato corrimos al auto, pusimos los seguros y nos echamos a llorar, muertos de miedo, nada le daba explicación a lo que presenciaron nuestros ojos..., ese vulgar sonido, un graznido, un balido, una risa burlona y triunfal. Todo en uno.

Los minutos pasaban como gotas de sangre en el catéter de un moribundo, no pronunciamos palabra, nos limitamos a llorar, a abrazarnos, a querer estar seguros de que no regresaría... lo hizo.

La calma retornaba, el muro de la realidad se levantaba nuevamente en nuestras mentes; hasta el sonido de otra piedra, esta vez en el frente del auto, luego una atrás, otra en la portezuela, otra en el vidrio del lado del conductor, cada una aumentando en fuerza y saña.

Se escucharon de nuevo las pisadas del aparente fauno, nunca he tenido más miedo que aquella vez. Las pisadas se acercaban al auto, hasta que de las sombras y de los vidrios empañados del auto brotó la imagen terrible de una bestia de fantasía, mejor dicho de fantasmagoría.

Se acercó hasta golpearse con el auto, baló un par de veces frente a nosotros, empañando el cristal, luego se esfumó, haciendo vibrar el carro en su huida.

El miedo nos acompañó como fiel can hasta el amanecer, el cual bendijimos un millón de veces. Ninguno de los dos hablamos nada, nos quedamos sentados meditando, cada quien buscando en su vida, en sus acciones, en cada rasgo inmundo de lo que para muchos significa “vivir”, sólo para encontrar que la vida puede tener de todo, malos ratos, penas, sinsabores, alegrias, gustos, lujos, viajes, amores, odios..., pero nunca, nunca esto... o tal vez si.

Con los primeros rayos de sol dándonos en el rostro buscamos la retorcida posibilidad de que tal vez sí haya algo mas allá de las fronteras de la realidad. Donde los sueños humanos no son nada, donde los pecados son obras piadosas al compararse con eso, lo que vive y reina más allá.

Fumé un cigarrillo para calmarme, era de día ya, ahora venia la disyuntiva de contar lo sucedido o quedarnos con ello como muestra de ese mundo que nos visitó una noche de fiesta, la que yo creí mi noche de reencuentro con mi jovialidad. Iluso.

No quise abrir mi ventana para que no entrará frío, así que quite el capó alfombrado del techo del auto y abrí la ventanilla del quemacocos. Otra vez..., grave error. Allí, recostado sobre la ventana del techo aguardó hasta el amanecer, esperando darnos el último susto, el más grandioso: contemplar su fea cara casi de frente a nosotros, para irse corriendo, feliz por su macabra obra... Un balido resonó en mis oídos, supongo que en los de mi acompañante también ya que fue ensordecedor, a tal grado que despertó a los otros que dormían en la camioneta... La bestia se fue riendo, balando, mugiendo, todo al mismo tiempo. Cuando los adormecidos chicos llegaron hasta el auto a preguntar que había sido aquel infernal sonido, nos miramos fijamente mi primo y yo, para al unísono responder:  - ¡...nada, no ha sido nada! -



Epilogo:

Mi vida continua casi igual desde entonces, sólo que dejé de ser tan gruñón. Las ideas y los conceptos no tienen que estar paleados con la unión con los demás sólo por que no piensan o tienen gustos similares a los propios. Aún escucho Black Metal, pero he descubierto los Fados, la música barroca, el Blues, el Country e incluso, algunas baladas francesas y brasileñas.

Renuncié al trabajo en la estación de radio, desde hace tiempo me preparo para sacar una colección de cuentos y narraciones. La filosofía y la comunicación me servirán de trampolín para mi carrera de escritor. Siempre, desde que recuerdo, en mi niñez, quise ser escritor., otras actividades me quitaron ese sueño por mucho tiempo... nunca más.

Todavía me siento atraído por lo oculto y lo macabro, pero me agrada más el pensamiento lógico, la filosofía y la sociología, sobre todo escribir. En la familia todavía me tratan como bicho raro, aunque me van respetando conforme convivo con ellos y demuestro de manera amable, que se equivocan sobre mí..., a mis primas les gusta hoy Justine Timberlake, ¿Mañana quien? 

En suma, todo sigue “casi” igual...

Con la valiosa excepción de que a lo oculto, lo oscuro y lo macabro, ahora le tengo mucho, mucho más respeto. Por obvias razones...

Esa noche di una mirada al abismo, él me miró también en los ojos de un emisario que vino a advertirme que no habría marcha atrás... por fortuna, la hubo.


Por los senderos de la locura.

Me perdí una noche de luna en un cerro cercano a la casa de unos parientes que había ido a visitar. Me advirtieron que no saliera solo, obstinado hice caso omiso de las advertencias.

Por horas deambulé por un bosque laberíntico de pinos, en primera instancia para buscar una liebre o un mapache, y justificar así mi necia actitud por salir de cacería sin conocer bien a bien la zona. La tarde me vio refunfuñar al encontrarme dando vueltas por los mismos lugares; magueyes y nopaleras altas eran la señal de qué, por más que me molestase, estaba irremediablemente perdido.

El frío de las partes altas del Estado de Michoacán es difícil de soportar sin el equipo adecuado, la noche se me venia encima con su marejada de sombras que me harían todavía más difícil el regreso a casa. Para mi suerte la luna seria de mucha ayuda en la tarea.

Por horas intenté descifrar el mapa estelar para orientarme mejor, pero la desesperación me hizo varias bromas, evitando que encontrase el camino de regreso. Me tranquilizaba un poco el hecho de pensar que mis familiares organizarían una batida al notar que se hacia de noche y yo no regresaba. Aunque de todas maneras tenia algo de temor; el bosque me pareció de pronto más grande de lo que en un principio.

Caminé durante horas, exhausto y hambriento, comencé a resignarme a pasar la noche más fría de mi vida; pero me animé a seguir, después de todo la caminata me ayudaría a conservar algo de calor. Caminé y no paré de hacerlo hasta que pude salir del intrincado bosque, una estepa de pastos amarillentos y magueyes pequeños me permitieron divisar mejor el panorama, caminé cuesta abajo hasta que vi luces a lo lejos, una propiedad, se veía también el humo de algún fuego encendido en su interior, pronto me ubiqué, estaba yo del otro lado del cerro. Luces más brillantes se podían ver también más allá de la pequeña choza a la que me acercaba con rapidez, tomando mis precauciones por aquello de los perros, muy necesarios en las zonas rurales.

Llamé a la puerta de la cabaña mal construida, sus adobes viejos parecían quebrarse con el sólo toque del viento, la puerta de madera podrida sonó un par de veces, a la tercera vez que toqué, una voz apenas audible replicó en el interior -¡ ya voy, ya voy!- la voz era rasposa, de una persona mayor.
En efecto una anciana abrió haciendo rechinar las bisagras oxidadas de la infame puerta.

Me presenté, los ojos de la mujer brillaron extrañamente, como si tuviera siglos de no ver a nadie. Le expliqué lo ocurrido y soltó una risa burlona pero amable, me señaló que en el pueblo encontraría un poco más de ayuda de la que ella podía darme, su mano corrugada se quedó levantada y su dedo índice guió mi vista hasta una vereda estrecha que bajaba, perdiéndose en la negrura del campo, la distancia era de unos diez kilómetros a lo sumo. De inmediato le agradecí el gesto y le hice la recomendación de tener uno o varios perros si es que vivía sola, una anciana corre muchos peligros aunque se trate de la provincia mexicana; volvió a echar la risa burlona pero amable y me dijo -¡ Sí, si tengo, andan por ahí persiguiendo ratas de campo, no se preocupe!-

Con un poco de optimismo caminé con paso alegre hacia las luces aglutinadas que se perdían en la inmensidad de la cuesta del cerro, me tomaría poco más de una hora llegar, pero ahora sabía a donde ir.

Luego de un corto trayecto me fui encontrando con restos de adobe, bardas de otras chozas que se abandonaron o que nunca se habitaron. La caminata me sirvió para ahuyentar el sincero frío de una avanzada noche, habrían sido las diez cuando el ladrido de los perros y las casas me avisaron que estaba llegando a las orillas del pueblo, calles empedradas y casas uniformemente pintadas de blanco con franjas rojas en la parte inferior fueron mi comité de bienvenida, las torres de una iglesia dominaban el horizonte, torres construidas con mármol negro – “muy pomposo para un pueblo” - pensé.

Sin demora me apresuré a encontrar a alguien por los silenciosas calles, es de sobra sabido que en los pueblos la gente se va a la cama antes de las diez. Para ese momento eran los once con quince, así que irremediablemente tuve que tocar en una casa de puertas dobles de madera, muy vieja, pero bien conservada. Un hombre robusto salió en pijama, enseguida pregunté si podía llevarme hasta la casa de mis parientes; con gesto hostil negó con la cabeza, de inmediato su voz sonó: - “si quiere puede quedarse aquí, tengo una cama extra”- La soltura del hombre me pasmó un segundo, la caminata y el frío eran un coadyuvante para que decidiera tomarle la palabra. Lo hice.

Un rato me quedé pensando en la sala de mi benefactor si estaría haciendo lo correcto, en la casa de mis parientes se alarmarían, pero enseguida vino el hombre con unas mantas y me indicó donde dormiría, se presentó como el dueño del molino del pueblo, también ofreció llevarme a la casa en cuanto amaneciera.

El cansancio me hizo dormir con rapidez, no desconfié pues el tipo dijo conocer al tío y a la tía; en esos pueblos la buena vecindad por fortuna, todavía se practica.

Desperté en la madrugada un par de veces, con un presentimiento terrible, con un miedo que se apoderó de mí; había tenido un extraño sueño, que más perecía una precognición de inminente peligro. Luego de haberme quedado profundamente dormido un tremendo barullo me despertó. Se escucharon las voces de por lo menos tres personas incluyendo una muy familiar, la del tío, me salí de la cama para escuchar mejor pero de inmediato un fuerte empujón en la puerta me mando al piso, el hombre que tan amablemente me había dado alojamiento entraba de un golpe, con una escopeta entre el brazo, sin reparar en mi estrepitosa caída me arengó a que me vistiera, sólo balbuceaba como un loco, estaba realmente asustado, se notaba en sus ojos un miedo sin igual, una alarma total en él.

Me dijo al verme vestido: -¡¡¡”Tome las llaves de la camioneta, esta guardada en el establo, corra lo más rápido que pueda.., yo lo cubro desde la ventana; no sé que es lo que usted haya hecho, pero “ellos” lo buscan, han venido a preguntar si fui yo quien le dio alojo. Pase por mí en la puerta de enfrente.., y rece, rece todo lo que pueda y sepa...”!!!.

Como autómata hice justo lo que el robusto hombre me dijo, me contagio de su miedo, no sabía siquiera a que se estaba refiriendo, pero era evidente que estabamos en peligro.

No hubo necesidad de disparos, la calle estaba vacía, el hombre asustado al máximo se asomaba por una cortina del frente cuando pasé por él, sin vacilar subió asomando, acto seguido, la escopeta recortada por la ventanilla, me quedé como hipnotizado por lo que saltó a mi vista, el horizonte mostraba un cielo estrellado hermoso, una luna grande y blanca como perla; pero las torres de mármol negro habían desaparecido, no salí de mi impresión hasta que la voz del aterrado hombre sonó como chirrido de culebra: -¡¡¡”Que chingados espera, acelere...”!!!-

Una camioneta cruzó las calles empedradas en frenética huida, el cañón de la escopeta escupió varias ráfagas al encontrarnos con una turba cerrándonos el paso, el hombre enloquecido de miedo no paraba de gritar: ¡”El plomo puede dañarles, si puede matarlos”!. Me concentré en conducir lo mejor y lo más rápido posible, aunque las palabras del hombre me sonaron atroces, un signo inequívoco de la seriedad del asunto... no huíamos de algo humano.

Tomamos un camino de terracería para alejarnos del pueblo, el hombre se tranquilizó un poco aunque su voz volvió a sonar alarmada: -¡”Tenga cuidado, éste es el único camino que sale del pueblo, nos podemos topar con una emboscada..., una vez que lleguemos a la intersección de la autopista cargue a su derecha y no se pare por nada, me oyó, por nada...”!-

No hubo emboscada. Seguí por la carretera de terracería, al toparnos con la autopista me incorporé al carril de la derecha y aceleré al máximo. Luego de un rato el hombre me dijo que podía ahora bajar la velocidad y que me saliera en el primer retorno.

-¡”Demos gracias, estamos a salvo”!- El rechoncho hombre tomó una bocanada de aire, aliviado por el éxito de la huida, de inmediato exigí una explicación, él asintió: -“Estamos fuera de peligro, oríllese, le voy a contar todo...”-

 

I

Una verdad que se quisiera mentira.

Como en sorda lucha el hombre me miro aterrado una vez que orillé la camioneta. Insolado por ese mismo horror que le vi en el rostro una vez que programó la huida. Permaneció en silencio unos instantes y luego comenzó a hablar, balbuceó algunas cosas que no comprendí del todo, creo rezaba y agradecía a Dios. Luego, con voz más clara volteó, mirándome directo a los ojos: “Lo que dejamos allá atrás no es nada que usted haya visto antes; se trata de cosas muy alejadas de la normalidad, puede que usted me crea un loco, pero lo que estuvo a punto de sucedernos no tiene descripción alguna en el lenguaje habitual... créame, salimos con bien de milagro”.

Las palabras de ese aterrado hombre me sonaron en extremo sinceras, yo mismo pude sentir en el enrarecido ambiente de la madrugada una presencia sobrenatural y amenazante, algo por demás peligroso. No me atreví a formular pregunta o comentario, me limité a hacer un gesto, queriendo que me indicara hacia donde dirigirme. Mi acompañante tradujo bien mi gesticulación: -“Tenemos que alejarnos lo más posible, vaya usted hasta la capital, allí veremos que otra cosa hacer...”- De inmediato me opuse, mis familiares me buscarían y habría problemas para ellos de no encontrarme. Con un rictus que nunca olvidaré el hombre me miró muy fijamente para exclamar: -“Usted no entiende, sus parientes para este momento ya deben estar muertos, si no es que también son parte del Culto, “ellos” lo controlan todo, manipulan a los habitantes como si se tratara de barro, ¡ponga en marcha el motor y haga lo que le digo...”!- Consternado por las duras palabras que llegaban con eco extraño hasta mi cabeza, me dediqué a manejar como un robot, el escaso trafico de la autopista me permitió avanzar a gran velocidad camino a Morelia. La sola posibilidad de que las conjeturas hechas por el hombre fuesen verdad me sacaban de mis cabales, ¿En qué me había metido?

Los minutos de un funesto silencio terminaron por cansarme. Las preguntas de mi cabeza saltaron a mi boca de manera insensata... -¿Puede decirme que demonios pasó?- el hombre me miró impávido, sacó de su camisa de franela una cajetilla de cigarros aplastada, llevó un retorcido cigarrillo a su boca: -..., muy bien, creo que merece usted una explicación... Llegué al pueblo hace catorce años, con algo de dinero puse el molino, yo había vivido siempre en Morelia, pero me dio por buscar la paz del campo. En un principio la gente estaba molesta con mi llegada; un hombre, al parecer el líder de los campesinos fue a verme una noche, cumplía yo mi tercer semana de haber llegado... me expuso una lista de condiciones para que “me dejaran en paz”. No podría salir los días Domingo después de las seis de la tarde, debía abstenerme de criar palomas y, de encontrar una, matarla de inmediato. Lo más intrigante era que nunca, por ningún motivo debía entrar a la iglesia del pueblo... eso y no hacer preguntas de cualquier índole y jamás, ayudar o dar posada a un desconocido... sólo así evitaría represalias de esa gente y los extraños poderes que se desatan por las noches, me crea o no éste pueblo esta maldito - No pude evitar hacer la pregunta casi obligada: ¿entonces, por qué me ayudó?, el hombre suspiró para luego hablar como en letargo: - Estaba yo medio dormido, olvidé por completo las condiciones... - Sus “explicaciones” me confundieron más. Hubo un rato de pausa en la charla, luego espontáneamente el hombre leyó la pregunta que daba vueltas en mi cabeza: -..., sí joven, en tantos años nunca se metieron conmigo, ese pueblo está atestado de gente muy rara; iban al molino, les entregaba su maíz, me pagaban y se marchaban, así era, un proceso aburrido, supongo que lo he perdido todo...- No puedo evitar disculparme, le dije. - no se preocupe; sé que trae otra pregunta vamos, hágala...-

No lo hice esperar mucho, dando una curva un tanto pronunciada me dirigí a él con una frase pausada: ¿Alguna vez..., quiero decir, en tantos años, usted vio algo extraño, algo que se suponía que usted no viera?, La pregunta lo entusiasmó, giro su cuerpo en el asiento para quedar de frente a mí: - ¡Claro, muchísimas...!, una ocasión hace nueve años, estaba cerrando la cortina del negocio, me había quedado a hacer cuentas y era algo tarde; fue la primera vez que estuve a punto de quebrar “las reglas” eran casi las seis de un día Domingo, un joven iba caminando y gritando como un loco sobre la acera de enfrente; que Dios me castigue si miento, pero el muchacho estaba aterrado en verdad, se golpeaba las piernas, y su caminar... era como un sonámbulo, luego de que se alejó y de que puse el último candado en la cortina, se escucharon los gritos lejanos de una muchacha... un grupo de gente se reunió frente a mí, como a dos metros, un campesino viejo y desarrapado me ordenó, machete en mano, que ya me fuera a mi casa... A habido cosas así, unas más raras que otras... recuerdo que en las primeras noches me aterraba el hecho ilusorio, se va a reír, pero juraba que las torres de la iglesia desaparecían al anochecer...-, De inmediato interrumpí: -¡Yo las vi desaparecer ante mis ojos en medio de la huida de hace un rato, no me diga que no es cierto!-  El hombre esbozó una ligera sonrisa y me dijo: - No, no lo es, es sólo una ilusión óptica; el mármol con el que estan construidas es tan oscuro que se confunde con la noche., extraño ¿verdad?- La morbosidad del comentario final del hombre me hizo callar; de alguna forma comenzaba a sentir recelo de él. Otra vez el temor instintivo de que las cosas no estaban del todo bien. Agucé los sentidos, tomando el volante con ambas manos y evitando la charla. El regordete tipo se aplanaba las nalgas de manera gustosa en el asiento mientras fumaba maliciosamente su cigarrillo sin filtro.

Seguí conduciendo, turbado, sin poder explicarme todo lo que estaba pasando. La noche se hacia adulta. ...Morelia, quince kilómetros, eso decía el aviso de la carretera. Para mí estaría mucho, mucho más lejos.

II

La huida.

Mi acompañante notó que la charla había muerto. Se durmió, roncando seguidamente; la carretera estaba sin transito, apreté el acelerador para llegar lo más pronto posible.

Una imagen fantasmagórica saltó de entre las sombras, un par de chicos de rostro gris pedía ayuda en un paraje a orillas de la carretera, quise seguir, pero el altruismo saltó de pronto en mi conciencia, era una pareja, la chica podía correr peligro a esas horas en medio de la nada.

Me paré metros adelante y los chicos corrieron al auto, mi acompañante no despertó. -“¡Gracias a Dios!, señor que bueno que se paró, tenemos problemas. Unos amigos fueron al pueblo a recoger nuestro coche y no han regresado; el lugar estaba muy raro y nos asustamos, hicimos dos grupos y dijeron que los esperáramos pero ya tardaron demasiado, tenemos frío y miedo de que algo les haya pasado”- Les abrí la cabina de atrás para luego indicarles que subieran, ¿Dónde, en que pueblo estan sus amigos?, prestos respondieron: -“En la siguiente intersección viramos a la derecha, ahí esta una carretera vecinal de terracería, el final esta el pueblo...”- Les indiqué que íbamos a ir por sus amigos, preguntándoles si estaban de acuerdo..., lo estuvieron.

-“¿Qué pasa?”-, preguntó el rechoncho ocupante del asiento del copiloto que se despertó metros adelante, le expliqué la situación y se alarmó: - ¡¡¡ No, no podemos regresar por ahí, esa carretera conduce a Villa San Cipriano !!!- Respondí enérgicamente que teníamos que ayudar a los jóvenes, ellos corrían el mismo peligro que nosotros... - ¡No sabes lo que haces... es una trampa!- La voz del hombre degeneró en un espantoso alarido, un enorme machete cortaba su garganta, borbotones de sangre mancharon sus ropas. El aliento de la chica me enfrió la nuca, su voz sonó como de ultratumba:  - ..Tranquilo ...sigue manejando.-

El agreste camino de piedras nos condujo de vuelta al anormal pueblo, los chicos en la cabina se mantenían calmos, confiados, como en extraño éxtasis, esperando la recompensa por el éxito de su misión. El cuerpo del hombre colgaba del cinturón de seguridad empapando el tapete de la camioneta con el espeso fluido rojo que manaba de la tajada en su cuello.

Llegamos al pueblo y se me ordenó seguir por las calles empedradas hasta llegar a la plaza principal... una vez allí, contemple con horror una escena insólita, creí volverme loco. La iglesia entera apareció de pronto en el centro del zócalo, en donde sólo había jardineras y bancas de parque, surgió una mole de mármol oscuro. Al quedar instalada en el plano real, se abrieron sus puertas haciendo un sonido sepulcral, como el de una inmensa bóveda cerrada por siglos.

Del interior surgió una turba amenazadora, todos portando machetes y en formación casi militar. Quedaron en la escalinata, para dar paso a la figura de un hombre, con ojos llameantes y pinta de muy viejo, pero jovial en sus movimientos... entre tanto los chicos me bajaron a empellones y piquetes con el machete. Ya afuera me amagaron y atentos miraron al hombre viejo.  Una voz graznada y fiera rompió el silencio: - ¡Llévenlo abajo!- exclamó, para luego perderse de nuevo en el interior de la supuesta iglesia. La turba gritó y se exalto, fui arrastrado dentro de la lúgubre estructura de mármol. Negras puertas de bronce quedaron cerradas tras de mí. Ocupé una mazmorra ubicada en lo profundo de la catedral. Un palacio dedicado a la adoración de estatuas de seres mitad humanos mitad bestia. Mujeres-cabra, hombres- alacrán, niños- pájaro, una entera colección de figuras y efigies de un culto extraño y en extremo sectario.

En el centro del retablo del altar se erguía la figura más imponente de todo el panteón representado en el templo. Un ser imponente, que desprendía un aire a poder malévolo. La representación en cerámica, madera o algún material, de un hombre- serpiente...

No pude ver más detalles de la construcción, sólo recuerdo lo impactante, lo que atrajo mi atención por tétrico, sin mencionar que estaba siendo arrastrado hasta un pasillo que luego conduciría a una estancia repleta de celdas.

Me encerraron, quedé varado en el interior de una catedral dedicada a un culto perverso, una iglesia que aparece y desaparece de la nada; pero con compañía. Un frugal hombre de aproximados treinta años descansaba en la plancha de la celda. - ¿Te atraparon he?, soy..., bueno no importa, llevo aquí casi nueve años, así que, ya sabes, te quedaras conmigo una larga temporada...- No me resigné a la posibilidad que el hombre me planteaba, estaba dispuesto a hacer lo que fuera por escapar.

Unas horas luego, me quedé dormido en el suelo rocoso de la infame prisión; los gritos de un celador me despertaron de golpe, hice que no escuchaba, furioso abrió la reja y me levanté súbitamente dándole un empujón poderoso, haciéndole caer en vilo, enseguida azucé al hombre a que se escapara junto conmigo, corrió tras de mí repitiéndome: - ¡No tiene caso, me tienen “atado”., tú corre, escapa, llévate ésto...!- me entregó un papel y me juró ayudarme a salir de la iglesia, luego, él se quedaría a sus puertas; la tarea de escapar del pueblo era sólo mía...

III
La Carta

Para mi fortuna la salida estaba poco vigilada, así como la parte superior y los adoratórios; pedí al cielo que las puertas de bronce no hicieran demasiado ruido al intentar abrirlas, mi compañero de celda vigilaba cada una de las galerías, luego con consternación exclamó: - ¡Pronto, date prisa, va ha amanecer, si no sales antes del alba te quedaras atrapado en la “otra” dimensión, la dimensión oscura...!- su voz alertó a los campesinos que hacían guardia quienes se lanzaron contra nosotros: -¡Huye, pronto!, yo los detengo, ¡rápido!, mis piernas comienzan a desobedecerme...!-

Nunca vi qué sucedió con ese hombre, con pesadez abrí las puertas de bronce y caí al piso del zócalo, la iglesia flotaba sobre una nube que se desvaneció junto con la estructura una vez que clareó. Por suerte la camioneta había quedado estacionada en la plaza, con las llaves puestas.

Una campana sonó, voces de mujeres y hombres se escucharon a lo lejos:          - ¡Se escapa, se escapa! - Pisé el acelerador sin importarme nada más. No pensé siquiera en el infame camino de terracería. Llegué en unos pocos minutos a la intersección de la autopista, despavorido enfilé rumbo a Morelia. Una corazonada me advertía algo, un parecido familiar en el hombre viejo que salió de la oscura catedral... manejé casi sin poner atención, seguro de que ese hombre, el líder de la secta, el hombre viejo era mucho muy parecido al tío Alberto, quien me había advertido que no saliera solo a cazar...

Nunca olvidaré la terrible experiencia que viví en ese pueblo de la aparentemente tranquila provincia mexicana. Hoy lo pienso dos veces entes de aceptar invitaciones a vacacionar fuera del Distrito Federal, aun viniendo de mis parientes... ahora me es muy difícil poder confiar en alguien.

Termino el relato..., Una vez que llegué a Morelia, dormité en la camioneta estacionándola al lado de un banco. Casi al vencerme el sueño, quise leer el papel que me había entregado el hombre que me auxilió en mi huida... era una carta desgarradora, hecha por un hombre aterrorizado y desesperado al máximo, comenzaba más o menos así:

“Reconfortante viaje de vacaciones, pueblo limpio y silente; esconde su negro castigo...”






Lágrimas en la espuma.

La historia se pierde en los bancos de niebla que deja el tiempo. Muchas bocas contaron los hechos tristes y a la vez macabros; una venganza que se ha ido cumpliendo; sueños rotos y caricias nunca dadas van cobrando su cuota impuesta hace ya, mucho tiempo.

La luna rara vez viste de luz al filoso acantilado de bordes renegridos; las olas rompen furiosas doce metros abajo, su estruendo es aterrador, al igual que el grito del viento estrellándose en las rocas ancianas. El tiempo ha pasado, no así el recuerdo de la oscura maldición que pesa sobre todo el lugar. El faro lleva décadas sin guiar marineros, la playa no ha visto una sola huella dibujarse en la arena. Es un acantilado abandonado, una playa que no protege almas, un faro que no salva a los perdidos de su condenación.

Las lagrimas de un hombre se han hecho niebla que cubre la mar en los fríos amaneceres y en las noches más terribles; alguna vez gimió en su lecho de muerte que fue un trozo de madera, a la deriva igual que él; alguna vez, juró vengarse. Éste lugar indica que... se cumplió su palabra.

Nubes grises cubren el cielo casi todos los días de casi todos los meses, las gaviotas llegan a buscar carroña, luego se marchan, intuyen que sobre el lugar recae un pesar absoluto, perenne, que se contagia con facilidad.

Los pescadores de la región rara vez se acercan, temen mucho hacerlo, le llaman “cabo del capitán”. Una estacada localizada a las afueras del cabo advierte que la muerte ronda estas aguas, son restos de barcos, restos de esa muerte que navega en espera de cumplir un pacto sellado con sangre y con espuma de mar. Nadie se acerca, los capitanes de las embarcaciones saben que no deben. Algunos son empujados por las marejadas que se suceden noche a noche, sus barcos son triturados por las olas y las rocas del acantilado, eso, si no antes la empalizada les hace naufragar en las profundas y heladas aguas. Es dificultoso creer que un lugar pueda ser el reflejo de la pena de un ser muerto de tristeza hace mucho, pero aquí no lo es, aquí se intuye, se sabe con sólo mirar el gris horizonte, la tierra agreste y las aguas turbias. Con sólo escuchar el clamor que tira el viento al llegar a éste cabo. La playa esta tapizada de restos de barcos, los naufragios aquí se cuentan por centenares. La muerte cubre estas aguas, la pena lo embarga todo, un juramento de venganza lanzado hace mucho; cumplido a cada instante en éste puerto alguna vez cálido, rebosante de luz y vida.
Las leyendas hablan de un hombre enamorado y de una mujer enamorada. Una guerra terrible en tierras lejanas los separó, juraron nunca olvidar su amor, que se prometieron eterno. Cuando él regreso la encontró muerta en la playa, esperándolo había muerto de pena e insolación, luego él se mató. Eso es lo que dice la crónica primitiva, la que se puede contar a los niños para hacerla una historia bella y romántica. La verdadera historia es mucho más terrible, dolorosa, llena de injusticia... Traición, se trata de traición.

El hombre partió con el deber a cuestas, defender su país en alta mar sus ordenes; él juró que volvería, ella juró que siempre lo esperaría. Ella mintió, ella pronto se cansó de esperar, era pobre y ambiciosa. Un hombre del pueblo la compra con su dinero, ella no lo ama, mas acepta la cómoda oferta. Lujos y vida disipada hacen que olvide su supuesto amor.

La guerra cobra miles de vidas y muchos años. En tierra los campos de batalla se cubren de cadáveres. La guerra en alta mar es aún más terrible; sangre, compañeros mutilados, heridos y enfermos, la niebla lo cubre todo, existen días en los que no se ve al enemigo, hay otros que la niebla es todavía más espesa. El recuerdo de su amor es lo que a él le mantiene vivo, en pie de lucha. Feroz pelea su propia guerra, afrontar el dolor de no estar con ella. Mientras, ella goza del lujo y da a luz a su segundo hijo... de él ni un recuerdo pasa por su cabeza.

Un hombre se bate en los fangos terribles de la muerte y la peste. Un hombre vive el peor de los infiernos, un dolor inconmensurable lo sacude desde sus adentros, no volver a verla, su mayor temor, morir sin despedirse, su peor pesadilla.

El campo de batalla es la mar, barcos y hombres en llamas por docenas, fuego de cañón, ardor de espadas. Las aguas se tiñen de rojo, fuego y sangre se mezclan, crean muerte que se ve, que se huele, que se siente en cada línea del renegrido océano.

Gritos de guerra se levan como la música de cada día, por muchos años es lo único que él conoce. Ella da al hombre rico otro hijo, viste telas finas y se baña en perfumes exóticos. El antagonismo insulta la memoria del supuesto amor.

Al fin hay un vencedor, la flama de la victoria acompaña al hombre en su larga ruta de regreso a casa. Condecoración y honores le siguen, es un gran marinero militar, es un hombre a prueba del miedo a la muerte.
Un navegante grandioso, un defensor de su patria, Capitán laureado y homenajeado, él no anhela otra cosa, quiere verla, sentirla en sus brazos metida. Se acerca el día, su encuentro con su amada; quien esta casada con un hombre rico, tiene tres hijos y se ha vuelto engreída y todavía más ambiciosa.

Miles de piezas de oro son su premio por doce años de suplicio en alta mar, un gran pago es también el honor, arribar a su pueblo natal como héroe de guerra es un sueño. Ella no le negará el sí para desposarse, ahora es rico y un héroe naval. Gran sorpresa iba ha descubrir.

Ella le espera en el puerto, luego de horas de vigilia en la caleta; lo espera con ansia, trae mucho oro... su marido no se entera, hace un viaje largo.

Chismorreo de pueblo avisa que él llega. Quiere recibirlo antes de que se entere de todo. Así sucede. Lo agasaja con un banquete en un bote pequeño que renta a uno de los pescadores, le hace creer que quiere estar con él, hacerle el amor después de tanto tiempo. Ya antes había ungido los alimentos con veneno.

Él no tuvo tiempo de desembarcar bien a bien, no pudo saludar a sus amigos
o familiares, su amor por ella lo era todo.

Ella condujo la pequeña embarcación hasta mar abierto, allí tiró el ancla y se desnudó. Olvidó las marcas de su cuerpo por haber dado a luz a tres hijos. Él salió de control... no se sabe con claridad que ocurrió...

La leyenda habla de un forcejeo intenso en ese bote; ella buscaba quedarse con el saco de piezas de oro; él una explicación... se cuenta que ella le golpeo con un remo, haciéndolo caer al agua, luego levó el ancla para marcharse con el oro...

Las historias cuentan que desde esa tarde las nubes grises no se marchan del lugar. Cuentan que de la nada una terrible tormenta se formó hundiendo el pequeño bote. Dicen que la mujer se ahogó queriendo nadar con el saco de oro.

Él quedó en el agua asido a un trozo de madera de la embarcación. Cuentan que el viento resopló con una furia jamás vista y que una lluvia tupida hizo una cortina de agua total, cubriendo la muerte de la mujer sin que esta pudiese pedir auxilio a embarcación alguna.
El hombre quedó a la deriva por horas y horas, hasta que la noche cubrió el cielo. Dicen que de su boca salieron blasfemias nunca antes dichas por cualquier humano. La lluvia arreció con el paso del tiempo y de su boca brotó un vapor misterioso que poco a poco se hizo neblina espesa que desde esa noche no se marcha. La leyenda dice que él dejó de abrasarse al trozo de madera y aunque sabía nadar a la perfección, se hundió, preso del más grande dolor; no sin antes lanzar su maldición que se mira cumplida en cada rincón del cabo, hogar de la más profunda desolación... el veneno de las viandas jamás hizo efecto, eso es lo que se sabe, pero sí el veneno de la traición.

La historia se pierde en los bancos de niebla que deja el tiempo. Las nubes grises siguen aquí, igual que la niebla, igual que la muerte en las aguas turbias, feroces. Las lagrimas del desdichado hombre se miran en la espuma de cada ola que se estrella en las negras rocas del solitario acantilado.

Cuentan las crónicas posteriores que miles de males asolaron la región: tifones, inundaciones, peste, hambre; la mitad de la población habría muerto al cumplirse el primer aniversario de la muerte de aquel héroe de batalla, aquel hombre traicionado por lo único que le hizo aferrase a la vida. Los peces se marcharon de las aguas, les siguieron los pescadores. En unos años la costa quedó despoblada. Nadie se encargó de vigilar el faro, hasta que fue abandonado... Las casas fueron siendo barridas por los monzones y los huracanes, la bahía se quedó como lo que es ahora, un sitio fantasmal, gris, desolado por completo.

Dicen los ancianos que estas aguas eran tibias y azules... que el viento era calmo y que el sol brillaba con intensidad casi todo el año antes de aquellos acontecimientos. Dicen que en las noches se podían contar por cientos las estrellas y que nunca había neblina... La espuma de estas olas en verdad semeja lagrimas... es amarga. La niebla recuerda las peores escenas de muerte. Este lugar quedó maldito, este lugar quedó marcado por el rencor y la rabia de un hombre bueno, probo; un hombre que supo amar y mantenerse fiel a su idilio de amor... un hombre que vivió las peores experiencias, y a cambio, el destino y la mujer que amaba, le otorgaron dolor y la más artera traición. Sus lagrimas serán por siempre traídas a la playa en forma de espuma. Su aliento de blasfemia será siempre la niebla que cubre éste acantilado. Su muerte y la muerte de la mujer que le traicionó marcaran las proximidades de la bahía, haciendo pagar a quien ose acercarse, sin importar quien..., después de todo, eso nunca importa.                                  

Un rostro en la oscuridad.

A la vista de la gran y feroz bestia... a su merced y entera disposición. Gran mal me espera, el abismo se abre para mi una noche... de la que no podré salir jamás..

I
Hordo Noctis.

La ciudad arde en círculos hediondos de vapor de alcantarilla. Los perros no la dejan estar callada, el frío los pone inquietos, la naturaleza les llama a ponerse alerta. La ciudad perece entre estertores amainados por el paso de un camión; se convulsiona, gime y cruje bajo las llantas en las avenidas, bajo los pies en las banquetas... basura. Cuerpos que se mueven con mucho sigilo, temiendo al viento, intuyen que éste le chismorrea a los árboles, a las estrellas y a los perros que por eso aúllan. Por un aviso, una advertencia; el viento ya lo percibe... es la horda.

Sangrientas casi todas sus visitas, una venganza y un plazo que se cumple. Negra simiente les creó, un miedo más allá de la imaginación les da potestad para conquistar a sangre y fuego el imperio de los mortales. Grande, inmenso alarido traen pegado a sus pies, a sus alas que temibles les guían hasta que alcanzan el mundo del ser inferior.

Avenidas que miran la vida pasar con todo y sus bemoles; hambre y penuria, vertiginosa vida que desprecia a la vida. El afán por atesorar. Lucha encarnizada por las posesiones materiales. Robo, truculencias, estafas. La ciudad... basura.

Mi marcha se corta, termino metido en un establecimiento pobre. Una café para el frío. Un frío que recorre mi espalda a la vista de las horas iniciales de la noche. Esta noche algo se aguarda, se esconde, espera que el mundo de vuelta a la manivela y... ¡sorpresa!

La noche. La ciudad. Peligrosa combinación. El relámpago asoma por la ventana de la pocilga en la que sentado bebo calmadamente un café barato. Lluvia, comienza como una ligera briza, cobra fuerza mientras el tiempo pasa, apresurado, él también lo intuye, él también lo siente. La noche, la ciudad... peligro en las calles.

Hago garabatos en una servilleta, mi mente está igual que los perros, se encuentra inquieta, tal vez un poco asustada. Sentado en una mesa de la orilla. En la barra se encuentran dos hombres que amargos conversan, echan maldiciones por el clima. Me acabo los cigarros y más café, estoy nervioso, en la noche se ve un halo extraño, no es igual a nada que haya visto; las sombras se confunden con las nubes, el aroma a lluvia se mezcla maliciosamente con un hedor a materia descompuesta. Se huele el mal.

Caen gotas y semejan lagrimas... el cielo llora, creo. Gimen afuera las ruedas de los autos en la avenida empapada, la vida se pierde en segundos, el tiempo se detuvo... eso parece. Un negro abismo es ahora el cielo encapotado con nubes negras. Tormenta.

De las alcantarillas sale vapor putrefacto, la calle es apenas recorrida por entes sin rumbo, vagos, prostitutas y un hombre envuelto en su gabardina y su dolor, su miedo. Pagué la cuenta en el sombrío establecimiento. Encendí el decimocuarto cigarrillo al enfrentar las calles, aunque llovía copiosamente no me detuve, quería caminar, empaparme de esa atmósfera que se podía oler, y respirar; una atmósfera cargada de malos augurios.

Sirenas a lo lejos, grescas escandalosas en los callejones; jovencitas ofreciendo sus servicios. Mosaico de penurias, galería de lo humano y corrompido. Una caminata, un ligero paseo por los fondos oscuros de la subsistencia triste, lúgubre. Cierta.

Una noche que parecía haberse hecho sueño... o pesadilla. Un arribo prometido en los tiempos iniciales, tiempos cuando el hombre vivía en los árboles y la muerte era sólo un susurro. Una llegada que ha postrado a mil mundos, que a arrodillado a éste sin que nadie lo note... bueno casi nadie.

Sigue en mis oídos el zumbido de ruedas en el asfalto mojado, sigue mi boca expulsando el humo que envenena mis pulmones, mas lo gozo. Me gusta fumar con ese aire enrarecido por el frío, por la lluvia y por la sincera preocupación. No hay duda, se nota en la noche, se huele en el aroma de la banqueta mojada; los perros lo intuyen, por eso estan inquietos igual que mi mente. Ya viene... la horda.

El tiempo hace una pausa, gira en los círculos del aguacero que cae, se pierde en los pliegues de las nubes negras que descargan gotas que son lagrimas. El mundo se siente en agonía. Ellos vienen. La noche lo siente.

Las avenidas me tragan en su laberinto asfaltado. La lluvia me hace ver igual de gris, perdido, sin vida. Mojado. Por lo menos tengo algo que sentir.

Se oye un estruendo, la noche es rasgada con las lenguas blancas del rayo, y el mundo se siente herido, se desvanece; la sangre de los justos a derramarse ha sido llamada.    

-“¡Sin misericordia!”- frase que parece estar escrita una y mil veces en cada pared, en cada macha de grafitti, en cada charco de la avenida. Una frase que pone erizos los bellos de cada parte de mi cuerpo. Quiero volar. No se puede.

Continua mi caminata por las avenidas que mustias y empapadas reciben a la noche. Gira el tiempo en un único círculo, no desea seguir su paso lineal. Hasta él se niega a que la hora llegue, hasta él tiene miedo. Igual que el cielo, igual que los perros..., no dejo de incluirme.

A nada llegó la imaginación más retorcida. Nadie sobre la faz se ha imaginado la pesadilla que viene: Tamerlán, Caligula, Atila, Rovespiere Lady Bathory, Jeffrey Dammer... meros mártires. Lo que viene hará que en el mundo entero se encuentre una nueva palabra para dar un enunciado que englobe crueldad infinita, jamás vista. ¿Podrá haberlo?

Los Thugs del mundo oscuro... adoradores de una deidad por encima de la maldad de Kali. Viene, la horda. La ciudad lo intuye. El cielo con ella. Los ladridos de perros aterrados, son los heraldos. Las aves migraron. Los seres humanos ni siquiera lo han notado. Orgullosos de sus ciudades y sus “avances” tecnológicos han abandonado el pensamiento del espiritu. La horda, más para mal que para bien, se los hará recordar.

Sonidos abrumadores de urbanismo salido de control. Me siento en la banca de un parque, o jardín, o camellón. Veo mi humo perdiéndose entre viento y lluvia, por un momento mi razón desaparece, se va de mí. Me abandona. 

-“Quiero volar, irme lejos, no me apetece en lo mínimo, presenciar el espectáculo que esta a punto de desplegarse. Pero no puedo, nadie puede. Aun escondiéndome en la cueva más apartada de los Hilamaya... Ellos son esencia, para ellos trasladarse de un lugar a otro se logra con sólo pensarlo. No hay lugar seguro en toda la tierra”-. Hablo en voz baja, baja mi mirada, tiro la ceniza al piso rocoso del jardín, o parque, o...

Los sonidos del bullicio urbano me tronchan los tímpanos. Sirenas, bocinazos. Chirridos de llantas; voces tambaleantes en toda la avenida. La vida sigue o... lo que llaman vida. Un halo de tristeza me toma por los hinojos de la mente y el corazón. No, no puedo sentirlo, esta mala gente lo ha permitido, esta mala gente lo tiene ganado. Pienso en los niños, inocentes juzgados como culpables. Bueno, tal vez sólo en potencia.

Ellos, la horda, juraron regresar. Oscuros emisarios más antiguos que la muerte, dadores de pan de desconsuelo y agua de venas. La horda de la noche viene, el mundo material y tecnológico del ser humano ni se inmuta. Yo, yo me pierdo entre asfalto y miedo. Entre angustia y una posición ambigua que mortifica mis adentros...

Tiro el cigarro haciendo un ademan de hastío, el mundo no me nota siquiera, soy un ente, un grisáceo habitante de un mundo no convencional. El morador de sitios etéreos, un hombre con capacidades diferentes. Un ente perdido en el mar furioso del conocimiento y las burlas de los ciegos. Aquel que camina siempre en la fina, delgada, casi imperceptible línea de la razón, la fantasía y... las sombras.  

La lluvia se tupe. Busco refugio en el único lugar donde encuentro paz. Con pericia maliciosa, me introduzco a un registro de ventilación del subterráneo. Ya adentro me acomodo y fumo..., dejo que la vida pase, aunque se siente: no desea hacerlo.

Recargándome en una sucia pared tiro angustias con el humo, las inhalo para luego sacarlas, echarlas y dotar al mundo “de arriba” de un poco de mi penar. Nunca pedí un don. Jamás rogué al cielo para ser poseedor de una aptitud especial. Sólo me ha traído penas, preocupaciones injustas y... muchas ganas de matarme. De allí mi “afición” al tabaco. Un don... Basura.

Me sostiene el polvo, mi cabeza descansa en la misma pared que luce recién “rayada” por algunos huéspedes distinguidos. Tengo la mirada perdida en el encapotado cielo que no deja de lanzar gotas negras a la tierra, como negra es la reja por donde mi vista se bifurca en varios senderos de nubes; la ciudad ostenta un color muy similar.

Sé que pronto voy a ver más que nubes en esa bóveda donde reina la oscuridad. Me he guarecido aquí, en donde el mundo no me ve, tan sólo para estar lejos del caos que ya, muy pronto va a dar inicio.

Estoy triste aquí abajo, fumo inquieto. No, yo no puedo estar como el viento, los perros o el tiempo. Yo no puedo llorar por el mundo. No... no puedo hacerlo.

II
Lacrimae Mundi.

La gran jaula. Un hoyo, un bajo mundo. En un lugar subrepticio me guardo del mundo, de la lluvia, del ruido que empaña mi razón. La bestia abre sus fauces para tragarse por entero a la realidad humana; reflectores de una avenida son ahora la poca luz que se cuela hasta esta cueva urbana.

Mi pensamiento se difumina con cada jalón que doy al cigarro; pierdo el suelo, pierdo las ganas. Mucho temo. También el injusto contrapunto viene a hacerme mofa. El mundo se disuelve esta noche, seres venidos de los valles de desolación llegan, el mundo nada sabe de ellos, de la horda nocturna que reclama justicia con disfraz de venganza. Ha dado comienzo su peregrinaje hasta la realidad humana. No se han de marchar hasta haber conseguido lo que vienen a buscar...

Mi posición es ambivalente, por un lado temo, tiemblo y, en acto inverosímil sale de mi boca una gastada plegaria por mí y por el mundo que esta noche se acaba. Llega el legado de maldiciones hechas cuando el hombre era simio, cuando la muerte representaba sólo una parte de los nuevos planes de la naturaleza.

He venido aquí, a la parte subterránea de la ciudad para escuchar más claro a mi corazón; late, angustiado sigue una carrera tras el reloj que sigue dando vueltas al asunto, no desea pasar, no quiere involucrarse. Algo terrible viene; arte de matar será la expresión en cada parte de la tierra, por apartada que este. El viento sopla a las nubes y a la lluvia, gime en estertores de negro cataclismo. Jamás se vio en la tierra un despliegue más terrible de infamia y fuerza, brutalidad y sed de sangre.

Sangre redentora, sangre que les ha de saciar sus anhelos largamente postergados. El mundo tal y como se conoce va a dar paso a un acto sabio y milenario; La lucha de los animales, cadena que no se rompe, hegemonía marcada por el más apto. Vida será renombrada con el apelativo grotesco de muerte. Habrá que referirse a huida o escape con la palabra peyorativa: ¡Imposible!.

Lagrimas de dolor y miedo esparcidas por el mundo como polen en un campo florido. Los emisarios de la fatalidad, señores que esta noche se encuentran felices, su justicia vuelta venganza toma tintes triunfales esta noche.

La lluvia se tupe; arrecia el sonido del trueno, las lenguas bífidas chocan contra el árbol. El mundo se aterroriza. Y el mundo cae en profundo estasis; una pausa de los elementos, el espacio y el tiempo. Una puerta se abre, emite un bramido, cobra forma en estampida de nubes de huracán, olas gigantes, asesinas de marineros, viento del norte congela los corazones, pone azul la piel. Una puerta se abre y todo ocurre en un inesperado momento. La lluvia se hace granizo, luego avalancha lacerante de pedazos de cristal cortante.

Una rajadura en el cielo habla de que ha dado comienzo el despliegue de las fuerzas de la horda... y asoma la luna, tan súbita como unció la lluvia termina, el llanto da paso a la resignación del cielo. Ya vienen, ya llegan los espíritus hechos de venganza, nacidos por mandato de la oscuridad, nacidos desde el comienzo de la humanidad. Su madre desobedeció la orden de sumisión y sometimiento. Fue condenada a vagar las tierras bajas y pobres. Sólo pena encontró para sí. Tuvo hijos que nacieron por afecto de la noche.

Y... nació la horda. Seres hechos para agotarle la paciencia al cielo. Grandes perseguidores de la especie humana desde el inicio de la civilización. Unos leyenda, otros mito arraigado en la tradición de los pueblos. Muchos reales y en nada parecidos a las crónicas. Hijos de la mujer primera. Hijos que esparcen la simiente oscura de aquellos que de sangre se alimentan, que a Dios abominan y que a su creación más perfecta, han jurado destruir.

No, no puedo llorar como lo hacía el cielo. La horda llega; estoy tan asustado y a la misma vez avergonzado de lo hecho por el hombre que me he quedado en el interior de un registro del subterráneo para esperar... lo que venga.

Se yergue en mi interior un reproche, una pequeña voz interior que me hace odiarme a mí mismo; ese murmullo suave, sube de tono mientras paso la mirada otra vez por los barrotes de la rejilla del subterráneo. “El mundo humano se lo ha ganado” la voz ahora repiquetea en mi interior tomando el lugar del martillo en mi oído y golpeando con saña el yunque.

“Es un mundo forjado en la infamia, un mundo donde el débil pierde y el malo gana. Dios se ha apartado, desentendiéndose de los destinos humanos, manchados hasta el hartazgo de lujuria y perversidad, de corrupción y enferma ambición.”  La voz golpea al tiempo que un alud de lágrimas se desmadeja de mis inflamados ojos.

Me inunda al tiempo que me alargo el reproche. Esa voz vive en mi interior, es el eco de aquel otro que mora en mi, el ser que lleva años obligándome a apartarme de los demás, a ser altanero, mordaz y, a la misma vez, déspota con todo lo que a la raza humana concierne. Esa voz que se acrecienta con la vista de la luna y el recuerdo de la tormenta; en horas donde espero lo peor parapetado en un conducto de ventilación, cobra vida en lo más recóndito de mí; una voz fuerte, graznada, inflexible. Ahora que la llegada de la horda ha sido anunciada en el cielo, como si se tratase de un luminoso escaparate de neón, ahora, cuando el llanto de inocentes se antoja más inconsolable que nunca, esa voz marchita mis esperanzas. Muy profundo en mí, se encontraba un oasis donde guardaba un poco de esperanza por sobrevivir a la llegada de los terribles; ahora, cuando la última campanada del infierno suene y las bestias sean libres para saciar su hambre milenaria con la sangre de los mortales, esa voz viene a mí, a decirme en imprecaciones groseras que el mundo se lo merece... Que las lagrimas del justo deben pagar los excesos del infame, que la sangre de los niños será ofrenda y fianza para los actos abominables de los caídos del mundo..., durante años pensé que el enfrentar el momento de la llegada de la horda sería difícil, mas nunca creí que pudiese volverme completamente loco.

III
Requiescat.

Las sombras del negro vaticinio se dejan sentir por toda la ciudad; sigo hundido, pertrechado bajo tierra, con los tímpanos molidos por los ecos de enunciados de locura total, lo sé, esta espera me lleva poco a poco al valle de la insania mental. Cubren mis manos un rostro avejentado y gris; en unos minutos he envejecido, el temor se vuelve ola fulminante, la verdad de los acontecimientos me asalta como bestia salvaje, directo a la cara, directo al alma.

La luna se mira tímida desde la guarida que me “protege”; acto fútil he cometido al venir aquí. Escuché las historias, al principio de este relato las compartí; pero al parecer, jamás las entendí en su totalidad... nunca será lo mismo prever los acontecimientos y en verdad vivirlos.

La horda llega, se escucha ya en el viento que entra por la reja un eco, un lento, pausado blandir de espadas, una aleteo constante. La noche cruje, mancillada por el despliegue de fuerzas que dormían, fuerzas que el viento había olvidado y que el día jamás conoció. Una inmensa marejada de oscuridad cae, esta noche. Alguien en lo alto de los cielos voltea su mirada y se desentiende de todo lo que a continuación, en la tierra ha de desplegarse. Mordiscos de infamia, jalones de perversa majestad; la noche es violada, el mundo es sentado en el banco de ejecución, ya viene el verdugo, su hacha ha sido afilada para cortar de tajo huesos, carne y almas al por mayor.

Sin darme cuenta, en el sucio suelo de este respiradero del subterráneo, he comenzado a hervir en espasmos de miedo y genuina genuflexión que busca piedad para mí, para el mundo que el hombre malamente ha creado...

Las voces en mi cabeza ahora abogan por la justicia que viene a ejercer la horda, tratan de convencerme de morir en paz. El terror que se apodera de mí, creo, me lo impedirá.

Tiemblo, llevo mis piernas a mi pecho, soy un feto que se niega a salir de su cálida morada; pero los espasmos me dicen que es hora. Que por más dolor que me espere afuera, a sonado la hora y nada puede hacerse...

La ciudad es barrida por los vapores mal olientes de las alcantarillas; el trafico y los perros no la dejan guardar silencio. Esto es en un instante, y al siguiente el caos se apodera de todo: Gritos, lamentos..., horror y olor a muerte, a venganza cumpliéndose.

No hago otra cosa que no sea gemir a pulmón abierto, tiemblo como un recién nacido enfrentado de repente con el frío y desconocido valle exterior. La horda ha arribado al mundo, justo como lo predije... sin aviso, también sin tregua o piedad.

Se prolongan durante horas los sonidos de las bestias en su avanzar terrible, todo lo descrito antes, y más. Mucho más. Los sonidos de la tormenta previa
quedan reducidos a meros murmullos.

La oscuridad se perpetúa. El sol muerto, ahogado en ríos de sangre; culpables e inocentes aportando lagrimas, viseras y alaridos de pavor, todo en un mosaico infernal que será usado para adornar el féretro donde se venera al ser caído, al omnipotente amo de la venganza, el líder único de la horda... aquel por el que hasta el más alto vasallo de la luz volteo su mirada.

Debía amanecer. No lo será esta vez. La noche fue vencida durante años por la alborada. La aurora asesinó sin piedad a las horas de oscuridad. Hoy el crepúsculo será rey del amanecer, este, no existirá más.

Con los ojos henchidos de lágrimas, con la boca llena de suplicas y los adentros salpicados de horror por lo solamente escuchado, retiré mi cabeza de entre las piernas y alcé la mirada al manchado cielo que, rojizo, mostraba los primeros efectos del arribo de las bestias que moran allende las fronteras de la perversidad. Busqué en la luna un recuerdo vago de luz, pero esta ya estaba manchada de rojo, y las nubes teñidas de negro... la horda había hecho prisionera a la esperanza de la raza humana.

En ese momento, con los ojos muy abiertos, queriendo allanar el manto de sombras que sitiaba el cielo, me encontré frente a frente con el abismo...

Uno de ellos descubrió mi morada. El conducto de ventilación guardaba a otro exquisito bocado, otra copa rasada de vino consagrado como sangre para satisfacer su hambre y su necesidad de venganza.

Las barras no fueron obstáculo.

La ciudad... El mundo... Un hombre... cayeron por igual. Un rostro demencial recostado en el cielo turbio. Una luna teñida de rojo. Los gritos, los lamentos. El horror. Es todo lo que recuerdo de esa su llegada; no pude escribir más.

A la vista de la gran y feroz bestia... a su merced y entera disposición. Gran mal me esperaba, el abismo se abrió para mí y para todos... no podrá salir nadie, jamás.


A la posteridad de seres posiblemente inteligentes que intenten descifrar las causas de la extinción de la raza humana.

                                                                                            9 de Octubre 2007




“Una anécdota para la galería”

Trataré de narraran los hechos según los recuerdo. Era yo todavía un preescolar cuando tuve aquella experiencia en compañía de mi hermano mayor; pero en realidad el recuerdo es muy fresco aún. Han pasado más de veinte años y la piel se me eriza cada que vienen a mí esas imágenes, y me pongo peor si recuerdo los sonidos.

Como es de adivinarse vivía pegado a los pantalones cortos de mi hermano de once años, lo seguía a todas partes. Paseábamos cada tarde en bicicleta e íbamos a todos los mandados juntos. Nuestras diversiones se hallaban siempre en las calles, nos gustaba hacer migas con los perros que vivían en las banquetas, en realidad nunca nos importó el “pedigrí” de los animales con los que jugábamos.

Aquella tarde se recuerda por una fuerte granizada, las calles se tupieron de trozos de hielo una vez que la tormenta pasó. Salimos como a eso de las seis a hacer bolas de hielo, lógicamente nos golpeamos con ellas y descubrimos que nunca serían iguales a las bolas de nieve que veíamos por televisión.

Nuestra madre nos reprendió por salir a jugar sin abrigarnos, la tormenta podía regresar y nosotros sin chamarra. Luego de ponernos suéter y bufanda nos montamos a la bicicleta. En ese momento las cosas tomaron el rumbo de la rareza y el horror.

Como todo niño crecí fascinado por las historias de “sustos” que se contaban en las reuniones familiares, o con las películas y los personajes de éstas, cuando se me permitía verlas. En aquel entonces se trasmitía una serie norteamericana llamada “Galería Nocturna”. Un escalofriante compendio de historias irreales de locura, ambición y crimen. Siempre con el ingrediente principal del suspenso y el terror. Muy de vez en cuando podía convencer a mis padres para que me permitiesen quedarme despierto a la hora en que pasaban dicha serie.

Creo, ahora que soy más grande, que desde entonces descubrí el bífido mundo del miedo. Por un lado encanta, por el otro anula los sentidos y la realidad para llegar a otro plano, un plano de la existencia donde nada es real, donde todo puede suceder y tú eres el protagonista. Y claro... estas muy, muy asustado. Masoquismo puro... Desde entonces lo comprendí.

Luego de vagar con la bicicleta por las calles nos cansamos de la infructuosa busqueda de los caninos amigos. Era como si una redada de la perrera hubiera asolado los alrededores. Ni un solo perro por más de diez cuadras.

La tristeza llegó a nosotros al pensar en el futuro espantoso de nuestros peludos amigos. El cielo retumbó un par de veces anunciando que la tormenta venía de regreso. Con un dejo de tristeza mi hermano giró los pedales, casi sin querer hacerlo, ayudado por mi terca mirada melancólica buscando por lo menos a uno. Con un andar pausado la bicicleta JX FOX inició su camino, con dos niños tristes por la ausencia de sus amigos perrunos.

No recuerdo con exactitud que mes era, pero sí sé que estabamos de vacaciones, por ello no teníamos ninguna prisa por regresar a casa, salvo por la regañiza que nos esperaba en caso de que nos mojáramos. Pero el cielo no se decidía a estallar y mi hermano dio la vuelta a dos cuadras de la casa. Supe de inmediato a qué se debía el viraje. A lo lejos, en esa calle se escuchó un insistente ladrido. No reconocí al principio cual de nuestros amigos nos llamaba. Estuve a punto de decirle a mi hermano que no fuéramos, que no era ninguno de los perros que conocíamos en esa calle. Además, el ladrido sonaba furioso, casi rabioso. Mi silencio fue cómplice de lo que a continuación íbamos a presenciar.

Mi hermano apresuró el pedaleo, me aferré del manubrio, yo siempre viajaba en el frente, sentado en el simulador de tanque de gasolina que tenía ese modelo de bicicleta, así qué, a velocidad, yo era el primero en ponerse un madrazo si algo salía mal.

Los ladridos se hacían más fieros a medida que nos acercábamos, en ese instante un viento helado fue preámbulo de la lluvia y el granizo que nos empapó justo cuando quedamos a la vista de la casa abandonada en aquella calle y de donde provenían los ladridos. La casa tenía dueños, pero nunca estaban, tenían amarrado a un perro en el patio, ese perro jamás nos quiso, era cosa que nos acercáramos y enseguida lanzaba gruñidos como de can de pelea. Supuse que era alimentado por algún vecino, pero esa tarde comprendí de qué se alimentaba y quién le daba de comer.

Teníamos que pasar por esa casa siempre que nos mandaban a comprar las tortillas. Recuerdo haberle dado la vuelta a la manzana los siguientes siete años de mi vida cada vez que mi madre me mandaba a alguna cosa en esa calle. No quería por ningún motivo ver siquiera la casa, y sobre todo nunca oír los ladridos del maldito perro, guardián de uno de esos secretos que la gente se guarda muy bien y que descubres por travieso, por idiota o por casualidad, aunque puede llegar a ser por la combinación de las tres cosas.

Los ladridos se hicieron ensordecedores cuando mi hermano derrapó en la frenada a media calle, quedando estacionados  justo enfrente del patio donde amarraban al perro, ahora suelto, el mastín gris golpeaba con vigor la lúgubre puerta de madera de aquella casa de tres pisos, con su fachada derruida por el paso de los años.

Nos pereció extraño que el perro estuviera suelto y tuviera esa insistencia en la puerta, siendo que no había nadie. Los dueños la visitaban muy de vez en cuando y otros niños contaban que eran gente “extraña”. Nunca comprendí a qué se referían con aquel termino.

La lluvia nos cubrió la vista por unos instantes, mi hermano se acercó jalando la bicicleta y a su copiloto para mirar más de cerca lo que tenía en el hocico el perro luego de que la puerta se entreabrió y se vieron caer pedazos de comida. Nos extrañó muchisimo ver por primera vez que la puerta de la casa estuviera abierta, pero no se alcanzaba a notar quién le daba de comer al furibundo can.

Cuando quedamos de frente a la reja, el granizo ya tenía el tamaño de canicas grandes; me hice una capucha con mi chamarra para protegerme la cabeza, aunque hubiese querido protegerme los oídos del terrible mugido que emitió lo que parecía ser una muchacha deforme en el interior de la casa. Ataviada con ropa casual pero con una cabeza inmensamente anormal; era más bien la cabeza de un becerro que la de una muchacha. Su silueta ligeramente nos decía, aun en el momento del horror, que efectivamente era “humana”.

Luego vino lo peor, mientras yo me perdía en el abismo de la compasión y el horror que provoca en los niños el mirar a una persona deforme, mi hermano echó un grito que fue apagado por el estruendo de un relámpago. El perro ahora callado, saciaba su hambre con una pedazo de carne blanca, que según lo que dijo mi hermano era la mano de un niño. Yo nunca lo vi, mas cuando caímos por la lluvia y la prisa una cuadra más adelante, entre sollozos me dijo que eso era lo que había visto en el hocico del animal y que por eso habíamos salido en tan intempestiva huida.

No podré olvidar nunca los gritos y la jerigonza de la muchacha deforme una vez que notó nuestra presencia, sus mugidos de macabro gozo y su andar lerdo viven en mi memoria como uno de los escaparates más aterradores que yo haya visto. En sus ojos cerrados y caídos se adivinaba el mal, el resentimiento y la crudeza de la bestia. Se nos acercó con una rabia que pocas veces he visto en otro ser. No puedo decir ahora que se nos acercó con malas intensiones; pero, si la versión de mi hermano es cierta, puedo imaginar para que nos quería.

Sus mugidos retumbaron burlones por toda la calle al irnos, sabía que nos había dado el susto de nuestras vidas. El perro quedó tranquilo, deglutiendo su manjar, el cual yo nunca vi, y me alegro por ello.

Por supuesto esa tarde nadie nos creyó al llegar a casa. Envueltos en el llanto y el sobresalto por lo ocurrido, mi madre nos metió a bañar y nos mandó a la cama sin cenar por habernos mojado. También nos prohibió volver a ver series o películas de terror. Nos estabamos “imaginando cosas” según dijo...

    

























La suerte no se lee.

“Loco”, dijo el hombre que me leyó la mano aquella tarde. No hallé sentido claro a lo que me decía, llegué a pensar que se trataba de uno más de esos charlatanes que le saca a los incautos unas monedas. Su voz era tan suave, como si solamente susurrara, como si tratara infructuosamente de mantener sus palabras en su garganta.

Nunca había acudido a las artes adivinatorias, siempre me parecieron un acto vil y sucio para hacer dinero engañando a otros. Pero estaba tan enamorado que realmente quería saber que nos deparaba el futuro. Apenas habían transcurrido cuatro meses desde que la conocí y no lo pensé ni por un segundo: le propuse matrimonio.

Lo supe desde el principio, iba a ser difícil encajar en su familia, yo un simple empleado y su madre la dueña de la compañía. Pero caí estúpidamente enamorado de esa bella mujer, y ella jamás negó que me amara.

Me desempeñaba como reportero en una estación de radio local; era poca la paga pero no importaba demasiado. Lo tomé siempre como mi maestría, ya que nunca pude completarla por falta de recursos. Una tarde la llevó la secretaria de la licenciada Velázquez, la dueña de la estación, pidió que alguien le enseñara el manejo de la información en la mesa de redacción. Por supuesto me ofrecí, hacer buenas migas con la hija de la dueña podía hacer alguna diferencia en mi cheque. La chica me cayó bien de entrada, era lista y sabía hacer su trabajo sin ínfulas de dueña. Pronto nos hicimos buenos compañeros, luego, con el paso de los días, amigos, hasta que un buen día nos vi metidos en una cama haciendo el amor. Creo que me enamoré desde el principio pero tardé en darme cuenta.

El día que anunciamos nuestro compromiso salí despavorido, su madre no lo tomó ni bien ni mal. Sólo frunció el ceño con ese aire despótico que tiene el capataz ante los empleados de la troje. Su expresión fue todavía más déspota cuando me pidió que saliera, que necesitaba hablar con su hija. Me pareció elocuente, casi podía oír el sermón que le iba a lanzar por estar enamorada de un hombre de más baja estatura económica. Cogí el auto y vagué por las calles hasta dar a una estrecha calle de Coyoacán, ya ahí, me estacioné donde pude y caminé sin rumbo por las calles empedradas hasta llegar a la plaza. No me percaté de que era Domingo hasta que me enfrenté a la marea de gente que atestaba el lugar. 
Los puestos ambulantes y el olor a algodón de azúcar me dieron la bienvenida. Me perdí en la muchedumbre, deteniéndome de vez en vez a curiosear. Fue entonces que me encontré con el hombre, parado en la acera, con un portafolios abierto, con cientos de baratijas expuestas para su venta. Desde que lo vi me llamó la atención el aspecto tan extraño y el halo de rareza que se desprendía de sus ojos y su vestimenta. Al acercarme, noté que en la parte baja del portafolios tenía una baraja.

El extraño personaje notó mi fascinación y me miró muy fijamente, como se mira a un pariente o a alguien que no se ha visto desde hace mucho. Luego me hizo una señal, una ademan con su mano derecha invitándome a acercarme. No sé que fuerzas me guiaron, pero de un momento a otro estuve enfrente de él, mirando como hipnotizado las cuentas de vidrio, brazaletes, pulseras, cadenas y cuarzos que tenía a la venta.

Se acercó e inclinó la cabeza para que yo mirara hacia al interior de su maleta. Hallé bisutería que parecía tener más de cien años; cristales y perlas, botellas de perfumes mágicos y desconocidos, barajas antiquísimas, inciensos preciosos y símbolos tallados en aromáticas maderas. Se acercó más aun y tomándome de la mano, caí en un aparente estasis, sintiéndome parte de otro universo; su mano fría y callosa, firme en sujetarme, me doblaba el alma y la hacia instrumento de papiroflexia, casi pude sentir su respiración. Luego sentí su pulso en el mío, tenia una mueca sepulcral cuando su voz rasposa susurró una palabra que no entendí con claridad. Luego me sujetó por la muñeca y volvió a susurrar. “Loco”, me dijo.

II

Con las horas en marcha para alcanzar la noche, me vi caminando por las adoquinadas calles, casi podía ver en mi rostro un gesto cómico, estaba yo extraviado, sin saber con certeza que diablos me había hecho ese hombre. Sólo quería ir a verla, saber que aún con lo que su familia pudiera opinar, ella seguiría firme en su decisión de casarse conmigo. No encontré sentido a lo que el hombre me había dicho una vez que empecé, casi inconscientemente, a preguntarle lo referente al futuro que me aguardaba. “Loco”, contestaba a cada una de mis preguntas.

Sin percatarme del hecho me encontré abriendo la portezuela de mi carro; una lluvia algo tupida me hizo encender los limpiadores. Llevé a mi boca un cigarrillo y fumé, di vuelta a la perilla del autoestereo para escuchar la radio, como era de esperarse la memoria del aparato estaba programada en el 1090 de A.M. la estación para la que laboro. Una sonrisa cargada de humor negro asomó a mi rostro, esperé a que dieran al aire el nombre de mi sustituto. Sólo dieron el reporte meteorológico.

Puse en marcha el auto y me fui a casa, las emociones eran demasiadas, al día siguiente ya vería como hacer para recomponer todo lo que de pronto se había salido de mi control. A la mañana, previendo lo que ya se esperaba para mí, dejé algunos currículos en otras estaciones, fui a comer y me encaminé a apresurar un poco las cosas en la oficina; tomar mis pertenencias y largarme, al menos así evitaría el deshonroso transe de ser despedido sin una clara justificación “laboral” frente a todos mis compañeros.

Todo se congestionó en mi cabeza al arribar la tarde, y como es natural en la Ciudad de México, el transito vehicular también. Hice más de una hora en llegar de mi casa a la zona de San Jerónimo. Ya allí estacioné el auto y subí las escaleras suspirando por que mi incipiente carrera como reportero estaba por terminarse aun antes de haber dado inicio formal:  - Todo por amor, todo por amor -, me reproché cien veces mientras mis pisadas resonaban por las escaleras vacías.

En la sala de redacción mis compañeros estaban en gran jolgorio, ajenos a mis entuertos “amoroso-laborales”. Todos estaban pendientes del partido de fútbol que se transmita desde Estados Unidos, jugaba la selección mexicana contra no sé quien, los gritos e insultos para el Técnico nacional Mejía Barón se escuchaban por todo el piso. Las noticias, el trabajo para el reporte de las siete y mis problemas podían esperar.

En mi escritorio estaban los papeles de avance de una investigación sobre la guerrilla en Chiapas, el primer trabajo que haríamos juntos Tania y yo antes de comenzar con los preparativos de la boda. Me extrañó que estuvieran en mi lugar, luego comprendí, ella había pasado a dejarlos, una muestra de que nuestro incipiente idilio amoroso había, al igual que mi carrera en esa estación, llegado a un prematuro final. 

En silencio y con los abucheos por el resultado del partido de fútbol, guardé mis cosas en una maleta y discretamente me despedí de los compañeros, aunque no me despidieran, de ese momento en adelante la vida laboral en esa oficina iba a ser insoportable, así que tomaba yo la delantera.

Contrariado el jefe de mesa me dijo: - entonces a quien voy a mandar a Chiapas, el boleto está a tu nombre y el vuelo sale mañana - Con indiferencia lo miré y le dije que mandara a quien él quisiera. Enseguida replicó que Tania se había retirado a hacer sus maletas y a despedirse de sus amigas. Su comentario me pareció de pésimo gusto, lo miré para luego salir por la puerta refunfuñando por mi suerte y por tener que soportar también la sorna de los compañeros.

Bajando las escaleras me topé con una de las reporteras principiantes, me tomó del brazo y me felicito doblemente, según dijo, por “el nombramiento” y por la boda... no supe que contestar.

Ya en el estacionamiento me encontré una nota en el parabrisas de mi carro, un recado de Tania, quería verme a las ocho en un café para cenar y brindar por “la sorpresa”, otra vez no supe que pensar.

Asistí a la sita luego de regresar a la oficina a revocar mi decisión en publico, esgrimiendo una excusa que habitualmente sirve para sacar verdades que uno no se atreve a preguntar por temor de quedar como el bobo que se entera hasta el último. El jefe de la mesa me dijo con aire confiado:    - Si, ya me extrañaba que te fueras así como así, cuando acabas de ser nombrado corresponsal exclusivo en Chiapas – En mi cara, lo sé, se leía la palabra “estúpido”, pero al menos ya sabía la primera parte del enredo, la parte laboral, faltaba la pieza sentimental.

A las ocho estuve en el café indicado por Tania, llegó algunos minutos tarde y ya había ordenado un café expreso para los nervios. Al estar de frente se le vio un ceño triste y deprimido, no traía, para nada, buenas noticias, se me quedó mirando y despreció dos veces el ademán que le hice para que se sentara... siguió mirándome y de su bolsa de mano sacó unas llaves, todo su semblante cambió, una hermosa sonrisa asomó a su rostro: ¡Las llaves de nuestra casa en Tuxtla...! su voz emocionada retumbó en mis oídos, no entendía nada.

Al día siguiente todo estaba claro, empaqué lo que pude, me despedí de algunos amigos y me trepé al avión con Tania. Nos casaríamos una vez que llegáramos a Tuxtla. Su madre habló con ella toda la noche y creo, la convenció de que me amaba de verdad y yo a ella. Fue tan convincente que su madre bendijo nuestra decisión y nos regaló una casa que era de su abuela en la capital Chiapaneca; me nombró corresponsal en aquella entidad y a su hija le deseo lo mejor a la vez que le prometió que asistiría a la ceremonia y la nombró directora en jefe de una estación filial.

En el asiento del avión, cuando las ruedas giraron y nos pidieron ajustarnos los cinturones, mi mirada estaba perdida, Tania me notó raro, y amorosamente me preguntó acerca de mi semblante pálido; -nada- respondí, ella me tomó el rostro con sus dos manos y me besó.

- Pensé que tu mamá te había obligado a olvidarte de mí, pensé que me iba a despedir para alejarte de mí - le dije con voz preocupada y un mohín cómico dibujado en el rostro. Ella no me dijo nada, perdió la mirada y luego de esbozar una sonrisa sarcástica echó a reír como sólo saben hacerlo las mujeres, luego me dijo con candor: - ¿Por qué pensaste todo eso, estas loco...? -



























La casa de la abuela.

Hay demasiada bruma, la noche es oscura y un silencio sepulcral lo cubre todo. Ayer hubo una ventisca; animales y hombres salieron despavoridos por el vendaval que asoló la región. Lamentos y gemidos se fueron con los aires enfurecidos, pronto el silencio se hizo de entre las azoradas gargantas que pedían clemencia. El tornado se fue, llevándose con él, la vida de cientos, quizá miles entre ganado y hombres. Lo único que quedó en pie, fue el mástil de la rosa de los vientos, su veleta se fue al valle de cruentos aires, a donde se fueron las almas de los hombres muertos ayer...

Me acobardé, corrí una vez que la alarma cundió en el campamento; ni siquiera ayude a arrear el ganado al establo, sólo corrí a las colinas, como un loco corre en una pesadilla. Desde niño me hablaron de los tornados del desierto, me decían los ancianos que el poder de sus vientos no se podía comparar con nada en el mundo, excepto con las olas de un mar embravecido, rabioso por el poder del huracán, hermano mayor del tornado.

Los ancianos hablaban como si se tratase de seres con vida, pensantes, racionales. Desde niño crecí con el pavor a los vientos; cualquier ráfaga violenta en el aire era suficiente para salir corriendo de donde estuviera a esconderme en el sótano de la casa de la abuela.

Fue lo que ayer hice, sólo salir despavorido una vez que el grupo de nativos llegó al campamento a avisarle al ingeniero del tren. Siendo yo capataz de brega de los rieleros no tuve cuidado de ponerlos en alerta. Únicamente salí corriendo a esconderme en las cuevas de las colinas cercanas a la zona de trabajo. Los pobres obreros ni siquiera tuvieron tiempo de darse cuenta de qué los amenazaba... murieron por mi culpa, por mi gran cobardía, hoy sus almas ya giran sin parar en el valle de los vientos del que nos hablaba Bradbury en su temible cuento. Él tenía razón. Los vientos se alimentan de almas, se regocijan causándole daño al ser humano, ayer, ayer un tornado hizo mucho, mucho en verdad.

Me quedé en ésta grieta, oí los alaridos de gente que era levantada en vilo o golpeada con cualquier objeto que se encontrara en el aire. Escuché con atención el dictado y el rugido del tornado infame, arrancaba sueños, deshacía familias, desmembraba fibra por fibra a cada uno de los desgraciados que levantó del suelo arenoso. Incluso escuché como levantaba los rieles recién instalados, los levantó como si se tratase de caramelos o de barras de mantequilla.

Yo huí, no pude soportar la proximidad de algo que desde muy pequeño temí, el viento, el tornado, el huracán... el gran asesino, el aliento de Satanás que nos recuerda lo insignificante del hombre.

Esa fuerza que ha perdido barcos en alta mar, la fuerza que ha desaparecido ciudades en el desierto, la planicie o la costa. Los indígenas americanos hablan de él como el Loha, el espiritu del mal que reclama almas y sacrificios a los médicos brujos. Los Kikapú siempre le temieron. El vendaval de arena, el remolino de almas y polvo. Animales, plantas y hombres en una danza eterna para satisfacer la sed del enorme asesino milenario.

Desde niño llegaron a mis oídos las historias fantásticas acerca de ciudades eternamente sepultadas en la arena. El Al- Asid, del que habla H.P. Lovecraft, el grito de los espíritus demoniacos del desierto de Babilonia. Ur y su metrópolis perdida. Los Atlantes de Tula en México, que parecen mirar lo mismo que las estatuas de Imotep en Egipto. Muestran sus ojos azorados por la destrucción total. El fuego pagano derribando cada templo, el fuego del viento, el asesino que ha desafiado incluso al tiempo, al hombre y a sus dioses.

La vía de un tren que transportaría desechos químicos desde Browsville a un deposito a quince kilómetros de la frontera. Una construcción de rutina, con la salvedad de estar en pleno desierto de Texas. La mayoría de los obreros son mexicanos, indocumentados todos. El trabajo intenso, duro, como en los tiempos de Don Porfírio. Mucho café con sal para la deshidratación. La paga mala, la joda mucha...

Ahora hay tanta bruma y la noche y el silencio lo cubren todo. Aún tengo miedo, me guardo en una pequeña grieta en las colinas, tengo frío pero no me atrevo a salir, temo que me esté esperando allá afuera como en el cuento de Bradbury, para agarrarme y hacer conmigo lo mismo que hizo con el ganado de los lugareños y con mis obreros rieleros, indocumentados todos...

Sabe que nunca nadie podrá explicar qué le pasó a tanta gente. Sabe que su triunfo y su impunidad están garantizados; lo han estado desde hace siglos.

Yo, yo me acobardé. Llegaron unos indios, criadores de reses de corte fino a avisar de los reportes radiofónicos acerca de la proximidad de un tornado en la zona de tendido de las vías. No avisé a mi compañía, sólo salí corriendo a guarecerme en las colinas; tal y como lo hacía de niño, cuando los abuelos contaban historias. Los Loha, los vientos hechos de odio y rencor eterno. El tornado de Texas. El huracán de Centroamérica. El tifón de Timor. El vendaval de Nueva Guinea. Los vientos asesinos. El aliento del diablo. En ese entonces salía corriendo a esconderme en el sótano de la casa, me quedaba durante horas, hasta que podía dejar de temblar y mi abuelo bajaba a convencerme de subir a cenar.

Ahora, metido en esta abertura entre las rocas, el viejo no podrá venir a despertarme de la pesadilla. Muchos murieron por mi culpa. Y puede ser que el tornado no se haya ido aún. Tal vez esté afuera, en la planicie, esperando a que salga para levantarme en vilo y llevarme hasta el valle de los vientos, desmembrado, deshecho fibra a fibra, alimentándose de mí. Estoy en una abertura de las rocas en las colinas del desierto de Texas. En medio de la nada, con frío y una espesa bruma no me permite ver nada. Esto, esto no es la casa de la abuela. Hay un silencio sepulcral que lo cubre todo, es el sonido de la muerte, el sonido del tornado, del vendaval, del huracán o el tifón. Es el sonido que produce el paso del más grande asesino que haya existido en la tierra. Los viejos lo sabían. Los Kikapú también. Los Loha... los Loha.

  

  













Rebelión.

Una peligrosa reunión. Un acto símbolo de mi rencor infinito, de mi falta de fe y esperanza. Una prueba para convencerme y dar respuesta, siquiera a una de mis más recurrentes preguntas existenciales. Vi llegar a la noche junto conmigo a los linderos de la insania, la locura me cobijó y bien pronto en mi mente se posó el arrojo obstinado del hombre trastornado, ese que se desentiende de la realidad, de sus valores y de su ética. 

Mil herrumbrosas campanas resonaron en el valle de mi perdición total. Acordé conmigo mismo, que pasara lo que pasara no daría marcha atrás, dejaría éste mundo de ser necesario, pero no sin antes lograr convencerme, atarme a una verdad que me permitiera irme con mi furia satisfecha.

Ecos de mundos secretos y sombríos se anidaron en el silencio que en un principio lo cubría todo, lo rompieron, lo violaron; luego la noche se tiño de rojo y el cielo lloró por horas. Mi aliento se desestabilizó hasta convertirse en un concierto del desconcierto, con resoplos y bocanadas, nunca de miedo, mas bien de ansiedad. Algo debía pasar, lo que fuera, tenía que pasar, mi cansada mente lo pedía, lo exigía... Mil voces burlonas me quebraban el ánimo llamándome loco, haciendo jirones mi poca esperanza en el mundo, en los hombres, en el amor... en Dios.

Sí, perdí la fe, una noche tan sólo se me acabó. Quise ser un mago para rehacerme, para tener en mis manos la facultad para reconstruir lo que un destino voluble había borrado para siempre. Quise hallar las respuestas en el mundo filosófico, luego en el mundo de la metafísica. Experimenté con la numerología, la meditación trascendental, incluso me uní a sectas y a grupos políticos. Nada encontré, con cada intento me hundía más en la vergüenza del yerro constante. Nunca tuve ni siquiera una pequeña clarificación de mi entorno; sólo me hundí, caí en desgracia y perdí la razón paulatinamente.

Hasta que me decidí a planear ésta peligrosa reunión, obsesionado por encontrarle un sentido a mi vida, por encontrar una sola justificación para mis males y los males del mundo. Hice preguntas básicas que todas las doctrinas y religiones tocan y tratan de explicar con evasivas y metáforas fútiles. Buda y su renunciación a lo material... Cristo y el sacrificio estoico y hasta cierto grado sádico... Alá y sus cortapisas machistas y bufonadas medievales de un terco judaísmo disfrazado e interpretado muy a la manera de los sátrapas del desierto... Yavé y su sionismo terriblemente voraz, mezcla de megalopatias de un pueblo y la psiquis paranoica de sus lideres...

En todas y cada una de las religiones hallé motivos para sentirme con nausea y ver lo que el hombre se ha hecho a sí mismo.

Luego busqué refugio en otro rubro de la cosmogonía... quise ser un hombre mental. Comunismo... risa me dio Marx y sus sueños. Capitalismo... asco me dio Smith y sus dogmas para justificar la barbarie. Fascismo... vergüenza.

Busqué. Nada hallé. Tal vez mi error consistió en cansarme demasiado pronto, en no dar tiempo a que todas esas ideas decantaran en mi mente y se tomarán un lugar en ella, para creerlas, para vivirlas y posteriormente hasta defenderlas.

Hoy podría ser un buen Mulá del Corán. Un devoto sacerdote católico, o bien un monje en el Tíbet. Tal vez un afamado miembro del partido Comunista o un empresario de las computadoras, enamorado del dinero. Es decir, ser un hombre “normal”, asumir un papel; bueno, malo, que importa, todo es tan subjetivo. Incluso la verdad, la realidad. Tal vez ya estamos muertos, sólo estamos narrándole a alguien lo que fue nuestra vida... Lo que sea, pero quiero respuestas, a medias si se quiere, pero tenerlas. Si fue Adán, si fue un mono mi padre inicial... Pero tener algo en que creer.

Cansado de la locura quemante del diario martirio de no hallarle propósito alguno a la vida, mencioné un nombre en medio de la oscuridad. Ese nombre cubrió en todos sus flancos mi mente, me dio vueltas en la cabeza, más, mucho más que el nombre de Lénin. Se apoderó de mí más, mucho más que lo que lo hiciera el nombre de Aristóteles...

Zaratustra quedó hacho añicos cuando lo confronté con ese nombre... -Mera locura total, pensé, con lo poco de lucidez que me quedó luego de saber que en ese nombre no iba a estar la respuesta, pero sí, tal vez, una pequeña razón.

Temí caer en el fanatismo que siempre vi, y que siempre me asqueo en todas las religiones y doctrinas. Pero quise vivirlo, tener una reunión que me costara la vida de ser necesario, pero que me dejara en claro al menos una cosa. Si no pude ser jamás un defensor de alguna ideología, por lo menos sería un opositor. Un anarquista en extremo. Cansado de la rutina diaria de ver mi vida y la del mundo yéndose directo al infierno... me adelanté y me encaminé a él.
Hubo un nombre que me dio vueltas en la cabeza y que hizo resonar mil campanas herrumbrosas en mi interior. Apagué las luces y me senté a esperar. Un sentimiento dual se apoderó de mí. Me di risa y a la vez tuve una sensación de gozo.  –Loco, me dije mil veces. –Estúpido, otras tantas. Pero quería hacerlo, buscar de manera sensorial ese encuentro con el único nombre que no me atrajo por su doctrina, si no, más bien por su posición, metafórica, si se quiere, pero siempre avasallante y perversa, ideal para un hombre que lo a perdido todo, inclusive la cordura, la fe, la esperanza y la facultad de responder a su realidad; pero sobre todo, por su desapego a lo divino, por su carencia de respuestas concretas al ser, por encima de todo un invento meramente humano. Ahora buscaría de modo indirecto la respuesta a la interrogante...

Escupiendo injurias e imprecaciones a los representantes globales de lo divino en el pensamiento humano. Tomando por entero las armas de la locura total. Dejándome llevar por los sentimientos de perversidad y gozo por lo cruel, por lo despiadado y lo anti-humano. Dando nacimiento en mi cabeza a lo grotesco. Dándole la bienvenida a mi casa, a mi cuerpo, a mi mente y a mi “alma” a esa fuerza opositora y rebelde de la que hablan todas las religiones del mundo. Sentado en medio de la oscuridad mencionaría hasta el cansancio ese nombre para lograr por fin, la peligrosa reunión que me daría una respuesta indirecta para todas mis interrogantes.

¿Existe en verdad un Dios?, Nietzsche, dice que ha muerto... - Si ha muerto quiere decir que alguna vez existió. Es allí cuando viene a colación ese nombre: Lucifer, Lucifer, Lucifer... Con quien busco reunirme ésta noche para contestarme esa y muchas otras preguntas...














Episodio maldito.

Lo diabólico me visitó, lo sentí resollando por la casa entera; una presencia, un “algo” que se paseo con aire triunfante por todas las habitaciones; tuve miedo, pero éste mismo me hizo callar... para luego escuchar.

Me persiguió hasta en mis sueños, aceleró mi ritmo cardiaco a niveles sobrehumanos. Una tenue briza de terror me fue cubriendo conforme la luna se asomó y su claridad creó nuevas sombras. Intentaba hacer una vida normal, pero me llevó al punto de quiebre, me canceló la cordura y el buen juicio; enloquecí... lo sé.

Llegó en silencio, aún con en el sopor sentí su arribo, una presencia amorfa, que desprendía una hediondez jamás expelida por nada. Un ser gallardo, ominoso ente venido de los confines de la locura; abigarrado señor de todo lo hórrido. Vino hasta mis aposentos donde equivocadamente creí descansar, luego me poseyó, me hizo suyo en un acto rápido y vil. Sus ojos desprendieron todo el color del mal, me ordenó con fuego y sombras, con hielo y viento, con miles de voces; su lengua fue un aire fuerte que derrumbó las paredes del buen juicio... perdí la razón, luego desperté y era de día, otra vez el sol reinaba en el firmamento. Pero había escuchado su voz blasfema. Fabricó su llamado, su mano se extendió con el pápiro ensangrentado...

Un paseo de recreo por los parajes del averno fueron mis sueños. La estancia en el abismo. Pesadillas sin igual giraron en un frenético vendaval de almas aterrorizadas. La presencia llegó, luego todo fue confuso. Estoy seguro que mi voz surcó los gélidos abismos pero no alcanzó al impávido cielo que nada pudo hacer para liberarme de éste episodio maldito; mi voz me traicionó, dije sí a lo escuchado aquella noche, con ello firme el pacto demoniaco. Un pacto hecho con el único fin de alcanzar la venganza, secretamente anhelada por mí durante muchos años.

Me observaron las gárgolas, fieles sirvientes de esa fuerza que me tomó. Sudé y me estremecí por un martirio indecible, algo hizo arder hasta el último palmo de mi Ser etéreo. Mis gritos quebraron el silencio de la noche; era el dolor del renacer en medio de sulfuros de odio y rencor; rabia guardada en lo profundo del alma... Luego la piedad llegó, perdí la noción del tiempo, la conciencia de mí mismo... llegó luego la tremebunda resaca. Hubo algo que me previno, antes de que me quitara la vida.


No sé que actos viles cometí en esas horas que pasaron y que están perdidas en mi memoria; creí dormir, de hecho, al comienzo de todo, juré ante Dios que sólo se trataba de un mal psicosomático de mis sueños, pesadillas alargadas durante toda la noche.

Soñando con los peores demonios del averno me desperté exaltado una mañana de otoño, noté un hedor nauseabundo proveniente de la sala. Un cadáver, una muestra de que mis sueños no eran sólo eso... Era mi cuerpo inerte, podrido por el toque de lo maligno, el poder del mal había tomado control de mis actos.

Alguien, una presencia, una potencia desesperanzadora y por completo malévola me controló como un titiritero; un ente maligno que halló la forma y el modo de causar daño a Dios y a la raza humana, utilizando un medio por demás simple, llano, y por ende impune. Un demonio que se encarna en la tierra para realizar actos inenarrables de maldad pura, se mueve atravez de mundos, llega a los sueños, a mis sueños, logrando sus propósitos e inyectando terror y angustia a un hombre común, que lo era hasta que Él llegó e hizo su voluntad así en la tierra como...

I
El llamado de la bestia.

Algo se ha roto. La esperanza dejó de ser... En una lúgubre cavidad reposa hoy mi entereza, allí debiera estar también mi corazón; mas no hay nada, nada ha quedado del ser que era. Un grito de furia me despertó, la madrugada se sintió tan fría como una morgue; en ese instante fue cundo la voz grave y cavernosa del ser maligno me habló, susurró pequeñas frases a mi oído, frases que dieron a mi alma atormentada, las repuestas que busqué durante tanto tiempo en las bóvedas inertes de cada cielo, de cada noche. Su aliento vino tibio en un inicio, luego fue helado. De su boca salían grandes blasfemias... y escuché. 

El llamado fue hecho y mi voluntad minimizada; flagelé mis carnes con el dolor de otros y vi en el crimen la respuesta a mis más perversos deseos, esos que se incubaron durante toda una vida de olvido, ignominia y vergüenza. Me hallé caído, frustrado y cortado de las ganas. Vi la displicencia con la que el cielo veía mi padecer. Rogué durante mucho tiempo por salir del atolladero donde la suerte me había metido...

Luego vino el vicio, el dolor sordo, luego la hambruna de fe. Luego la muerte de mi juicio... Finalmente llegó a mí, el mustio susurro de la maldad; quien me conminó a hacer copias infinitas del sufrimiento que se me dio. Una venganza, una ejecución para los inocentes. La voz graznada y cavernosa me habló del mundo inferior, ese donde las cosas suceden sin que haya muchas lágrimas de por medio... Y me fue dado poder, y me dejaron las manos libres para finiquitar la deuda de la vida para conmigo.

Una noche, bebía, fumaba y en medio de estertores del alma me senté a desesperar... Mi alma moría, con ojos rutilantes vi cómo mi imagen en el espejo cambiaba. Me di a la pena, perdí mi cordura y mi juicio se hizo nada; la oscuridad penetró bien dentro de mi ser. Y vi la luz oscura que mana de los ojos del eterno señor de lo hórrido... Escuché, presté atención a su llamado. Fui otro, me hice otro. Él estiró su mano... yo la tomé. Hizo su llamado... yo lo escuché, y lo seguí. Él estiró el pápiro ensangrentado, don más sangre lo firmé.

Todo ocurrió una tarde gris en mi frugal departamento. Veía la televisión pero no prestaba la menor atención al programa que estaba al aire. Tenía una cerveza en las manos y las latas de otras cuantas ya vacías me rodeaban en todas direcciones. Había una botella nueva de tequila en la repisa esperando ser abierta. Cumplía mi cuarto mes de estar desempleado; cargaba sobre mis hombros el inusitado peso de las deudas, el abandono de una mala mujer y la presión familiar. Toda mi existencia era un cúmulo enorme de problemas y luchas internas... ¿Es justo que un hombre de escasos treintaitrés años deba estar condenado a soportar tanto? Un hijo enfermo y en el hospital, sin muchas esperanzas de poder salvarse. Una casa derrumbándose y las cuentas del gas, la electricidad, el auto, y demás por pagar. Y por supuesto sin un centavo. Era obvio que en cualquier instante iba a estallar. Nunca imaginé que lo haría de la forma en que lo hice. Alcé mi voz al vacío de una noche sin esperanza,  sin creen ya en nada aunque... no reparé en el hecho de que en realidad alguien pudiera escuchar mis ruegos; en el cielo o el infierno... y en efecto, alguien los escuchó, alguien que notó mi enojo, mi rabia subiendo por la garganta en forma de ácidos gástricos.    

La noche de esa tarde tenía ya la pistola en la sien, tenía la decisión y el valor para hacerlo. No podía seguir viviendo de la manera en que lo estaba haciendo, debía darme un descanso, aunque fuera del modo más egoísta. Mi dedo acariciaba de manera ansiosa el gatillo, era un hecho, aquella noche me daría muerte... Y esa voz sonó muy en mi interior; fui llenado de odio, de una furia milenaria curtida por los siglos y labrada por el rencor...
La voz aumentó su intensidad hasta hacerse un grito bestial. Lo escuché con atención, mis ojos se inyectaron de sangre y el tiempo se detuvo. Me turbe a un grado pocas veces visto aún en los seres más alejados de la realidad. La locura cambió de rumbo, la ansiedad ahora era por dispararle a alguien más. El maníaco en mí había nacido, alimentado por la frustración, el odio y la rebeldía, Mi condición era insostenible, quise matarme para dar fin a mi miseria... Entonces llegó aquella noche un toque, una voz, una presencia que me daba armas para hacer el mal por el mal recibido... Era el tiempo de devolver a Dios todas las penas que me había dado, todos los ruegos que Él jamás escuchó, o que tal vez a propósito ignoró. Escuché, atento escuche el dictado de esa voz. Odio, odio eterno me era dictado.

...Sucedió una oscura noche. Era verano y afuera llovía; a lo lejos se podía escuchar el ulular incesante de las patrullas en la gran ciudad. Ya era tarde pero seguí viendo la televisión hasta muy entrada la noche, tenía pensado matarme después. El reloj marcó las cuatro de la madrugada y apagué el televisor al mismo tiempo que encendía un cigarrillo. Sabía que si no me mataba esa noche ya me esperaba en la mañana una dura jornada, pero no me importó. Ir a buscar empleo se había convertido en una humillante rutina que si podía, evitaba a cualquier costo. Serví en un viejo recipiente de peltre algo de tequila... mis ojos no dejaban de mirar el brillo del arma que descansaba en la mesa de centro de la sala. Casi de inmediato me invadió la embriaguez. Eso suele pasar, cuanto más bajo está el nivel de ánimo, más rápido hace sus efectos el maldito licor. Me senté en mi viejo sofá y me dispuse a prender de nueva cuenta la televisión; mi mano hizo el esfuerzo por alcanzar el control remoto pero sólo pude tomar el del estero. Escuché un rato la Radio nocturna, un espacio muy especial y diferente. A esas horas la programación parece “humanizarse”, se escuchan los problemas de la gente y los conductores no tienen esa prisa asqueante de otros espacios diurnos. Se le da aliento a las personas que llaman, y los conductores suenan incluso, algo indulgentes y comprensivos; tanto que en cierto momento me sentí orillado a llamar a la estación de Radio para contar mi situación. Pero ¡Vaya!, qué de extraordinario iba a tener mi historia... Tan sólo un desempleado más cansándose de la vida, sintiendo que la esperanza e incluso Dios le ha abandonado; con un arma pegada a la sien, pero sin juntar el suficiente valor para dispararse. 

Levanté el aparato y marqué dos teclas... mis dedos dejaron de moverse y dejé en su lugar el auricular. Serví más tequila en mi pocillo y me dispuse a fumar hasta quedarme dormido en el sofá; para luego tomar la pistola, cargarla con la bala que ya tenía dispuesta y... de hecho recuerdo haber dormitado unos instantes hasta que me quemó el cigarrillo; por poco se me cae de entre los dedos y provoca un incendio... aunque, viéndolo de cierta manera, me hubiese hecho un favor. 

Como pude me levanté y fui al baño, luego de orinar me sentí algo cansado de la incomodidad del viejo sillón al que ya se le asomaban unos cuantos resortes; me acabé de un sorbo la botella de tequila y me eché en la cama sin quitarme la ropa, extenuado por el alcohol entrando como un gran torrente en mi sangre y por ende, en mi cerebro. Todo se me nubló, sentí que toda la habitación daba vueltas y las nauseas fueron muchas como para poder contener el reflujo que ya me invadía la garganta... Vomité en el suelo, un poco más y lo hubiese hecho sobre las cobijas. El impulso de ponerme en pie y tomar el arma se me disipó con los efectos de la borrachera. Ya habría tiempo en la mañana, además, resultaría poético matarme con el alba. 

Como pude me zafé el cinturón y me quité el pantalón; un zapato se me atoró y evitó que pudiese quitármelo por completo. Estaba realmente ebrio, con un dejo de cansancio y menosprecio por todo. De haber tenido más licor en casa, o dinero para comprar más, muy seguramente hubiera bebido hasta morir, y así ahorrarle al casero la limpieza de mis sesos.

En el medio de la nebulosa conciencia de la borrachera alcancé a escuchar un suspiro, un leve sonido que parecía provenir de la sala. Luego una voz suave, cándida me llamó. No supe que hacer, para ese momento ya estaba más dormido que despierto. La voz sonó una vez más y me puse en pie de un salto. Si esto era una alucinación producto de la embriaguez, por lo menos quería asegurarme que así lo fuera. Uno nunca sabe, tal vez alucinaría que me visitaba una guapa rubia dispuesta a regalarme un cheque con varios ceros en la cifra. La voz sonó una tercera vez, en ésta ocasión con mucha más firmeza... Apresuré el paso hasta que llegué al dintel de la sala y el comedor; allí, sentado en mi desvencijado sofá estaba un anciano de apariencia dulzona, que fumaba en pipa y tenía la mirada fija hacia la ventana. Me quedé pasmado ante su vista, de inmediato busque la pistola para defenderme si se trataba de un intruso... Un acto reflejo bastante insulso, tal vez el extraño visitante me iba a hacer el favor de despacharme. El viejo se quedó quieto y su voz de nueva cuenta llenó mis oídos con un matiz acre; entre dulce y perverso: - “No temas, acércate... ¿Acaso, no fuiste tú quien me llamó...?” -        
       




II
La serpiente habló.

Me quedé tieso, no hice ni un solo movimiento. El viejo se puso en pie con pesadez y me dirigió una mirada comprensiva al tiempo que mantenía en su boca una sonrisa. - “Tranquilo” - Me dijo con ese tono acre en su voz. Luego se movió con soltura atravez de la sala y tomó de mi cava una botella de licor, que juro, no estaba allí antes. - “He venido a aliviar tu dolor. En mí está la respuesta que buscas a todas tus preguntas. Vamos hombre, deja de mirarme como si no me conocieras, no soy un extraño, me ves en todas partes. Estoy en todos lados”- Un frío congelante me golpeó el rostro para despertarme de la impresión recibida; de algún modo supe quién me visitaba. Nunca sabré explicar cómo pero lo sabía. Era la serpiente milenaria encarnada en la vetusta imagen de un anciano; su voz acariciaba mi alma al mismo tiempo que la oscurecía.

Sabiendo de quien se trataba no sentí el impulso de huir; mis piernas no obedecieron al mandato de mi cerebro de salir corriendo. Si tenía algo que decir, una oferta que hacerme... Yo quería escucharla. Mi sentí empujado por el recuerdo de la traición de mi ex esposa; vi a mi hijo postrado en la cama del hospital enchufado a mil aparatos para mantenerse “vivo”. Dentro de mí hirvió cada momento amargo, cada derrota, cada deuda, cada caída... Y me quedé...

Amaneció y cerré las cortinas para no permitir el paso de la luz. El anciano se sentó de nuevo en el sofá y su risa malévola me cubrió con un manto de inmensa oscuridad. Luego sonó otra risa, una risa repleta de rencor y rabia. Odio, odio eterno convertido en mordaz himno de batalla. La música que sellaba un pacto... La risa que abría el telón para la primera escena de un episodio maldito.

Durante muchos días con sus noches lo escuché. Sus palabras describían con una exactitud inenarrable cada uno de los sentimientos que tuve. Supo entender mi frustración por la falta de un empleo. Riñó y se ofuscó junto conmigo a la hora en que hablé de mi ex esposa. Vituperio a Dios por la enfermedad de mi hijo. Lloró a mi lado cuando le conté de las golpizas que le daba mi padre a mi madre. Hirvió en su rostro el coraje cuando recordé al sacerdote de mi pueblo natal, y el abuso que cometió conmigo. Gritó hinchado de furia por la violación... Y dio consuelo para cada una de mis penas. Me mostró un mundo diferente, un mundo donde yo podía devolver a cada uno de ellos el mal que me habían infringido. - “Toma el arma, no la lleves más a tu sien. Dirígela a donde deba estar cada una de sus balas. Los testículos del puerco sacerdote... El rostro del amante de tu esposa. A la cabeza del medico que te cobra una millonaria cantidad por salvar a tu hijo. Al imbécil que te defraudó en la campiña donde laboraste. ¡Úsala, pero úsala donde se debe...!”-  Las palabras del anciano me llenaron de una seguridad que jamás sentí. El odio recorrió cada palmo de mi ser y dejé que la rabia fluyera en mis venas tomando el lugar de mi sangre. -“Yo voy a ayudarte... Dios no está aquí ¿verdad? ¿Quién sí está? Quien si no yo ha de llevarte a cada sitio, a cada lugar donde se encuentren para que cumplas tu venganza... Piénsalo, nada me debes si aceptas. Tampoco nada me debes si no es así; a excepción, claro, que en ti estará el remordimiento de no haber tenido las agallas de hacerlo. Entonces... ¿Tenemos un acuerdo?”- Asentí con un leve movimiento. Era hora.

Me quedé dormido y nada más pasó. El anciano se marchó y en mi casa quedó el hedor de su presencia. No lo pensé dos veces y dormí, dormí el sueño de la venganza. Con cada sueño, con cada pesadilla iría cobrando las facturas, las cuentas pendientes... El primero al que visité fue al padre Juan; allá, en el pueblo de mi niñez.

No pude resistirme a la oferta, por fin se iba ha hacer justicia, aunque matizada con la venganza. Ni siquiera luché, mi cerebro ardía y mi corazón no dejaba espacio en mi pecho para mis pulmones. Un gélido viento pareció cargar con mi alma y depositarla frente a un mausoleo, allí comprendí, el maligno me había tocado, era su voluntad que yo cobrara las afrentas de toda una vida. Mi alma se perdió en los abismos y en los parajes de desolación. El toque maligno me hinchaba el alma de odio y rencor para con todo. Dentro de mí lluvia fuego; azufre ardiente quemó mis adentros... no pude resistir ese toque, le permití guiar mis actos.

Una puerta se abrió delante de mí. En la cocina la luz de una mañana rádiente se colaba por algún resquicio. Luego comprendí, era un portal a San Pedro, el pueblo donde nací, el pueblo donde afronté una infame niñez, marcada por los abusos y la estupidez. Mi padre, horrorizado por su condición, me implantó la “obligación” de convertirme en sacerdote para no ser como él, un hombre hundido en los vicios y la violencia. Por tanto me envió desde pequeño al seminario que impartía el párroco, el padre Juan, con quien viví los episodios más humillantes... El muy bastardo me vejaba cuando se le antojaba y me obligaba a sostener relaciones con otros niños mientras él observaba y se excitaba. Luego se bebía todo el vino de la sacristía y me mandaba a casa a punta de golpes. En la casa me esperaban unos cuantos más por llegar tarde. Mi madre me defendía y... bueno, mi madre pagaba caro la osadía.

Ahora, con el poder del eterno señor oscuro, cruzaría la puerta de mi cocina y llegaría a ese polvoriento pueblo, para cumplir un sueño largamente acariciado en mi mente. Cada que tocaba a una mujer venía a mí ese sentimiento de repulsa por el sexo, de inmediato corría a lavarme, echando a perder así muchas relaciones que pudieron prosperar. ¡... Que dulce es la venganza!

Crucé el portal y el anciano apareció detrás de mí. Me bendijo y me dio el arma. - “hazlo bien muchacho, no me defraudes...”- Con la rabia fulgurando en mis ojos me encaminé por el antiguo camino de piedra hasta llegar a la plaza del pueblo y por supuesto... a la iglesia.

Era temprano, acababa de aparecer el sol en el cielo. Las campanas del templo llamaban a la gente. El demonio me tomó de la mano hasta que quedé frente a la puerta; ésta se abrió y a mansalva descargué las quince balas en la entrepierna del padre Juan quien horrorizado me reconoció; en su mirada se vio el arrepentimiento y el miedo que sólo los actos pecaminosos pueden dar al alma de un ser... Reí, eche a reír con todas mis fuerzas; viendo tirado el sacerdote, llegaron a mi mente los nombres de Carlos, Amelia, Jacinto, y demás niños con los que el párroco se divertía y saciaba sus oscuros instintos. Pronto estaría muerto...

Mi ilustre aliado se materializo frente al altar de la iglesia y citó la palabra de Jesús: - “Hay de aquel que escandalizaré a uno de éstos parbulillos... Mas le valiera no haber nacido.”- Luego su risa hizo retumbar el sacro lugar.

El anciano se acercó y me tomó del hombro. -“lo has hecho bien muchacho... vámonos, deja que los puercos terminen de morir en medio de estertores y convulsiones de bestia impura. Finalmente se ha hecho justicia. Recuerda muchacho, la venganza es también una manera de hacer justicia, la justicia que el mezquino cielo no se atreve a impartir...”-

Guardé la humeante pistola y caminamos. Nos pedimos en el cerro hasta que llegamos a una cabaña muy vieja, él abrió la puerta y estabamos de vuelta en mi cocina. Luego de tomar una cerveza de las muchas que colmaban mi refrigerador, el anciano hizo un movimiento y se despojo de sus ropas, quedando frente a mí como una hermosa mujer de caderas abundantes y pechos gigantes... Su voz resonó en toda la estancia con un acento de mujer fatal: - “ Toma un bocado muchacho, que va siendo hora de visitar a esa persona que tienes mucho de no ver. No, no me mires así, aceptaste el trato ¿no? Es hora de visitar a tu padre, él es el siguiente...”

Él, ataviado en su forma de mujer engatusó a mi padre quien se embriagaba en una cantina. Vi a mi madre llorando y gimiendo de desesperación. Habían pasado diez años desde que salí de la casa para no volver y mi padre no había dejado de beber ni de golpearla cada que se le antojaba.

Mi benefactor le tendió una trampa. Se hizo pasar por una prostituta dispuesta a no cobrar... Lo llevó hasta un hotel de paso donde yo ya le esperaba con una botella y un juego especial... No me sentía con las agallas para dispararle. Con ayuda de mi señor oscuro lo obligaría a suicidarse... Y lo hizo, después de un largo y feroz ataque psicológico. Le dije unas cuantas verdades y lo deposité en el suelo de la vergüenza. Le conté lo que me habían hecho en la iglesia y lo que le pasaba a mi hijo sin que él se inmutara siquiera. Finalmente le presenté a mi buen señor... Quedó hecho pedazos. Puedo afirmar con orgullo que me rogó que le disparara. Él lo hizo, lo hizo el muy desgraciado. “Chilló como una niña...” así me decía él cuando yo lloraba por que golpeaba a mi madre.

Mi venganza se prolongó por semanas, meses y años. Visité a todas las personas que me las debían. Tremendo susto se llevó mi ex esposa y su amante cuando encendieron la luz de su recamara y encontraron múltiples amenazas escritas con sangre en las paredes de su habitación. Ambos rogaron clemencia cuando deslicé el cuchillo por sus gargantas mientras mi señor les mostraba “su mejor cara” la real, la de eterno amo de las adversidades.

Mi sed no se saciaba con nada, hice pagar hasta al chofer del taxi que no se apresuró lo suficiente cuando llevé a mi hijo al hospital... Por su culpa Marcos tuvo daño cerebral irreversible. ¡Maldito! Le hice suplicar desde el acantilado donde finalmente lo dejé caer... Cuando observé su cuerpo despeñándose recordé con febril vivacidad su actitud altanera y soez cuando le pedí que se diera prisa... Pagó caro su falta de humanidad.

La noche llegó y todas mis afrentas fueron vengadas... Le pedí a mi señor un descanso, di por terminada mi tarea. Él pedía más sangre, más llanto, más vergüenza contra Dios. No me negué...




III
Campanas del Infierno.

La calma llegó. Tranquilamente me quedé dormido, sabiendo que tal vez la muerte me esperaba luego del episodio vivido. Me quedaba un esbozo de conciencia, y lloré, no por que me arrepintiera de haber cometido tantos crímenes, ni siquiera por haber aceptado el pacto con el diablo. Más bien lloré por que descubrí que de nada había servido mi venganza, el dolor seguía allí, martirizándome y sumiéndome en los negros fangos del rencor.

La presencia maligna se volvió a manifestar con frío y hedor a carroña. El anciano fumaba nuevamente su pipa en mi sofá. Su voz sonó esta vez gutural y cavernosa, ahora hablaba el dragón, ya no la sutil serpiente: - “Bien muchacho, lo hiciste bien. Aunque me lastima que no hayas terminado lo que empezaste... Me hubiese gustado que mataras más, que me ayudaras a avergonzar todavía más al puerco cielo. Pero bueno, hicimos un trato y, muy por el contrario de lo que se habla de mí, respeto los términos en los que quedamos. Nada me debes. Me voy, y te dejo justo como te encontré. Lo siento mucho, el único poder que no tengo es el de vencer a la muerte... Ella te espera. Te veo después, aunque... de una manera, mucho muy diferente”-

La infame criatura de odio se desvaneció, y con ella el hedor y la rabia, el frío y la tormenta de mi alma se apaciguaron. Me quedé profundamente dormido... La muerte me reclamaba. Pero una fuerza diferente estaba por visitarme ahora.

A lo lejos se escucharon las campanas de la iglesia cercana a mi hogar. Sentí como el alcohol se llevaba mi vida. Escuché, ya en el dintel de la muerte, la dulce voz de una niñita que me habló desde la cocina. Contrariado y sin fuerzas me acerqué; delante tuve la figura de una criatura hermosa pero algo triste. Se presentó enseguida como el alma de mi hijo, avisándome que éste había muerto ya. La niña irradiaba luz, calma, paz. Lloré, pues así como supe de inmediato quién era el visitante oscuro, también supe que la nueva visita decía la verdad. Lloré como se llora cuando todo se ha perdido en definitiva. Quise traer de vuelta el rencor que la bestia me había enseñado, pero los brazos de la dulce niña le impidieron a la cólera volver a situarse en mi corazón. En cambio me inundó la luz, el aroma a campo fresco y a flores hermosas... me abrazó y con su tierna voz dijo: - “No llores más, ahora ya descansé papito...”- Sentí como mi alma abandonaba mi cuerpo, fue entonces cuando supe que no había estado soñando; tirado en el suelo de la sala estaba mi cuerpo, tinto en sangre, con los sesos regándose por el piso, me había disparado, supongo, al saber de la muerte de mi hijo. El ser oscuro mi visitó aprovechando mi trance entre el mundo de los vivos y los muertos. No supe más nada, me perdí contemplando la figura de la niñita dulce... Después, sería hora de encarar las consecuencias. 

Las puertas del averno se abrieron y ocho campanadas lúgubres sonaron desde alguna parte... La niña se desvaneció junto con el olor a flores y hierva fresca; toda mi casa quedó sumida en tinieblas, el frío lo cubrió todo. Era el momento de pagar por los crímenes y los pecados cometidos. Sólo en esa hora final comprendí que las penas y las amarguras de la vida no son pruebas en un juego sádico, más bien se trata de armas de las cuales se vale Dios para escoger a sus soldados mejor capacitados para pelear por la luz y el amor; yo fallé. La nenita reapareció como única fuente de luz en medio de tanta negrura, me miro y dijo: - “Las almas de los que mataste ahora descansan, todos fueron perdonados por que Dios perdona al converso, al que se arrepiente, al que alumbra su corazón aún estando en la más profunda oscuridad”-

...Se me otorgó un último acto de clemencia. El alma pura de mi hijo muerto intercedió para que mi alma no cayera en el averno; en el espacio oscuro, en el lugar donde no se puede estar más apartado de Dios y su gracia. El páramo donde ningún amor crece, donde tan sólo la rabia, el rencor, la ira, y el odio prosperan y se multiplican. Mi hijo descansaba ya; y su buen alma había buscado la mía, la intuyo herida por el enojo, supo que el padre de lo hórrido me había seducido para cometer actos de venganza que de todas maneras no trajeron alivio a mi dolor...

Se me dio una única y especial oportunidad de enmendar mis actos... Se me devolvió al momento, a aquella noche de verano. De pronto me vi de nuevo en mi sala consumiéndome por la frustración y el desencanto; volví a sentir todo el dolor por el abandono de mi ex mujer, la procuración por el desempleo y las deudas... La impotencia de no poder salvar a mi hijo de su terrible enfermedad, hizo arder mi alma de nuevo. Me aterré y temblé a la vista de mi billetera vacía. Encontrar empleo fue de nuevo mi dolor de cabeza. No recordé nada de lo ocurrido... Fue como si jamás hubiese venido esa serpiente a hacer su pacto conmigo. Mi mirada estuvo fija en el arma, y mi boca saboreaba el amargo sabor de la derrota y la preocupación en un pocillo de peltre repleto de tequila.

Mi frente mostraba las gotas de un sudor frío que me invadió a la hora en que me pasé a mi cama estando completamente ebrio. Quise pero no pude quitarme el pantalón, se me había atorado un zapato... Todo estaba volviendo a ocurrir, volví a esa noche de pesadilla; en mi mente estaba la idea de lo poético que resultaría matarme con el alba.

Esa fue mi prueba para salvarme. El alma de mi hijo que ya descansaba intercedió para que se me diera una nueva oportunidad. Volví al inicio de mi caída... Escuché esa voz sutil, acre, mezclada con dulzura y maldad. Escuché al anciano que fumaba su pipa en la sala. Su voz me llamaba, quería ofrecerme un pacto... La indignación me empujó a hacerle caso. Quise ponerme en pie; el dolor por la traición de una mala mujer, la enfermedad de mi hijo, el desempleo de cuatro meses; las deudas, mi infancia atroz... Todo me empujaba a seguir la voz que me llamaba para ofrecerme la justicia de la venganza.

La dulce niña, el avatar del alma pura de mi hijo me miraba desde el espejo de mi recamara... Susurro algo, una palabra que me dio la clave para sortear tan dura prueba. Ella solamente dijo: - “Duerme”- La voz malévola del señor del páramo me llamó por tercera vez con insistencia y rabia. Tuve la respuesta... miré por último la dulce imagen del alma de mi hijo; la encomendé a Dios al tiempo que me persigné y me quedé profundamente dormido, buscando descansar lo más posible para salir temprano a buscar empleo y hacer los arreglos del funeral de mi bebé... La voz del maligno siguió llamando, sus campanas infernales demandaban mi presencia; pero fracasó, no asistí a su llamado, tan sólo me dormí, tan sólo... no lo escuché.                












Brujas.

Mi primer acercamiento con lo verdaderamente fantástico no tuvo, para nada, rasgos de ser algo agradable. Con horror ahora sé que cualquier persona está expuesta a cruzar la frontera que hay ente la realidad y cosas que fácilmente pueden hacer enloquecer al más cuerdo. Haciendo una retrospectiva, era yo tan sólo un niño, fácil de impresionar. Pero los hechos vividos en mi infancia me han hecho ver que no hay imposibles; que hay un mundo oculto, un mundo mucho más terrible que cualquier fantasía. En el mundo actual es constante el bombardeo con información de ese tipo en los medios de comunicación. Revistas, periódicos, la radio y sobre todo, la televisión y el cine se han encargado de hacer un uso excesivo y hasta exagerado de dichos temas para hacerse de espectadores. Pero aún con las super producciones, efectos y demás artilugios tecnológicos, se encontrarán siempre, muy atrás de los hechos verdaderos... La verdad es demasiado terrible para contarse en una pantalla.

En la vida cotidiana esos temas se dejan más bien para la platica desenfadada, para la chorcha en las reuniones. Algunos, muy contados científicos dedican su trabajo para dar explicación racional a los fenómenos que la ciencia todavía no ha podido resolver. Pero son pocos y sus investigaciones, la mayor parte de las veces, los conducen a desenmascarar charlatanes antes que encontrar algo realmente fuera de los cánones de lo “normal” Ese mundo sabe ocultarse, sabe disfrazar su maligna naturaleza como fenómenos, casualidades y eventos que la lógica no entiende, pero que extrañamente, pasan de largo sin arraigarse demasiado en el pensamiento colectivo.

Las oscuras puertas del averno se abrieron una noche. Un grupo de niños inocentes presenció el momento en que los fuegos eternos iluminaron el cielo nocturno, el momento en que las hijas y concubinas del demonio, hicieron su arribo, volando como aves rapaces. En la supuesta tierra de la razón, el mito, la leyenda, la superstición... se hizo.

I
Voces del ayer.

Hace años, en mi niñez, me crié en medio de historias fantásticas y mórbidos cuentos de brujas, enanos come niños, y demás supercherías para asustarnos y obligarnos a ir temprano a la cama. Mi abuelo materno vivía en un solitario paraje a unos diez kilómetros de toda civilización; era un sitio de ensueño.
La vista estaba tapizada de sauces, había pájaros de todos tipos y se respiraba un aire tan distinto al de la ciudad que no lo pensábamos dos veces para pasar en aquel lugar la mayor parte de nuestras vacaciones. Una docena de chamacos dándole lata al abuelo durante todo el verano. Mis primos y mis hermanos, niños todos, disfrutábamos mucho la estancia, a pesar del trabajo campestre. 

Era una perfecta cofradía donde el sexo o la diferencia de edad no existía, todos éramos miembros, todos desempeñábamos un papel vital en la realización de las aventuras o las misiones. Dos niñas y diez niños; un cumulo de desvergonzados escaladores de montes o perturbadores profesionales de animales de granja. Había que poner un control a tan desordenado grupo de pre-adolescentes; el abuelo escogió el recurso más a la mano, el recurso del miedo y la leyenda...

Cercana a la vivienda del abuelo se encontraban las ruinas de lo que parecía una enorme hacienda; la casa de adobe estaba a punto de venirse abajo, pero ese inmueble le dio al abuelo toda la ayuda que necesitaba para poder controlar a la docena de chamacos... Nos habló, como sólo lo saben hacer las personas mayores, acerca de una tragedia ocurrida en esa casa, la esposa del hacendado había hecho pacto con el diablo, se convirtió entonces en una bruja. Venganza era lo que la mujer buscaba, se había transformado en esa abominable criatura, mezcla de guajolote y mujer, para atacar a los hijos ilegítimos de su marido. El resto se pierde en el tiempo; el diablo le concedió su petición, a cambio ella no debía distinguir entre los niños, sólo debía atacar a cuantos viera... Lógicamente las palabras del abuelo nos llenaron de terror; yo era el más pequeño de aquel grupo, pero no el más asustado. Si hubiesen visto a Rocío, por poco se desmaya.

Por lo tanto las noches se volvieron sepulcros. Todos los niños nos quedábamos callados a la hora de ir a la cama. Recuerdo que mis ojos se movían involuntariamente y que podía escuchar los latidos de mi corazón. En el cuarto sólo se escuchaba la respiración entrecortada de mis acompañantes... En donde dormían Carmen y Rocío, bueno, en ese cuarto sólo se oían los pequeños sollozos de Rosy, y los intentos infructuosos de su hermana para calmarla.

Come es de esperarse la obstinación de los niños llega a salir de los cánones de la razón... una noche, cansados de sentir miedo, despertamos al abuelo y le pedimos nos guiara en una expedición, iríamos a cazar brujas... si es que había en verdad brujas en aquel paraje rodeado de sauces, riachuelos y lagunas para riego. El abuelo esbozó una leve sonrisa al tiempo que se puso de pie, en el patio nos fabricó unas antorchas con trapos y petróleo, echó una carcajada al notar la determinación que había en nuestros ojos... cuando entregó las antorchas a los más grandes del grupo nos dio la bendición y nos dijo: -“Como en los tiempos de la inquisición, hagan el trabajo de Dios, busquen y destruyan...”- Luego rió a carcajadas, el abuelo se estaba divirtiendo. Rocío no dejaba de llorar, había pánico en su mirada, de última hora el abuelo accedió a acompañarnos en nuestra malévola tarea, obligado mayormente por el terror de Rocío. El sendero que conducía a al vieja casona se me hizo más largo de lo normal; durante el día nos atrevíamos a acercarnos, no así de noche; inclusive, al caer la tarde, nos alejábamos lo más posible de la construcción en ruinas.

Fue en ese instante cuando los bordes de la realidad cayeron con el estruendo de una ola gigante... en las alturas del cerro vimos unas pequeñas luces, al principio pensamos se trataba de un par de antorchas, alguien nos acompañaba en la batida... luego vimos como crecieron considerablemente, elevándose al mismo tiempo del suelo del cerro, volaron sobre él en semicírculos. El terror nos invadió a todos cuando fue notorio que descendían por el valle acercándose peligrosamente al grupo; durante todo eso el abuelo permaneció inmóvil, como una pantera agazapada esperando el momento para actuar, su respiración era tranquila pero se notaba que la inquietud de los niños lo inquietaba también.

Las luces crecieron a tal grado que fueron del tamaño aproximado de un automóvil compacto, al menos eso es lo que el miedo me ha permitido recordar. Cuando estuvieron más cerca pudimos apreciarlas como un par de bolas de fuego verdoso, encandeciendo en la nada; como si se tratase de seres actuando con voluntad propia. El abuelo estuvo tranquilo, pero se denotó el primer rasgo de miedo en él cuando las bolas se acercaron todavía más, sobrevolando nuestras cabezas... el caos, el pavor, la apoteosis se apoderó del grupo cuando las bolas pasaron rozando nuestros cabellos, en ese momento las antorchas se apagaron con un soplido del viento enrarecido por la presencia que nos encaraba. El viejo gritó, conminándonos a no separarnos; pero su intento resultó inútil, todos colegimos que el peligro era demasiado... corrimos, corrí yo también hasta caer exhausto, unos cuantos llegamos a la casa y nos guarecimos como ratas asustadas en las habitaciones... otros corrieron en dirección opuesta; entre esos estaba Rocío... Nunca la volvimos a ver.

Los gritos de aquella noche aún retumban en mis oídos, son esas voces las que no me dejan estar tranquilo. Las voces del ayer que el abuelo tampoco pudo hacer callar. Lógicamente el viejo quedó devastado, nunca pudo terminar de explicar a mi tío que fue lo que le sucedió a su hija. A cambiado mil veces de historia, que si se la llevó un hombre a caballo, que si se cayó al acantilado del río seco. El caso es que policías y voluntarios del municipio la buscaron hasta por aire con una avioneta de fumigación, nada hallaron, han pasado cerca de veinte años, mi prima nos dejó para siempre; y muy en lo profundo de sí, mi abuelo sabe perfectamente qué fue lo que le ocurrió...

La vida siguió y cada uno de esos niños se ha convertido en adulto. Carmen, la hermana de Rosy se hizo monja y la vemos muy poco. Los demás chavos ahora tienen familia y trabajo, han hecho una vida común, creo han resuelto no pensar más en los acontecimientos. Sólo yo sigo aferrándome al pasado.

Cuando recuerdo el fuego verde de esas bolas incandescentes, recuerdo una risa que estoy seguro nunca se escuchó; es como si supiera quien se llevó a Rocío, como si supiera donde está...

II
El encuentro.

Los años se fueron y con ellos el abuelo... Falleció a los noventa años, lucido, sin enfermedades y en su cama, una muerte digna me atrevería a decir, a no ser por sus últimas palabras que fueron: -“Encuéntrala...”-

Cada que tocaba el tema con mis primos se molestaban y evadían la conversación. Algunos incluso me retiraron el habla. Sé que el temor es grande en ellos, lo sé por que sigue siéndolo en mí. Rara es la noche en la que puedo conciliar bien el sueño, habitualmente me levanto en la madrugada, miro la ventana y parece que algo o alguien me llama...

Durante años me enfoqué en trabajar y en hacer una vida normal en la ciudad, pero a la muerte del abuelo no pude resistir la oferta de ser el albacea del rancho hasta la lectura del testamento. Sin mediar palabra con mis padres les dejé una nota y partí; el corazón me daba saltos espasmódicos y me temblaban las piernas, pero junté todo mi valor y me encaminé. Durante el trayecto mi mirada no pudo apartarse de los altos cerros y de los pinos de la zona, me iba apartando cada vez más de la ciudad y el miedo me consumía. Pero también creció en mí el deseo irrefrenable de ir en busca de la verdad, por terrible que ésta fuera.

Llegué al medio día, todo parecía más triste, más desolado, ya no estaba aquel esplendor ni esa frescura en los campos. La mayor parte de los sauces estaban secos o muriendo; las lagunas desecadas o invadidas por plaga acuática. Un espectáculo por demás ruinoso.

Lloré al entrar a la casa, podía escuchar el eco de las carcajadas del abuelo y el bullicio de la docena de chamacos alocados, viviendo el momento ensoñador de la infancia. Los años se habían llevado todo eso; creo que el abuelo se cansó de esperar la vuelta de aquellos días...

Limpié las lágrimas y extendí mis mantas, me senté a comer y esperé el resto del día. Me asustaba la posibilidad de la noche, pero en el fondo era lo que más deseaba, en mis entrañas se revolvía un deseo obstinado y terco, muy parecido al de aquella noche, cuando nos cansamos de tener miedo y decidimos salir al encuentro de aquello que nos hacía temer. La única que pensó que era una locura fue Rocío... Debimos hacerle caso. Esa noche, siendo sólo unos niños descubrimos por qué el ser humano le ha temido a la oscuridad siempre, por qué se guarece en cuanto las sombras invaden la tierra. Rosy debe saberlo mejor que nadie. Ella fue la única que no deseaba salir, ella quiso quedarse, pero la obstinación del voto mayoritario la pusieron en el infierno que muy seguramente ha vivido todos estos años.

Las horas pasaron lentas, me aboqué a hacer tiempo limpiando y ordenando las pocas pertenencias del abuelo. Cuadros y adornos, una mesa rota y polvorienta, una cocina llena de hollín y demás cosas que más valía tirar, pero eran del abuelo, eso no me tocaba a mí.

Descubrí en el altillo un montón de costales de maíz, de inmediato los cargué uno por uno a la camioneta, fui al pueblo y los vendí. De que se los comieran las ratas, a tener algo de dinero, bueno no lo pensé dos veces. En el molino donde los rematé me quedé a recibir las condolencias de parte de varios amigos del abuelo; molieron el maíz y me entregaron una caja de zapatos muy vieja, el ayudante del molinero me dijo que venía en uno de los costales, juró que no la vi antes, y revisé uno por uno.

Di las gracias, recibí mi dinero y me fui a la casa, intrigado por el contenido de la caja. Estaba muy bien amarrada con lazo; eran cerca de las cuatro cuando llegué por fin. Encendí un fuego y me senté a comer, abrí la caja y su contenido me sorprendió; en su interior había cerca de cien cartas, todas escritas por el abuelo, con diferentes fechas de diferentes años, ordenadas así, de la última a la primera. La que estaba hasta arriba tenía una fecha de Enero, el abuelo debió escribirla antes de morir... Todas las cartas iban dirigidas a la prima Rocío, eran un acto de alivio y contrición para el viejo, supongo.

No me atreví a leer todas; las saqué y escogí la de hasta el fondo, tenía fecha de Octubre de 1975, hacia más de veinte años... una fecha muy cercana a la noche en que desapareció Rocío. Fue la única que leí, por respeto al abuelo y a su pena. Estoy seguro de que siempre se sintió culpable. Escribirle a una ausente le aliviaba un poco el peso de haber tenido miedo, sé que lo tuvo igual que todos nosotros. En la carta se lee:

Es ésta una noche terrible. Te perdí querida nieta, perdóname, tuve mucho miedo, quise que tus primos no corrieran y me olvidé de ti. Cuando la oscuridad nos cubrió a todos, y esa risa rechinó en mis oídos, no pude hacer nada, me paralicé de terror. Siempre jugué con estas cosas, hoy he descubierto que de juego no tienen nada... te has ido, esas cosas te llevaron y no sé que le voy a decir a tu padre; él te dejó conmigo sabiendo que iba a cuidarte bien. Le fallé a él, a ti, y a mí mismo. No he podido dormir, de sólo imaginar lo que pudo haberte ocurrido... Tus primos duermen ahora, pero todos lloraron mucho cuando les pedí que se acostaran, que yo iba a salir de nuevo a buscarte. Me han prometido que mañana vendrán unos hombres del municipio a ayudarme, pero eras mi responsabilidad. Juro por Dios que si esas cosas te lastiman yo...

No pude seguir leyendo, las lágrimas me nublaron la vista... además se estaba oscureciendo. Mi abuelo luchó desde el primer día por encontrar a Rosy, no se rindió nunca, estas cartas fueron como su bitácora de guerra, tuve que leerlas todas para saber que tanto investigó y si halló respuestas. La muerte lo sorprendió sin que pudiese cumplir su promesa... Soy su heredero, por tanto me correspondía seguir con la tarea.

Aquella noche extendí una bolsa de dormir cerca de la ventana de la sala. Era el sitio perfecto para vigilar a la distancia la vieja casona que aún se erguía entre los sauces. La casa que en mi niñez fue el motivo para todas mis pesadillas. Quizás no había razones para vigilarla, pero un escalofrío me recorrió entero cuando llegué y la vi luego de casi diez años. Lucia mucho más lúgubre, como si escondiera de mí un secreto largamente guardado.

De cara a la ventana encendí un cigarrillo en medio de la oscuridad. Mis ojos se nublaron de nueva cuenta con las lágrimas que el miedo y la melancolía hacían surgir. Mi pobre prima... Escudriñe en las sombras algún hecho inusual. Nada sucedió, apenas y se escucharon unos ladridos lejanos. Me fui quedando dormido repitiendo en un absurdo soliloquio: “Abuelo, abuelo, ayúdame...”

III
El viento.

La madrugada me recibió con su helado vaho y su olor a fresca pradera. Ya había olvidado el inusitado frío de las mañanas en ese rancho. Con el dinero que me dieron por los costales de maíz me financié un opíparo desayuno en el mercado del pueblo. Decidí ir a pie y ver los alrededores, tenía cerca de diez años de no caminar por esos campos de maíz y sorgo, por los caminos de terracería y por los senderos infranqueables por la plaga.

Por fin, al llegar al pueblo, me senté a desayunar en un pintoresco puesto de quesadillas y antojitos. Me empiné un vaso de atole y me dispuse a degustar mis alimentos. La conversación de la señora que atendía el puesto con otra mujer que pasaba, camino al mercado, me dejó pasmado, casi a punto de ahogarme con la bebida que ya bajaba por mi garganta. -“¡Oyó doña Lourdes lo que pasó en San Rafael... encontraron a varios animales muertos, destazados... todo bien feo..!”-

Con prisa deglutí algunos bocados para salir enseguida rumbo a San Rafael, un pueblo vecino. El comentario de la señora me había puesto en alerta... De haber sido un perro o coyote el que atacó a los animales, le gente lo sabría, los tramperos y ganaderos conocen muy bien las costumbres de esos animales. El asombro en los gestos de las señoras indicaba que algo fuera de lo común estaba ocurriendo... Tenía que ir de inmediato.

Para las cuatro de la tarde ya había visitado a varios rancheros que accedieron a mostrarme los restos de sus animales. Tenían los cuellos cercenados y arañazos por todo el cuero, como si hubiesen sido atacados por un animal mucho más grande, pero, ¿qué podía ser más grande y más fuerte que un toro cebú de setecientos kilos?

Hice amistad con un ranchero a las afueras del pueblo, le pedí alojamiento; esto me permitiría estar cerca si algo sucedía de nuevo... El hombre me acomodó en el establo. Estaba tan obstinado en descubrir algo que no me importó dormir en una cama de paja entre ovejas y vacas. La madrugada llegó algo fría, no pude dormir en toda la noche esperando escuchar algo, por lo menos el azoro en algún rancho vecino. Pero nada, la noche fue quieta, silente, como si el viento aguantara la respiración. No tuve suerte; me aboqué a dormir cuando el cielo espesó a clarear. Las estrellas palidecieron en un gris amanecer; los eventos paranormales esperarían hasta otra ocasión.

A las nueve tomé vereda para irme del pueblo; era mucho el camino pero lo desandaría sin prisa. Mi investigación durante el día quedaba reducida a platicar con los locales para enterarme de los eventos fuera de lo habitual que hubiesen ocurrido en fechas recientes.

Pronto quedó atrás el bullicio de las empedradas calles y el camino se convirtió en un estrecho sendero que discurría entre magueyes y pinos. Súbitamente el camino se inclinó en una hondonada, rocas y maleza reseca adornaban el pasaje... de la vaguada emergí a las faldas de un cerro cercano, era el antiguo cerro de donde habíamos visto esas luces descender veinte años atrás. No me alegré demasiado al contemplarlo. Un escalofrío me recorrió al ver en la altura los enormes pinos oscuros como la noche, un temblor me pasó por la espalda, al tiempo que un tenue soplo me acarició el rostro, era un viento helado, distinto en algún modo a la cálida brisa que había sentido durante mi caminata. Toda una cara del cerro estaba cubierta por ese espeso bosque... los pinos oscuros y tupidos... un escondrijo perfecto para cualquier clase de alimaña, aún con la luminosidad del día, entre esos pinos, la luz quedaba reducida a mero recuerdo.   

Seguí caminando por espacio de dos horas. Me detuve en una frugal casona en las faldas del cerro, ahora me encontraba en la cara despejada del mismo; en esa casa estaba improvisada una tienda, allí compré un par de viandas para comer y aproveché para charlar un poco con la persona que me atendió. Era un anciano que dijo llamarse Andrés, vivía con sus hijas y uno de sus nietos, el hombre denotaba los rasgos característicos de una vida dura, los pliegues de su cara daban prueba de las largas jornadas en el campo. Había llegado a esas tierras siendo un niño, desde mucho antes de que se fundará el pueblo. Si había alguien que pudiera darme información acerca de los sucesos de la región era él.

El hombre se sentó y jalando pesadamente un diminuto banco me invitó a hacer lo mismo; del bolsillo de su camisa de algodón sacó un paquete de cigarrillos sin filtro y me invitó uno, luego se tiró hacía atrás y jaló el ala de su sombrero de paja, se veía realmente mayor, cercano a los cien años. No esperé más y le lancé la pregunta, fui lo más claro posible, no estaba para rodeos...  -“Ha vivido usted casi toda su vida en éstas tierras, quiero suponer que usted es la persona más adecuada para ponerme en claro ciertos acontecimientos de mi infancia... ¿Ha visto usted las bolas de fuego en la punta del cerro... conoce usted la leyenda de las brujas...?”-

El ranchero tardó en responder, dio un profundo suspiro y jaló varias veces de su cigarro, consumido por una angustia que se podía notar en un ligero temblor de sus manos. Me miro con la cabeza baja, la sombra de su sombrero cubría sus ojos, pero pude divisar en ellos una chispa de asombro, como si nunca nadie le hubiese hecho esa pregunta. Luego, con el humo todavía saliendo de su boca comenzó a hablar: - “Antes que nada quisiera darle mi pésame joven, conocí a tu abuelo, jugábamos cartas en la cantina de Juan el herrero, ahora déjeme responder a su pregunta... Llegué a estas tierras en 1926, mis padres huían de la persecución de Cristeros en mi pueblo natal en Jalisco; se encentaron aquí. Luego supimos que habían matado al tío Rufino en el ataque a Huejuquilla. Para entonces dimos por perdido el rancho y mis padres se resignaron a quedarse”- Hizo una pausa para tomar aire, yo apenas podía entender lo que me decía, ya casi no tenía dientes y su acento me descontrolaba un poco, luego prosiguió: -“Déjeme decirle joven, que en mis casi noventaitrés años he visto y sabido cosas que harían que hasta el más valiente se meara en los pantalones. Allá en mi pueblo y aquí he visto desaparecer desde conejos, vacas, toros de engorda y hasta gente... Na´más figúrese, era el año de 1957, estaba la cosecha, ese año llovió muy bien. En ese entonces trabajaba como peón para un ganadero muy influyente, amigo del gobernador. Ya era tarde pero la gente no había terminado la pizca, ya hacía reteharta hambre, pero el patrón no nos permitía irnos sin entregar el jornal completo. Iba cayendo la noche cuando vimos esas bolas de fuego verdes que usted llama brujas, la gente se asustó y empezaron a correr pues las luces descendieron de lo alto del cerro aquel”- La mano del hombre señaló el cerro cubierto de pinos que había pasado de camino a la vieja casa del abuelo, antes de toparme con él. Su relato me tenía como hipnotizado.     -“Sí joven, aquella tarde tres niñas desaparecieron, eran las hijas de doña Lucha, ella trabajaba haciendo el nixtamal...”- La voz del anciano se apagó, tiró el cigarro en la tierra y lo pisó con su humilde guarache. El hombre sobó su pierna en franco ademán para hacerme ver que estaba cansado. Me puse en pie y me despedí, agradeciendo el relato, el hombre me miró con la ternura de un abuelo y se levantó el sombrero, parecía ansioso de que me fuera, como su hubiese dicho algo que no debía.

Pude darme cuenta de que la tarde comenzaba a hacerse naranja, eran la cinco y media pero el cielo ya palidecía en una tarde de hermosos colores pastel, unas cuantas nubes ponían el contraste en el claro firmamento; algo que sólo se puede disfrutar en la provincia. Apresuré el paso para que la noche no me sorprendiera en el camino; el relato del anciano corroboraba la inusitada historia de las bolas de fuego verde... las brujas. Mi abuelo siempre habló de ellas como un cuento, una alegoría fantasmal para ponernos en orden. No es que dudara del hecho, sé que fue real, era más bien que había pasado tan rápido y hace tanto tiempo que empezaba a considerar la posibilidad de la sugestión. Nunca supimos del paradero de mi prima y con los años comencé a tratar de darme explicaciones que empataran con la lógica, pensé que sólo éramos unos niños impresionables, pensé en la posibilidad de que Rocío, en medio de la confusión y el azoro, hubiese llegado a alguna casa donde jamás le permitieron regresar... quizás cayó en la barranca, quedando atorada en una saliente que resultara inaccesible. Pero ahora, el vívido relato del viejo me dejaba en claro que era verdad, era verdad que algo terrible y extraterrenal había raptado a Rosy esa infernal noche.

Como si de pronto la tierra hubiese dado un giro de más, un gélido viento comenzó a resoplar, los colores vivos del cielo se apagaron con las negras nubes que lo cubrieron. Aún estaba algo lejos de la casa y un creciente temor se apoderó de mí, me tenía muy impresionado el repentino cambio del clima.

La noche se apresuró e igualmente lo hice yo también, era evidente que algo raro estaba pasando, de un momento a otro lo que era una tranquila tarde se estaba convirtiendo en una tormentosa noche. Podía sentirse en el aire la presencia de fuerzas desconocidas y terribles. Casi sin aliento corrí por entre la maleza, esperando divisar ya el techo de la antigua casa del abuelo. El viento era más bien un sabueso que me perseguía y me golpeaba con sus ráfagas heladas; algo o alguien muy poderoso estaba enfadado. Con lágrimas de terror en los ojos hice un final esfuerzo por seguir corriendo, las piernas me dolían y el miedo me hacía cada vez más torpe en medio de la creciente oscuridad. Una lluvia copiosa se desparramó del ennegrecido cielo y los relámpagos no se hicieron esperar. Estoy seguro de que grité al sentir la torcedura en mi tobillo, pero no me detuve, continué mi pesarosa carrera hasta tener a la vista el alto techo de la casa. Al verlo todas mis fuerzas fueron regeneradas, sin esperar nada entré y atranqué la puerta, cerré las ventanas y me metí en el tapanco lleno de un miedo como el que jamás había sentido. En aquel lugar, entre montones de costales vacíos, me acomodé y escuché a la tormenta caer con una furia inusitada. Me encogí de píes y hombros como un niño, presa de un pánico terrible, sabía que un poder fuerte y aterrador estuvo a punto de pescarme con ayuda del endiablado viento. Pasé allí la noche, fumando como un condenado a muerte, rezando todo lo que me acordaba y tiritando de frío... Sólo se podía oír el rugido del aire golpeando la casa como si quisiese volar el techo; como si cientos de miles de cuervos sobrevolaran la propiedad buscando un resquicio por donde colarse. Pude sentir en medio del torrencial aguacero la presencia maligna del ojo que lo observa todo, el ojo de la maldad pura, el ojo de la bruja...                        

IV
Aquelarre.

En la mañana me apresuré a ir al pueblo, seguramente se comentaría algo. La formación tan repentina de la tormenta debía tener repercusiones en las habladurías de la gente. Cuando llegué había toda una romería, las personas estaban congregadas en la puerta de la casa de don Salvador. Me acerqué lleno de la usual curiosidad del fuereño. Las mujeres rezaban entre sollozos y los hombres cruzados de brazos se mantenían sentados en las muchas sillas dispuestas en el patio. De los presentes allí pude distinguir a don Andrés, quien platicaba con su peculiar estilo con el dueño de la casa. Me acerqué, abriéndome paso por entre la multitud, pude llegar hasta ellos. Don Andrés se sorprendió al verme, se puso en pie y me dio un jalón, evidenciando que no quería que don Salvador oyera lo que iba a decirme: - “¡Hay mi´jo, ora si está retefea la cosa, afigurate que la tormenta se llevó a una de las nietas de don Chava, es horrible hijo, sólo tú y yo sabemos de quién se trata, aquí todos creen que jue el viento..., no, tú y yo sabemos quién lo hizo, pero no digas nada, yo ya me arriesgué mucho hablando contigo... mejor vete de aquí, las cosas estaban apaciguadas hasta que llegastes..!”- El tono del anciano me hizo estremecer de entrada, luego noté algo en él que no había notado antes. Era una sensación extraña, tal vez hasta infundada, pero me daba la impresión de que ocultaba algo, o se escondía de algo... o temía algo.

Aquella tarde la pasé sentado en una banca del zócalo del pueblo. Mis pensamientos volaron y se situaron en una noche de finales de Septiembre. Tenía ocho años, era el más chico de entre los niños que salimos a enfrentar a nuestro miedo... Las comadronas y las tisaneras hablan de ancianas macabras que gustan de los niños como condimento de sus negros brebajes. También cuentan que cuando un niño nace, se debe poner una cruz de palma en la cabecera de su cuna... Se les debe poner un “ojo de venado” o un listón rojo en un lugar visible, para evitarles los “aires” el mal de ojo y las envidias... Eramos niños, y aun con ello nos tocó descubrir de frente, y en toda su magnitud, ese submundo, ese páramo fantasmal, que es minimizado por la razón de la ciencia, pero que es muy tomado en cuenta por la gente que aún recuerda la ancestral sabiduría precolonial. 

Se organizaron patrullas de busqueda; los hombres del pueblo buscaron a las niñas en las barrancas y en los bosques. Las señoras fueron preguntando de casa en casa a lo largo de siete pueblos. Se hicieron llegar avisos a municipios vecinos y se dio parte a las autoridades del Estado. Mucha gente ayudó a buscar a las niñas, nadie las halló jamás, tal y como sucedió con Rocío. Así el tiempo irá minando la mente y las ganas de las personas, las autoridades archivarán el asunto y tres niñas y un padre viudo se quedarán en el olvido... Así, tal y como mis primos han hecho, se han buscado maneras para evadir el tema, para dar por terminado un asunto que marcó nuestras vidas para siempre.

Comí en casa de doña Helena, una conocida del abuelo. Me encontró hundido en mis pensamientos en la plaza y me invitó a ir a comer a su casa. Ya allí, me dio los pormenores de al menos, once casos de desaparición de niños en el municipio en quince años. La señora había llegado a esas tierras unos tres o cuatro años luego de lo de mi prima. Me dijo que por lo menos, dos niñas desaparecían cada  temporada. En mucho, su platica, me ayudó a encontrar las “claves” que me había dado don Andrés, pormenorizando la ambigua charla que sostuve con el anciano.

Pasadas las dos de la tarde decidí que era hora de regresar a la casa del abuelo; un extraño hecho me tenía intrigado. La señora Helena, y de cierto modo, el anciano Andrés habían hablado de desapariciones por lo menos cada año, pero en las cartas del abuelo nada de esto era mencionado, ni siquiera de un modo velado... Algo no encajaba, el abuelo tuvo que haberse enterado de esas desapariciones. Doña Helena me miró de manera extraña a la hora en que anuncié mi retirada, la mujer desprendía un aire a rareza, se hablaba en la región de sus extrañas habilidades para hacer curas y “limpias” infalibles. Se decía que ella era poseedora de “La mirada que marchita” Una creencia antigua que versa en torno del poder de la mirada de ciertas personas para hacer el mal.

Sin premura caminé por los senderos que discurren entre las plantaciones de maíz y sorgo. Mis pasos se perdieron por esos lugares que parecían no haber cambiado en nada desde la última vez que los visité. En aquel entonces era un adolescente y había en mí un aire a eterno enfado, las cosas de crecer. Ahora, con la mente más clarificada por los años, esos senderos fueron en mucho, el único remanso de paz que tuve en esa región. Los recuerdos se amargaron una vez que el abuelo murió, y la actitud displicente de mis hermanos y primos me había dejado sólo en la tarea. Encontrar a Rocío, o por lo menos saber que le había sucedido... Por ello los senderos me dieron calma, fue el único instante en que el terror por las noches anteriores se vio reducido; fue el único y ensoñador momento en que recordé la inocencia perdida en ese rancho... Me sentí un niño, libre, alegre, hacedor de sueños e ilusiones. Sentí la vida, justo como era antes de que toda ésta pesadilla comenzara.

Con el pasar de los días la busqueda se hizo tediosa. Pude recopilar algunos testimonios por aquí y por allí, pero nada que en realidad me sirviera de mucho. Comencé a ser consumido por el desaliento, las semanas se iba y se aproximaba la lectura del testamento del abuelo. Era de sobra sabido que él había dispuesto la venta del rancho a su muerte. Mis días como albacea de la propiedad se acercaban a su fin. Me entristecí, pues de repente todo cayó en un aparente estancamiento, la gente estaba cansándose de mis preguntas y en realidad no lograba nada en concreto. El dinero era también un factor que aumentaba mi decaimiento.

Hubo una tarde en la que me encontraba en la casa, eran cerca de las siete y comenzaba a anochecer. Releía por quinta vez las cartas del abuelo y repasaba mentalmente los testimonios de Don Andrés, doña helena y de algunas otras personas. Había siempre un halo de secrecia, como si toda la gente consultada hablara más en conjetura que de hechos verificables. Como si trataran de esconder una verdad en otra.

Del ennegrecido cielo se desparramó un torrencial aguacero, justo a la hora en que oscureció por completo. No sé por qué razón pero me lancé en intempestiva carrera al patio de la casa. Ya allí tomé una estaca de pino, le enrollé un trapo y lo rocié con queroseno que traía para mi encendedor... La cacería se daba de nueva cuenta. No sé explicar las razones, pero en ese instante, en medio de la naciente oscuridad supe todo; ni la lluvia pudo nublar la visión que de repente inundó mi cerebro: Si había algo sobrenatural, si de verdad una fuerza maligna había atrapado a Rocío y a otros niños esta debía estar en ese viejo casco abandonado... La ex hacienda abandonada. Si existían las brujas, ese tenía que ser su escondrijo.

Las frías gotas me helaban el alma. Pude sentirlas como si fueran miles de agujas ardientes cayendo directamente y a gran velocidad en mi cabeza, pecho y espalda. Esa no era una lluvia normal. Otra vez estaba presente esa fuerza terrible, manejando al viento, echándolo contra mí, evitando mi avanzar. Los rugidos del trueno y su lúgubre resplandor pusieron la nota sobrenatural a mi estúpida marcha hacia la antigua casona. Me sentí obligado a ir a esa casa; desde niño ese edificio había representado el génesis de todos mis temores. Era esa casa, el lugar prohibido de noche, el sitio donde convergían las fuerzas del mal y la vívida imaginación de una docena de infantes... Era la mansión de las brujas, ahora, después de tantos años me daba cuenta de ello.

Crucé de nueva cuenta el sendero que recorrí en compañía de mi abuelo y de mis primos veinte años atrás. Pude ver, aun con la oscuridad y la tupida lluvia, el alto techo de la construcción de adobe, totalmente derruida. Era de ciegos no querer ver que dicha casa era el lugar idóneo para esconder criaturas terribles como serpientes, arañas, murciélagos y “naguales”  El abuelo no mintió después de todo, nosotros lo tomamos a juego en cierto modo, él habló en serio todo el tiempo. Esa casa era el refugio de las adoradoras del diablo; él abuelo fue copartícipe de un inocente juego que salió mal.

Es eso lo que mantiene a la gente tan asustada, como simulando. Saben perfectamente a qué lugar son conducidos los niños que desaparecen, solo qué, dentro de esa pacto esta especificado que cada familia debe entregar a uno de sus hijos por generación. Tal vez don Salvador no respetó el pacto, por ello se llevaron de una sola vez a tres de sus nietas... Por eso el abuelo se abatió tanto, él sabia que pudo evitar el pago, pero se vio en la disyuntiva de pagar o afrontar las consecuencias. La gente es parca en estos lares; hacen que buscan, hacen que se conduelen con cada niño que desaparece, pero de antemano ya saben quiénes son las responsables, y qué ha ocurrido con sus hijos... Así ha ido pasando de generación en generación desde antes de la llegada de los Españoles. Las hijas de cada una de las deidades que representan el mal sobre la tierra; “ellas” son las seguidoras del negro culto de la sangre. Las madres de los naguales, las brujas.            

Por fin llegué a los muros de la ex hacienda. Me trepé en uno de ellos para poder acceder al patio y a las habitaciones. La lluvia había puesto muy resbaloso el adobe con la que estaba construida la inexpugnable fortaleza de principios del siglo veinte. Parecía haber sido edificada con los adobes y el estuco de otro complejo mucho más antiguo. Cuando pude entrar el aguacero arreció, al viento bufó y el rayo surcó el cielo abriendo un sendero blanco en la negrura. Una carcajada retumbó en mis oídos a la hora en que alcancé el piso del patio... Mi presencia allí era vigilada, y esperada.

De un momento a otro la lluvia cesó, el rugido del relámpago se silenció y todo pareció llegar a un extraño sopor... mis ojos no daban crédito a lo que contemplaron aterrorizados: Una enrome bola de fuego verde fulguraba en el centro del patio, circundada por sillas y mesas de todo tipo. En el fondo se podían ver utensilios de cocina, el fuego normal de un anafre hacía hervir el contenido viscoso de una cazuela de barro. La risa volvió a sonar, esta vez acompañada de unas tres o cuatro más... pronto quedaron a mi vista las horrorosas caras de un grupo de encorvadas ancianas, sus pies no eran humanos, mas bien recordaban las prensiles garras de un ave rapaz. La sensación de terror me invadió hasta lo más intimo cuando vi que se acercaban a mí con un aire desenvuelto, como si conocieran que ya el miedo me había cortado toda posibilidad de hacer algo... En mi garganta murió el alarido de pavor cuando las vi saltar como saltan los avestruces a la hora de acercarse. Mis ojos se abrieron con toda su capacidad, mi respiración se cortó y pude sentir las palpitaciones de mi corazón en la punta de mis pies... Era un aquelarre, danzaban y departían a la orilla de la bola de fuego verde; era el rito milenario. Tuvieron clarividencia para saber el momento justo en que me acerqué... Sabían de el miedo de esa decena de chamacos. Olieron en el aire el miedo del anciano que los cuidaba... Las piedras y los pinos las pusieron sobre aviso de todos mis movimientos; oyeron mis preguntas... supieron de mi miedo. Me estaban esperando, sabían que iba a venir tarde o temprano. Organizaron su macabra celebración para dejarme en claro quién domina éstas tierras; para hacerme saber que mi busqueda es inútil, que yo correré la misma suerte de Rocío... El abuelo lo sabía. Cuando en su lecho de muerte me dijo     -“encuéntrala”- no se refería a Rosy, él sabía que no iba a regresar jamás, él se estaba refiriendo a la manera de librar a nuestra familia del pacto que una vez hizo con el diablo una mala mujer, una mujer acosada por el odio y el resentimiento. La mujer que se transformó a sí misma en una de esas abominaciones con patas de animal, de piel rugosa y espantosa joroba.

Rocío era ahora una de ellas, danzaba, gritaba y se retorcía delante del fuego infernal tal como las demás. El invitado de honor a la celebración de ésta noche había llegado ya... ahora, daba comienzo el banquete.

 
V
En el abismo.

Voy llegando al final. Mis pasos vacilan en el acantilado del abismo; de un momento a otro sé que caeré a él. Se desprende un frío increíble del lúgubre sitio, la condenación y el sufrimiento son eternos aquí.  Me basta una mirada para intuir lo que me espera... Seguí mis instintos, me dejé llevar por un arrebato sin sentido. La cruenta verdad me consume y me lega un sufrimiento terrible.

El enorme abismo espera por mí. De él salen lenguas de fuego verde y helado que rozan mi piel, la degustan. No tienen prisa, tarde o temprano me arrojarán al caldero de la infamia y no seré más que un recuerdo. Mis gritos barrerán el cosmos como única prueba de que éste lugar existe.

No tarda en asomarse un monstruo de los que moran aquí, uno de tantos que recibe sus ofrendas, uno de tantos que se complace con sus oscuras abominaciones; “ellas” los alimentan, “ellas” los adoran con sus macabros ritos. Una bífida lengua lamerá mi cuello y unas renegridas zarpas harán un engarce en mi pecho... Luego seré estrujado hasta que el aliento se vaya de mí, tal como lo hace la luz. Poco a poco estoy acercándome, con cada paso estoy más cerca de mi destino.

Los ríos se secaron, las aves migraron... tan sólo hay espinos y agua putrefacta, estancada en el sucio suelo. Nada crece aquí. Es éste el sitio donde hace su cuna el odio y el resentimiento. Es aquí donde son forjadas las pesadillas humanas.

Las risas del aquelarre son ensordecedoras; la grey diabólica se divierte conmigo esta noche. “Ellas” esperaron pacientemente todo éste tiempo, sabían de mis movimientos; agazapadas durante veinte años, esperando, planeando, conspirando. Ahora seré parte de su abominable celebración... mi sangre alimentará sus horrendos cuerpos, mientras mi alma les dará más poder. Las ratas lamerán mis huesos mientras miles de cuervos enloquecidos graznan en la oscuridad. En escasos segundos mi condena dará inicio para no terminar jamás... “Ellas” son aquí la raza suprema, rigen ésta y otras partes sin que el mundo del hombre lo note siquiera. Sí, quería revelar el misterio, por mí, por mi abuelo y por la memoria de mi prima desaparecida. Hoy lo he hecho, finalmente sé cual fue el destino de esa niña, así como de los otros que desaparecen año con año sin dejar huella; ahora sé que mi abuelo lo sabia desde el principio... No hay regreso, la perdición es eterna y no hay salida. Las brujas controlan éstos campos, aquí le rinden culto a la más oscura deidad. Ahora me toca a mí saciar su hambre de dolor humano, soy parte del convite que por siglos han ofrecido a sus oscuros señores con los niños que raptan y con los osados que se atreven a husmear en sus asuntos...    
   

                



Dulces pesadillas.


Puedo ver que la luz disminuye; la noche nace de entre el cielo naranja. El tic tac del reloj marca la llagada de las sombras, las siento extenderse como alas de dragón. Sé que están hambrientas, que miran atravez de mundos para escoger a sus víctimas, que indefensas, hacen sus vidas sin enterarse siquiera de la proximidad de la pesadilla... El manto de oscuridad se despliega. Ya vienen; su hedor hincha las velas de la barcaza con la que alcanzan el dominio de los mortales. El aquí y ahora será borrado una vez que lleguen... la hora final ha sonado.

I
Un siniestro arrullo.

Forjadas con fuego, su magnificencia no tiene medida. No hay nadie que haya contemplado de frente el horror que despliegan. La sucursal del averno es abierta una vez que la noche se ha posado en el cielo... El borde de la realidad se derrumba con el estruendo de un plácido ronquido, es ese su clarín de guerra. El infierno se desata. Uno cree estar soñando, ellas, quienes fueron forjadas en la milenaria pira del resentimiento, con calma esperan a que estés verdaderamente dormido, y entonces...

Es tu destino, una vez que la noche se presenta, ruega, suplica, pues ahora quieto, inerte, entras en su mundo, allí les perteneces; allí te quitan la voluntad y la capacidad de saber, incluso, quien eres o donde estas...

El sudor recorre cada palmo de tu quieto cuerpo, como si fuera un estorboso fardo, un saco lleno de comida para las bestias que se montan en las alas del horror. Se guardan en los recovecos de la mente, en esos lugares donde la maldad crece y la bondad sucumbe. La mente humana les da refugio de la luz, allí esperan a que las sombras reinen de nuevo, tal como lo hicieron al principio del tiempo. En esos oscuros años fueron creadas, antes que la luz, ellas ya dominaban, antes que el primer minuto corriera ellas ya eran ancianas... Han sobrevivido todo éste tiempo únicamente con un fin: Alimentarse del miedo de los mortales.

Una vez que la noche se despliega en el mundo, emiten sonidos más allá del entendimiento racional, susurran con gritos las palabras procaces del impío martirio que pronto revelarán a su indefensa víctima. Son las asesinas de los pensamientos bellos. Una frialdad casi demoniaca tiene su aliento, con él aíslan el ambiente, dejan a su presa sola, sabiendo que la hora de su martirio se aproxima.

La sed quema y la voz se ahoga con la desértica sequedad de la garganta... es el frenesí del aislamiento. Uno se siente abandonado por toda coherencia; una luna procaz y chismosa se asoma cuando hay algo de suerte. Si no, la oscuridad densa lo nubla todo, no se puede ver más allá de las narices. Y entonces se sabe, han llegado, despliegan su terrible ataque. El sueño... el sueño es sólo su funesta estratagema, con él nos hacen creer que descansamos, que estamos a salvo de cualquier peligro. Nos es ajeno siquiera imaginar, que nos hayamos dormidos justo en la palma de su mano, pronto irán cerrando el puño, lentamente, hasta que llegue la angustia, las visiones, el horror.

Ellas dominan el mundo extraño que se abre ante nosotros una vez que hemos caído en el aparente descanso. Pronto no habrá tregua, tan sólo un alarido que morirá sin siquiera haber nacido al mundo, puesto que esa resequedad le impedirá el paso... y entonces estamos perdidos, solos en medio de la oscuridad escuchando el tenue murmullo de las moradoras de la negrura; se podrá escuchar primero un leve silbido, burlón, triunfante... el canto de las sirenas de las aguas del sueño, invitándonos a dormir, para acercarse más, para tomar el control de nuestros sueños y convertirlos en horrendas pesadillas. 
 
Cansancio, problemas... negros instrumentos para que emitan su fatal arrullo. Nos envía a dormir la falta de luz y el pesado fardo de la brega diaria. Ni por asomo sabemos lo que nos aguarda allende las almohadas y las cobijas. La cama luce apetitosa, nos incita a descansar... es ese su tinglado, la más perfecta escenografía para hacernos caer en la trampa. La puerta se abre una vez que exhalamos el último suspiro con el que recibimos el sueño tan largamente esperado... y allí comienza, las sombras avanzan y se presentan; aún no las hemos reconocido, se visten con los disfraces de la incomodidad y la inquietud. Luego la pantomima se acaba y muestran sus arrolladoras intenciones... El miedo, es lo que buscan, y más pronto que tarde lo obtienen. La hora fatal llegó. El arrullo del sueño y el aparente descanso degenera en malignas risotadas que sabes bien, sólo tú escuchas. Has quedado apartado de lo racional, la realidad ya no tiene jurisdicción... éste es su reino y eres su invitado, su prisionero... y su banquete, todo a la vez.

La larga lengua de la noche te lame por todo el cuerpo, dejándote mojado con el sudor del miedo y la exaltación. Ha comenzado, han llegado, nada puedes hacer, eres presa de su embrujo, del arrullo que te llevará al paraje del temor sórdido... Lo sabes, estabas soñando, ahora tienes una pesadilla.

II
Inicia la Pesadilla.

...Y al final tan sólo un bestial alarido que nos remonta al pasado más primitivo. Los nervios al borde de un colapso y el pecho en demasía agitado. La bandera del horror hondea alto en todos los rincones de la habitación. Una tenue llovizna pone música propicia para la funesta aventura. El cuerpo quieto, sentado en la cama, los ojos se mueven con el reflejo del espanto más descarnado. En un inicio es imposible recordar qué estabamos soñando, pero luego, cuando el recuerdo fluye, las venas se nos hinchan y reinicia todo... Una pesadilla, una de las peores nos ha visitado; afuera llueve y los primeros relámpagos alumbran las burlonas sombras del rededor. Un sueño que se transformó, una apacible sueño que de pronto se vio truncado por el arribo de las oscuras moradores del subconsciente humano.

La lluvia arrecia y el entorno se enrarece todavía más. Nuestra agitada respiración parece atenuarse un poco, pero ahora, ya en la vigilia, las pesadillas pasan a otra demisión. Toman por asalto la desgastada realidad, ya has despertado, pero el horror apenas comienza...

Se da una frenética búsqueda por algo de calma, no se puede hallar nada, tan sólo el sepulcral silencio que más bien advierte la proximidad de la verdadera pesadilla. Esa que controla los sentidos en el mundo material, esa que en verdad puede enloquecer... la pesadilla de saber que has despertado, pero que tal vez el terror ha podido escalar, por medio de ti, hasta tu recamara, hasta tu mundo. Es un cazador incansable y lo sabes, eres su presa, te le pudiste escapar del sueño, pero ahora, allí en tu cama es cuando de verdad inicia el show...

Día uno:

Me he quedado tieso en la cama, con los fluidos corporales cubriéndome por completo, se me escapa el aire, apenas puedo respirar. Por la ventana se dibuja la apacible claridad del día que nace; su grisácea palidez me advierte que éste será otro de tantos días nublados. La ciudad ya no conoce el sol, las lluvias no se van aunque es Noviembre. Es un claro ejemplo de cómo se ha modificado el clima en la ciudad, antes las estaciones estaban perfectamente definidas, se podía pronosticar el tiempo con precisión matemática. Ahora la polución ha puesto sol quemante a mediados de Diciembre, y fríos árticos en pleno agosto.

Vivir aquí conlleva sus ventajas, y también sus riesgos, hace unos días fui asaltado, el ladrón sólo se llevó mi cartera y mi portafolios. Pero ello no lo conformó me dejó un “recuerdito” en mi brazo izquierdo, su navaja penetró profundo en la carne y tuve que pedir auxilio a la cruz roja.

De hecho pienso, justo ahora que me he quedado como muerto en la cama, que a ello se debía la espantosa pesadilla que me ha despertado. El encuentro con tan desagradable individuo debió causar mella en mi psiquis, pero, de algún modo sé que no fue eso, no sé o no recuerdo bien a bien que fue lo que estaba soñando, lo que sí sé es que se trató de algo verdaderamente espantoso.

Me quedé quieto pues sentí demasiado cerca aquello que en el sueño me perseguía. Tuve miedo, un miedo inconmensurable. Espero que la mañana llegue pronto, aunque se trate de una mañana nublada, no aguanto más, la poca oscuridad que aún reina en mi habitación es suficiente para hacerme quedar inmóvil como un niño indefenso, o para hacer jirones a mi cordura.

Me he puesto en pie, lo primero que hago es abrir las persianas para dejar entrar aunque sea la gris claridad del amanecer. Me echo un buche de agua y enjuago mi boca, el liquido parece remover los polvos de esos lugares por donde corrí en mi sueño. Me recargo con ambas manos en un estante cercano, el peso de mi cuerpo descansa en mis brazos, mientras agacho la cabeza y trato de traer un poco de cordura a mis enloquecidos sentimientos... Luego la mueca de idiota al contemplarme en el espejo, mi rostro asemeja a la mañana en lo gris. Tengo ojeras y de mi cara cuelgan blandos pliegues de piel; son arrugas prematuras que el miedo y la falta de sueño me han hecho brotar. Apenas es una noche y ya siento como si no hubiera dormido en meses. El terror me ha robado un trozo del alma lo puedo sentir...

Día cuatro:

...Otra vez estuve soñando. Otra vez mi corazón quiere escapar de mi pecho. El mismo cierzo hace crujir a la realidad hasta que se tuerce en mil malsanas vigas humeantes... otra vez el sudor pegajoso por todo mi cuerpo, otra vez la expresión de horror en mi rostro al contemplarme cuando al fin amanece.

Hay huracán, eso ha informado el servicio meteorológico. Las lluvias no se irán hasta bien entrado el próximo mes. Un Diciembre con lluvia, ¡vaya suceso! Ahora tendremos un clima muy parecido al de Europa, por lo menos en ello ya nos acercamos al primer mundo. Bebo un humeante y delicioso café mientras trato de calmarme, aún hay demasiada confusión en mi cabeza. Tengo el pelo erizado y siento los huesos molidos. Éste sueño hace escarnio de mí, burla mi conciencia y la deglute cono si fuera mantequilla. No siento que sea solamente un sueño, hay algo más, algo escondido en los recovecos de mi inconsciente.

Tenía tres días sin tener la maldita pesadilla. Nunca puedo recordar bien a bien qué había estado soñando; tan sólo me quedan algunos confusos fragmentos, imágenes amorfas de un mundo etéreo y extraño. Miro mi cuerpo batido de lodo, tengo heridas infectas en los brazos, el tórax y en las piernas; blando un espada ante un enemigo difuminado en una neblina espesa. Es lo único que recuerdo, luego todo se hace más confuso todavía... y es cuando despierto, cuando mi corazón late sin ritmo ni orden; cuando todo mi mundo se desmadeja en un horror sin explicación aparente. Sé que no se trata de un sueño, sé que hay algo más escondido en la insondable pradera de la irrealidad.

Después de tomarme éste buen café voy a llamar al trabajo, que empiecen sin mí, el arrogante y snob pintorsete bien puede trabajar sin uno de sus ayudantes. El muy hijo de puta se cree la gran cosa, y sus cuadros son más que malos, son horribles. La verdad el hombre pinta bien, tiene buen trazo, juega muy galantemente con los puntos de fuga y con la perspectiva en sus acuarelas... pero hay algo, un sobrante o un faltante, aún no lo sé, sus cuadros no me convencen. ¡Ha! Pero el tipejo se cree el nuevo Rembrant... un ojete más, un puerco egocéntrico y chauvinista más de los muchos que han tomado por asalto al mundo de la cultura. Ésta pesadilla al menos me ha vuelto más desenfadado; el hecho de no poder dormir me hace bien, me aplaca el coraje y me hace más receptivo. Espero poder justificar ésta falta, estoy seguro de que si le platico mi sueño me la va a pasar. Todo lo que sea desmesurado y excéntrico entusiasma mucho a este tipo de pintores snobs.        

Día once:

Puedo sentir que me acecha... ha pasado más de una semana y no había soñado nada. Estuve tranquilo, fui a trabajar y la rutina me envolvió de nuevo en los equilibrios de una vida “normal”. Sin siquiera notarlo dejé de pensar en mi pesadilla... “Los sueños se van” me decía un buen amigo. Aunque creo que él se refería más bien a los anhelos. La vida te los va retirando, uno a uno como los filamentos de un diente de león. Los esparce por el campo mientras el viento y el tiempo los pierden para siempre. La pesadilla me dejó en paz por un rato, el horror y la angustia me permitieron un plácido sueño todos éstos días... hasta hoy.

...Hoy me he despertado con un alarido de terror. Mis manos estaban frías y llenas de ese pegajoso sudor. Me enderecé hasta quedar sentado sobre la cama, voltee rápidamente a ver el reloj y me di cuenta de que eran las siete... pero no podía calmarme, seguía gritando como un poseso. Esta vez he visto algo más: Me vi avanzando penosamente en un apestoso pantano, hacía frío, mis heridas supuraban y yo gemía de dolor. Alguien estaba persiguiéndome, lo sé, pude sentirlo en el sueño. Por ello me había arrojado a ese sucio pantano, para que ese perseguidor perdiera mi rastro... es todo de lo que me acuerdo. Luego de ver éstas imágenes todo se me va de la memoria; y viene el clamor, el horror, la fatiga del alma. De algún modo intuyo que lo que viene luego es terrible, avasallador... 

III
Miedo a la oscuridad.

...Y al principio fue el reinado de las tinieblas. Un lúgubre escaparate de amorfos sueños torcidos; en la cumbre más alta de ese valle observaba callado el destino, listo para dejarse ver, para correr en intempestiva marcha y alcanzar de nuevo el caos primario. El fuego del odio ardió en ese foso, se hizo grande y creo al hombre y a sus sueños... y a sus pesadillas.

Las eras pasaron y la memoria del ser humano se nubló, se dejó seducir por la ciencia de la cabeza y olvidó la sabiduría del alma. Ellos no lo sabían, pero con esa afrenta forjaron un oscuro sino para su descendencia. Las moradoras del valle pudieron escalar los bordes de la realidad y se colaron al mundo terreno, allí esperan las horas de penumbra, se agazapan hasta que el sol se marcha y entonces, un leve sonido crece hasta hacerse demoniaco estruendo que las libera al mismo tiempo en que les ordena... el terror de los mortales las hace vivir, las alimenta, las prepara para su vuelta. Para el momento en que retomen el trono que la luz les arrebató.

En las mazmorras del olvido quedaron los monstruos y las brujas. Los duendes y los lobos. Todas las bestias de la noche fueron muertas por el racionalismo del “hombre nuevo” El dinero tomó el lugar de Dios y los demonios fueron sustituidos por los inadaptados y los carniceros. La noche cayó sobre el corazón humano y ni siquiera lo notaron. Una larga pesadilla están viviendo por su osadía. Llegará el día en que las sombras no tengan que estar sometidas a ninguna atadura y entonces... las pesadillas podrán salir del plano de los sueños. El pandemonio...

El mal que hace el hombre es su único diablo. La vida transcurre entre las posesiones materiales y el poder físico. La violencia y la corrupción han contaminado el plano de los mortales. La leyenda y el mito han muerto. Los sueños se acabaron. Nadie cree en los milagros. Dios ha muerto de inanición.

La conjetura del científico, la poca o nula fe del secular. El engaño del hombre de religión, la guerra y la disputa por encima del entendimiento... El ser humano ha preferido la muerte a la vida. Las sombras han detectado la gravedad del error. Los tiempos se agotan y el inicio ha de volver, el trono del caos será reclamado por sus originales poseedores. El tiempo se agota, la luna llama a los que moran en la oscuridad, la lechuza sisea y las pesadillas se agrupan en la mente de los humanos... Una por una se irán manifestando, primero provocando miedo, después pavor, para finalmente arraigar la locura en las “mentes sensatas”.

Un tenue esbozo de ésta realidad ha tenido al hombre aterrado a lo largo de su estancia en la tierra. El miedo ancestral a la oscuridad. Es esa la manera como el inconsciente de los mortales los ha puesto sobre aviso. Cientos de culturas, miles de años y siempre ha sido lo mismo... en cuanto el sol se oculta el hombre lo hace también, sabe que el mundo de las sombras es un sitio no propicio para él; las bestias copan al indefenso, lo someten a las duras pruebas. El miedo que nació con el primero de su especie, el terror ordinario a lo que desconoce, el pavor por las sombras... un pequeño adelanto de lo que ha de venir.

  Día diecisiete:

El radio despertador me levantó a la hora acostumbrada, los sonidos de la ciudad me desalentaron, quise quedarme en la cama, el trabajo podía esperar. La maldita pesadilla no me permitía dormir bien. Al menos ya no despertaba en medio de la madrugada llorando como un niño. Me quedé dormido, apagué la radio y me dispuse a dormir hasta el medio día.

No pude cumplir mi plan original de faltar al trabajo y dormir plácidamente.. el maldito sueño arremetió con furia durante mi descanso matutino. Primero fue el crepitar de cadenas, luego el tenue fulgor de antorchas ardiendo entre paredes salitrosas. Una herrumbrosa puerta se abrió para dejar pasar a un desesperado hombre que entró en la habitación. En su mano pude ver un trozo de papel, una carta, por el selló de cera en uno de sus lados. No pude distinguir bien a bien la indumentaria del hombre, que en el rostro llevaba la insignia del miedo. Pude deducir que el sueño se desarrollaba en algún lugar durante la baja edad media. Todo se puso más tenso cuando el hombre entregó el documento a alguien sentado frente al fuego en una enorme silla de madera. El misterioso personaje bebía de una copa de plata y parecía estar resignado, aún sin conocer la trágica noticia que estaba a punto de llegar a sus manos... El primer hombre entregó la misiva y se retiró envuelto en un profundo llanto. El que estaba sentado quebró el sello contra el brazo de la poderosa silla de roble, leyó las líneas y de su mesa cayó la copa, esparciendo el oscuro liquido por el pedregoso suelo. No hizo ningún movimiento, hasta después de un largo rato; su cuerpo languideció de repente, echó la cabeza para atrás y de su boca manó una lúgubre y cavernosa risa que llenó la estancia. Luego se hizo más fuerte, hasta hacerse un sepulcral grito de horror por todo el castillo. Cuando el hombre se puso en pie, presa del pánico, desperté. No pude ver su rostro, pero de algún modo su pesada figura me resultó familiar, ya había soñado con él antes. En la carta llegaban noticias de una enorme tragedia, eso pude sentir aun en sueños, la risa alocada de ese pobre infeliz me dictaba lo peor... Mi pesadilla cobraba otro tinte, se iban añadiendo cosas, situaciones que iban hilvanando una historia lejana, antigua. Una historia de ruindad y fatal condena para sus protagonistas. Hice un análisis sobre el sueño y llegué a concluir que no había razones para temer, durante mi infancia tuve otras pesadillas mucho más terribles, ni siquiera comparables a ésta. Pero era la segunda semana de estar soñando con lo mismo, la pesadilla me dejaba algunos días sólo para volver después, mucho más vívida, sórdida y con más y más detalles que me eran, de algún modo familiares...      
Con un rojizo halo el cielo anuncia la proximidad de la tragedia... con aire helado el mundo expresa su pena. Las bestias se retiran a sus nidos, arropan a sus crías y hasta se conduelen por ellas. Jamás se vio tal cataclismo. La era termina y no se sabe qué del futuro será. ¿Habrá siquiera uno? Hasta ahora nadie lo sabe.

El hombre vio en las cuevas el refugio. En sus pinturas se plasman los hechos de su vida cotidiana; pero jamás hay un retrato de su vida nocturna... y es sencillo adivinar por qué. La respuesta es que nunca tuvo una. Por siglos las bestias del rencor eterno deambularon por la tierra en forma de sombras. Cuando la luz se iba, ellas salían a saciar su hambre con los miedos humanos... así fue hasta la era de la razón, le etapa en que el hombre olvidó a dios y se dedicó a sí mismo. Pero la era termina, las sombras que fueron relegadas por la ciencia del hombre han reclamado ya su ascenso. El mito, la leyenda, los sueños... se mezclan con la realidad. Los fosos suben a la superficie...

El miedo a la oscuridad será tácitamente explicado, muchos temores y muchas preguntas tendrán sus terribles respuestas. El hombre comprenderá todos sus errores, hallará la ciencia inútil y verá en la noche a esa eterna enemiga... De nuevo la gran horda de sombras, de nuevo el horror. El caos original está de regreso... reclamando su trono. 

IV
La espera.

Los tiempos de la desgracia... la nueva horda, los que antes fueron regresan con renovadas fuerzas y reclaman su reino. Las serpientes y los búhos cambiarán papeles. La realidad será torcida. La espera ha terminado, el amo de las pesadillas, el ser único que habitaba el caos ha despertado de su sueño. Las sombras acuden a su llamado y se forja entonces la fatalidad para éste y otros mundos.

Una procaz luna se esconde entre las formas demenciales que forman en el cielo las oscuras nubes... la tormenta se forma, la señal se lee en el cielo. El conocimiento se enfrenta a la sabiduría, la ciencia sucumbe ante el mito. La realidad no será ya lo que era hasta hoy...

Hay un hombre que sueña con una gesta del pasado. Una gesta fallida que al mundo condenó. No hay remedio ni escape posible. Ese hombre sueña con el arribo de las pesadillas, dulces heraldos del caos. El origen viene, el futuro no es más...
El ser humano lo sabía, pero prefirió perderse en su mundo de atrofiada ignorancia revestida con el manto de “progreso” y “adelanto científico” Un error que han de pagar a muy alto costo.

La espera termina y las puertas del tiempo han sido abiertas. Es hora de cobrar las afrentas del embuste y el engaño de la paz y el orden... En el principio fue el caos, y así debe ser siempre. No, no fue el verbo, sólo estaba la oscuridad y un relampagueante escenario cambiante y amorfo. Lo único puro en el universo es el caos... Desde el principio eso bien se sabe.

Una nube de polvo envenenado cubre las ciudades y las villas humanas. Los campos están enfermos e inundados con la sequía. Ya nada crece, los bosques están resecos. El último de los tiempos ha sido anunciado; ahora, en el oscuro cielo, violado por la tormenta, se puede dilucidar un resplandor de batalla: Los dioses antiguos van muriendo, sostienen resistencia pero el caos original a tomado por asalto sus últimos pertrechos; los humos de su ruina se ven en forma de nubes que liberan rayos de odio y fatal condena para todos aquellos que moran en el mundo que poco a poco deja de ser...

Día veintiuno

A lo lejos pude escuchar un tenue silbido, desgranaba la tonada de una vieja canción de tropa. La ciudad por entero estaba callada, las sirenas, el ladrido de los perros y el caos habitual se habían enmudecido de repente; como si ese tímido silbido los conminara a silenciarse.

Tenía miedo, mucho en verdad. Toda mi piel ardía con el caliente sudor pegajoso que me escurría. Estaba boca abajo, con la cara bien pegada a la almohada. Mi único deseo era no ser encontrado; me obligaba a mantenerme lo más callado posible. Mi respiración entrecortada ya agitada en extremo era mi peor enemigo, por su culpa podían dar conmigo...

Era ésta una pesadilla más. La tuve durante nueve días seguidos y al igual que con las anteriores cada noche iban aumentando los detalles funestos. Poco a poco iba entendiendo la trama del sueño. En éste caso se trataba de una de las visiones más terribles que cualquier ser humano puede vivir... Un golpe militar en plena Ciudad de México. Me expliqué entonces el silbido y su tonada malévola. Se trataba de la tropa marchando sigilosamente por las calles, prestos a recibir y cumplir la orden de allanar las casas y asesinar a sus residentes... De allí mi inconmensurable terror, aún en sueños sabía a la perfección que no habría modo de sobrevivir.

En el último día que soñé con esa imagen descubrí la verdad... era asesinado con una bayoneta entrando directamente en mi nuca. Estaba acostado, con el ardor del miedo en su máximo nivel. Nunca pude escuchar el sonido de la puerta; cuando menos me lo esperaba un grito gruñón y vulgar sonó en toda mi habitación: ¡Párate cabrón! Me quedé inmóvil, incapaz de pensar siquiera, mucho menos iba a ser capaz de moverme. ¡¡¿No oíste hijo de tu puta madre?!! ¡¡Que te pares¡¡

Luego sobrevino el golpe, en realidad nunca llegué a sentirlo directamente, en ese instante me levantaba de la cama como un niño, gimoteando penosamente, respirando como si me sofocara, sufriendo un inmenso ataque de pánico... Pude oler la sangre, tuve en mi paladar el ferroso sabor de ésta; para luego darme cuenta que allí no había nada, ni siquiera saliva... El sueño concluyó dejándome paralizado por el inmenso terror. Pude ver la masacre más atroz e incoherente, el hombre cazando al hombre como si se tratara de una competencia para determinar quién es más afectivo para matar.

Aquel día me quedé en la cama hasta que los huesos me dolieron; eran cerca de las cuatro cuando al fin decidí poner un pie en la cocina. Me preparé algo para comer y encendí el televisor. Soy un amante de los programas de historia, pero ese día no pude encontrar ni uno sólo en toda la programación; molesto oprimí de mala gana el botón del control remoto para sintonizar el canal de noticias... las imágenes que saltaron a mi vista me dejaron helado... Era una provincia de la Palestina ocupada, un soldado israelí disparaba a mansalva sobre una turba, en medio del gentío cayó muerto un niño de aproximados seis años. No pude más y apagué el aparato de T.V.

Salí y me fumé un cigarrillo; caminé con el paso de un condenado a muerte, un ser perseguido por las visiones oníricas más terribles. Durante semanas soporté el embate de mis turbios sueños; deambulé por la baja edad media, vi el campo de batalla repleto de cadáveres. Esta vez mi cabeza hirvió como en un cazo repleto de ácido... La imagen de mi sueño fue morbosamente reproducida en la pantalla; cuando vi caer a ese niño en Palestina lo supe enseguida, mis sueños no eran en nada, superiores a lo que ocurre en la realidad. La Tierra está manchada de crimen, y lo ha estado desde que el hombre camina sobre su faz; su arrogancia a hecho olvidar que es él el único y perfecto asesino, un entero carnicero que mata por pasión, lujuria, ambición e incluso, por afición.

Mi caminata se hizo penosa, apenas podía seguir avanzando, tenía que sujetarme de las paredes para no caer asfixiado por la verdad que se me iba revelando a medida que las imágenes se agolpaban en mi afiebrado cerebro... El mundo de las pesadillas y el de los hombres han entrado en un punto de inflexión. Ahora han hecho una curva para encontrarse justo como ha estado contemplado en los arcanos escritos... La muerte del mundo humano y el nacimiento del reino de las sombras llega finalmente. Mis sueños no son más que un adelanto, y al mismo tiempo fungen como prueba... El mundo humano siempre ha sido la pesadilla más terrible... la que es por entero real; durante siglos la crueldad ha estrujado el corazón y la mente de los humanos... La hora final ha sonado.

Tiemblo sin control, todas mis articulaciones me duelen hasta el desmayo, busco calmarme con algo de humo en mis pulmones. Nada me calma ahora; han sido largas semanas de prueba, mis sueños, mis pesadillas fueron alguna vez una cruel realidad para alguien hace mucho tiempo. Se me ha permitido vivir todo eso por que llevo la marca del desencanto en el corazón; soy un hombre vacío, la prueba inequívoca de que el fin se acerca...

Voy caminando por las estrechas e inseguras calles de una enorme urbe. Sus hedores me marean y siento cómo es consumida mi poca cordura. Viví en la espera, mis sueños me iban preparando para la llegada de éste día que finalmente va llegando. Las campanas del infortunio han sonado, el mundo de los tercos se verá enfrentado con el oscuro submundo de las pesadillas; esos dulzones pedazos de realidad que nos envuelven en su horror por las noches... Cuando dormimos vienen a nosotros y nos llenan de pánico. Luego despertamos, bebemos algo y volvemos a la cama seguros de que el sueño se ha ido. Nunca nos hemos atrevido a preguntarnos que pasa si no hay despertar. Pronto tendremos la respuesta a ésta y a otras muchas preguntas... Durante más de treinta siglos la humanidad ha estado absorta en la espera de éste día que finalmente llega, para desgracia de todos...
















El fantasma del capitán.

Herido, henchido de dolor y rabia decidí iniciar un largo viaje. No tenía proyectado regresar, sería mi último viaje, quería que así fuera... Muchos meses de vicio y decadencia antecedían a mi decisión. Tenía más de dos años sin encontrar empleo, me sostenía a duras penas con la poca ayuda que mis padres me daban. Aunque, para ser sinceros, debo decir que resultaba humillante arribar a los treinta y que mis padres siguieran siendo mi sostén.

Pasaban los meses sin que nada cambiara. Me levantaba temprano, compraba el periódico y me presentaba a las sitas que hacía por teléfono. Era una rutina dura y desgastante. Por la tarde iba a comer a casa de mis padres, allí también me permitían hacer unas llamadas más... Le hablaba a mi antiguo jefe, a mis amigos y conocidos. Prácticamente suplicaba por un empleo. Pero cual fue mi sorpresa que en dos años la oportunidad no llegó. Me fui sumiendo poco a poco en la apatía y el desinterés.

Una tarde de sábado me embriagué a tal punto que hice todo un espectáculo en la calle; golpee a unos vecinos y por muy poco me salvé de que me llevasen preso. A la mañana siguiente mi padre me visitó para advertirme que: “si no me comportaba a la altura de mi edad, me iban a retirar su ayuda”. El comentario me dejó frío. Me sentí como chico de secundaria. La resaca moral y física, el hastío y el orgullo se me subieron a la cabeza y le grité a mi padre. Le dije que no necesitaba pilmama y que podía hacer lo que gustara con su maldito dinero... no sé por qué lo hice; la frustración era demasiada; la verdad es que estaba harto de ser tratado como un fracasado. Tal vez en realidad lo era, pero le idea de confrontar esa dura verdad me cegaba del todo.

Aquello fue un desastre. Usé unos cuantos pesos para comprar licor, lo demás lo usé para comprar un boleto de autobús a algún puerto. En algún momento pasó por mi cabeza la idea de irme al extranjero, cruzar la frontera ilegalmente y ponerme a trabajar. Pero quería algo más, deseaba vivir una aventura que saliera de lo convencional, añadiendo el hecho de que no quería regresar, no quería más que experimentar para después dejarme morir en alguna parte donde no me conocieran. Por eso escogí un puerto, es el lugar propicio para morirse sin ser detectado... Las gaviotas se comen la carroña que llega a la playa. El sol y la sal. El lamento del viento y la marea enferma... Una idea romántica, un bel morir. Si mi vida había sido un asco, por lo menos mi muerte tendría un marco hermoso: El mar. Las lágrimas en su espuma llorarían lo que nadie lloraría jamás... sus rítmicas olas desharían mi cuerpo sin que nadie lo notase siquiera... una idílica forma de morir.
Eché el morral a mi hombro he inicié el camino sin mirar atrás, sin remordimientos, sin esperanza en el corazón, buscando la paz que en mucho tiempo no había tenido. Vendí lo más que pude para hacerme de dinero, mi plan era muy sencillo, me dejaría morir, pero quería beber, beber mucho durante el proceso. Con la puesta de sol arribé a la estación de autobuses, me subí al transporte y una lánguida sonrisa asomó a mi rostro. Allá iba, al encuentro con mi nada, a vivir mis últimas horas en total libertad. Lo sentía mucho por mis padres, pero llegué al punto de no regreso... Creo que finalmente me había roto por dentro. 

I
La puesta del sol.

El transporte iba casi vacío; unas diez personas para un autobús de veinticinco plazas. Apenas me acomodé en el sillón y los recuerdos empezaron a fluir... luego fluyeron también las lágrimas. No alcanzaba a comprender o a tener una idea clara del cómo mi vida se había quedado tan hueca. Todo ocurrió demasiado aprisa. Un día tenía un buen empleo en un diario de circulación nacional, al otro me habían despedido... Una mañana tenía una novia amorosa y buena con la que deseaba formar un hogar y una familia; al siguiente día tenía una artera mujer que me engañó como a un chino. Nunca supe digerirlo, simplemente me negué a aceptar tal debacle. Me fui quedando sin sueños, mis anhelos frustrados se decantaron en mi alma hasta hacerse una maza terriblemente pesada, forzándome a tomar el camino de la displicencia, el vicio y la nulidad del espíritu.

...El camión avanzó por las atestadas avenidas hasta tomar carretera al cabo de una media hora. El paisaje cambió, los árboles flanqueaban el camino por ambos lados. Era un enorme túnel verde iluminado por la escasa luz de la moribunda tarde. El marco perfecto... era mi último viaje, me dirigí hacia lo desconocido, y por primera vez en mucho tiempo no sentí miedo; en casi tres años de miserable existencia no había sentido esa indescriptible sensación de paz...

Mi empleo, mi disfuncional familia, mi novia mentirosa... todo se agolpó de repente en mi alma hasta hacerla gemir de tristeza. Viendo atravez de la ventana los colores del anochecer se abrió una puerta que estuvo mucho tiempo cerrada en mi corazón...Y lo supe entonces, estaba haciendo lo correcto. Un hombre no debe vivir sin ilusiones, un ser no está capacitado para vivir sin anhelos. Hay algunos que se refugian en los vicios. Otros se solazan haciéndole la vida imposible a los demás. Existen también los que se atreven a vivir así... se engarzan en una carrera materialista y fútil para compensar su propio vacío...Yo, yo obtendría mi última aventura en éste viaje sin retorno. Así, sin más. Una muerte digna, el descanso tan anhelado en algún puerto, alejado de todo y de todos, hasta de mí mismo. Mi viaje final sería, hacia la nada... Contemplando la puesta del sol lo comprendí en toda su dimensión. Era hora de morir.

II
Contemplando las olas.

El viaje fue largo e inusual. Durante casi todo el recorrido la carretera estuvo cubierta por una densa neblina, lo que ocasionó que el trayecto se tomara más horas de lo normal. Un viaje que duraría unas quince horas terminó durando cerca de veinte. Pero estaba conforme, no tenía ninguna prisa en llegar.

Cuando revisé mi equipaje y estiré las piernas en la terminal, me sentí más aliviado. Enseguida llamé un taxi y le pedí al chofer que me recomendara un hotel que no fuese caro pero que tuviera estupenda vista; algo exigente mi petición; el hombre de acento evidentemente costero acató la orden sin decir más. Avanzamos por lo que parecía ser la avenida principal de aquel puerto, de inmediato un hecho curioso llamó mi atención... No había un solo rastro de sol. Una llovizna constante empapaba las calles y le ponía a todo un cierto aire melancólico. No lo tomé mucho en cuenta, de hecho me gustó la idea de acercarme a mis momentos finales con un clima que en mucho se pereciera a lo que había sido mi vida. Paradójicamente mis mejores días también estuvieron enmarcados por días así, con mucha lluvia e incluso algo de frío... Mi mente voló, miré atravez de la ventanilla del vetusto taxi y miré en el espejo de mi mente... allí estaban, con un fulgor especial entre la negrura de mi interior. Los recuerdos de aquellos días. La secundaria; el ir y venir de relajientos muchachos imberbes. La música, el alcohol, los primeros cigarrillos... un pasado glorioso donde la vida aún no cobraba tintes tan funestos. Otros tiempos; épocas mucho más felices para mí. Nunca logré recuperarme, el golpe que me dio el hecho de crecer fue muy duro... Nunca me gustó nada de mi vida luego de esos días. Los conciertos, los sábados de borrachera, el aroma a tabaco, las risas; los momentos de anarquía total... Libertad, verdadera libertad. Luego vendrían los años de Universidad, encontrar empleo... creer que uno “está creciendo” “Creer que uno está viviendo”



Hoy sé que he despertado de ese sueño y no me gusta lo que veo. Soy un hombre de treinta años que vive todavía a expensas de sus padres, que no es libre de embriagarse y que lleva más de dos años en el desempleo... y casi tres de forzado celibato. Algo plantó la semilla de la inconformidad en mi espiritu; un gatillo se disparó en mi cabeza, no sé si fue la discusión con mi padre, o el acumulamiento de tantas y tantas cosas que me desagradan...

Todos tienen una queja en la vida. Pero, ¿qué pasa si llega el caso de que no es “algo” en la vida lo que nos molesta, si no que es “todo”, qué pasa si no estamos conformes ni con el fondo ni con la forma...? Creo que en ese caso hay dos opciones, o te resignas a vivir con eso toda tu patética existencia... o te embarcas en un viaje misterioso que te conducirá a la ansiada muerte, al descanso tan anhelado... He venido aquí a mirar las olas; a dejar atrás los hechos, los momentos y a las personas de mi ayer. Viene a buscar el consuelo que no me ha dado ni la fe, ni el licor, ni mucho menos el ocio. Soy sólo un hombre quebrado por dentro que llega a un lugar ignoto donde podrá, al menos, dejarse morir en paz. Mirando las olas, sabiendo que va a desertar de la vida, no por cobardía, no por capricho o despecho amoroso... Lo hará por que ya no encuentra en el hecho de estar vivo, el sustento que se debe hallar para poder querer seguir estándolo...

Hice éste viaje con el único propósito de descasar. Parar por un eterno segundo, bajarme ya del maldito tiovivo que mal llamamos “existencia”. No me ha gustado nada de mi vida desde que dejé de ser un adolescente; quizás nunca pude dejar de serlo... ¿acaso es malo eso? ¿resulta tonto querer aferrarse a la única época de la vida en la que realmente fuiste feliz? ¿síndrome de Peter Pan? Quizás sea eso lo que en el fondo me ha traído hasta aquí...

El taxista aparcó el auto en la orilla de lo que parecía ser una larga carretera vecinal de sólo dos sentidos. Con un gesto estiró su brazo y me señaló un edificio de aspecto antiguo que se alzaba en la punta de la colina... bajé, le di un billete de mucha mayor denominación a lo marcado en el taxímetro, sin esperar mi vuelto le di las gracias y observé el edificio, comencé a caminar mientras un melancólico suspiro brotó de mis cansados adentros; iniciando, de éste modo, mi primer y último gran viaje...





III
Una lágrima.

La habitación que me asignaron no era en nada una belleza, pero para mis fines me daba igual. Una mucama rechoncha me entregó mi llave luego de cambiar las toallas... se marchó enseguida, tal vez en mi rostro se podía ver el reflejo de la creciente misantropía que me inundaba por dentro.

Cuando por fin estuve sólo me acerqué a la ventana para admirar el paisaje; el hotel estaba enclavado en la cima de una colina muy empinada, así que la vista era insuperable... contra lo que pensé no era un panorama bello; el mar era gris, sus aguas turbias daban la apariencia de estar heladas; sobre el agua flotaba una densa neblina y, aunque no hacía frío, el ambiente por entero estaba cargado de un sobrecogimiento de melancolía y dispersión. La tenue llovizne le ponía el “aderezo” nostálgico a la vista... jalé aire y emití un largo y profundo suspiro -“perfecto”- me dije, el marco perfecto para lo que tenía que hacer.

Sin más preámbulo me dediqué a mis asuntos; saqué de mi gaveta una computadora portátil, préstamo de un compañero de borrachera, y me puse a escribir unas cartas. Las cartas de despedida; no sé, aún me lo pregunto, deseaba que la primera fuera dirigida a mi madre, pero apenas coloqué las manos sobre el teclado las palabras se fueron agriando hasta que descubrí que, con párrafos llenos de congoja, me despedía de Edith, mi ex novia y casi esposa, de no haber sido por su divertido acto de engañarme con un tipo de su oficina... No sé aún por qué, de ningún modo quería culpar a nadie, mi decisión era solamente mía; quizás sí había influido en mucho mi situación laboral, familiar y afectiva, pero había hecho el viaje convencido de que era lo mejor para mí... Cuando te quedas vacío, roto por dentro, lo mejor es dejar de quitarle aire a los demás... Y sobre todo, dejar de sentir lástima de ti mismo.

La tarde se fue y con ella las páginas... Continué escribiendo hasta bien entrada la madrugada... Pedí una botella de ron a la recepción del hotel pero una grosera voz me dijo que no había servicio a cuartos, que si quería algo lo consiguiera en la tienda al final de las escaleras... Eran casi ciento ochenta escalones, los cuales debí bajar y subir con tal de tener una botella de ron Nicaragüense y varios paquetes de cigarros. 

Me hice a la idea y bajé la larga cuesta hasta el expendio. Ya era algo tarde, pero me atendieron bien. Toqué por una pequeña ventanilla por donde se filtraba algo de luz y ordené mi botella y mis cigarros. Hubo un comentario que me extrañó, el tendero me advirtió de la niebla: -No salga cuando haya neblina en las calles, muchas personas se extravían; es densa y traicionera...- No podía imaginar una neblina de ese tipo, para mí esa clase de fenómenos tenían más que ver con Londres o Liverpool... Tomé la bolsa con mis cosas, y respiré profundo, si la bajada había sido pesada la subida sería tres veces peor.

A media escalinata hice una pausa, ahora el trayecto parecía ser mucho más largo. De allí tuve una vista formidable. La luna se reflejaba tímida en el ahora, tranquilo mar. Unos cuantos barcos se acercaban a la costa para atracar en el lejano muelle, guiados por un faro. La luz de éste circundaba las aguas dando su brillo también a las escarpadas laderas, y a las nubes agolpadas en el cielo medio nublado; una imagen bella... Decidí quedarme unos momentos a contemplar, no sólo el paisaje, de algún modo interiorisé la belleza del momento. Una quieta noche tibia, la luna en el cielo, las aguas tranquilas, la lluvia apenas anunciándose... y el viento en mis mejillas. Una lágrima se escurrió por mi cara, una lágrima tanto inoportuna como involuntaria. ¿en honor de quién se asomaba ese pequeño cristal salino? ¿Edith; mi madre, mis hermanos...? No, era una lágrima para mí, un callado y tímido réquiem. Una lánguida y mustia forma de decir adiós a la belleza del mundo... Después de todo el mundo no tenía la culpa de lo que me pasaba; aveces resulta fácil creer que la misma naturaleza conspira contra nosotros... Pero a media noche y a media escalinata supe que no es del todo cierto. El mundo simplemente es... lo demás es asunto nuestro.

Como si se tratase de un reflejo abrí la botella y le pegué un enorme sorbo. Encendí un cigarro y le permití a mi mente el desvarío y la elucubración. Vi mi vida, ¿Cómo sería si otros factores hubieran influido? Me vi casado y con hijos. Me vi tirado en una lúgubre calle viviendo como paria social. Vi a mis afligidos padres en un centro de rehabilitación para alcohólicos. Me vi también recibiendo un premio de periodismo... Mi vida en distintos modos, afectado por distintas circunstancias... Una vez oí de alguien la frase: “Todos somos víctimas de las circunstancias. Un momento, una acción... un efecto.” Hoy le concedo toda la razón. Mi vida es la suma de todos esos factores... ¿Complot, conspiración...? No, no lo creo. Yo le llamaría más bien: Casualidad. Error y acierto... azar... Es ese el único y verdadero dios en el panteón inacabable de la humanidad. El azar lo controla todo, es el dedo final que trace el derrotero. El mío había sido aciago, ahora, con una botella en la mano, una lágrima amarga en la mejilla, y los recuerdos en tropel, decidía que esto no podía seguir siendo así.


IV
El cuidador del faro.

Una ebriedad precoz me sorprendió en las escaleras. Decidí no subir al hotel. Caminé por horas en la costera, bebiendo profusamente; fumando como un hombre formado en la fila del patíbulo. Camine presa de un dolor sordo, inenarrable. A lo lejos divisé la luz circundante del faro. La idea de acercarme a la estructura me llenó de entusiasmo. Era una mera alegoría, pero estar cerca de una fuente de luz en medio de tanta oscuridad me dio ánimo para tirar la botella en un cesto, he iniciar la caminata hacia la colina del faro. ¿qué iba a encontrar allí? En realidad poco me importaba; las imágenes vívidas de mi pasado, en combinación morbosa con los efectos del licor me tenían al borde del colapso. Apenas tenía fuerzas, el llanto me cubría el rostro y la ebriedad era evidente en mis pasos. Luego de unas horas por fin alcancé las laderas de la colina donde se había construido el faro.

Por un rato contemplé la estructura mientras recobraba el aliento, luego, casi dominado por un impulso ajeno comencé el asenso. Era prodigiosa la vista que se iba abriendo ante mí, el puerto lucía hermoso, bañado con la plateada luz de una luna tímida que apenas se asomaba por entre las nubes; como una oleada me cayó encima un cúmulo de recuerdos y sonidos. Otra época... otra vida.

Sin notarlo llegué a la explanada del faro, no había vallas así que me fue fácil alcanzar la puerta; el edificio era reciente, pero daba visos de haber sido azotado por las tormentas, tenía partes donde la pintura blanca se estaba descascarando, dejando al descubierto el acero con el que estaba construido. Para aquel momento la ebriedad había pasado, la larga caminata y el asenso a la colina me habían hecho sudar lo suficiente. Instintivamente quise ingresar al edificio y giré la manivela de la puerta, ésta estaba cerrada, contemplé unos instantes la altura del faro y supuse que alguien comandaba el enorme reflector, por unos instantes perdí la vista en el cielo que poco a poco se iba encapotando de nuevo, luego saqué una moneda de mi bolsillo y toqué repetidas veces en la puerta de acero.

En un principio no hubo respuesta, luego escuché como la herrumbrosa manivela giraba y ante mí quedó un rechoncho caballero que me recibió amablemente. Era e cuidador del faro que se alegraba de tener una visita.                       
      

...Primera y única vez.

Me gusta recordar aquella aterradora experiencia por una única razón: Logré salir vivo de ella; aunque he de confesar que rara vez hablo en público de esto, y es la primera vez, y espero la única, en que escribiré sobre ese tema.

Me encontraba de vacaciones con mi familia en un apartado paraje en los bosques de Michoacán. Gozaba de unos merecidos días de descanso luego de terminar el bachillerato. Varias familias nos acompañaban, la mayoría amigos cercanos de mi padre. La salida se programó para fines de Octubre. Estando todo listo salimos un Sábado por la madrugada, casi veinte personas en una caravana de seis autos.

Llegamos el solitario paraje a orillas de un lago volcánico, nos hospedamos en unas rústicas (pero onerosas) cabañas dispuestas a la orilla de ese cristalino espejo de agua, entre frondosos pinos de varios metros de altura. El lugar era inigualable, la pureza del aire y la exuberancia de la naturaleza me hicieron soñar despierto. Desempaqué lo más rápido posible, ayudé a mis padres a bajar las cosas del carro, y sin pensarlo dos veces me dirigí a las acogedoras albercas de agua termal que estaban como a cien metros de la cabaña que nos asignaron... No recuerdo haber esperado a mi hermano o haber avisado que iba hacia allá, me puse mi traje de baño y ¡al agua! seguro de que en el agua tibia y en el apacible silencio encontraría el descanso tan anhelado. Luego de meses de trabajos finales, exámenes y presiones, nada podía ser mejor...

Para llegar a las albercas había que cruzar la carretera vecinal que conducía a ese valle y a otros adyacentes; caminar un pequeño trecho empinado y subir por una saliente de la colina para al fin, dar con un terreno plano y asfaltado donde se habían construido las albercas en el sitio exacto del nacimiento del agua termal, proveniente del volcán Paricutín.

Cuando llegué al sitio había un hombre de apariencia extraña sentado en una silla, me extendió la mano y me cobró una “cuota de admisión” de cinco pesos. Yo sabía que esa zona turística estaba a cargo de comuneros de la región, así que no me quejé y pagué por usar las instalaciones... Una vez que deposite la moneda en las corrugadas manos del ejidatario, éste me miró fijamente y con voz cavernosa, profunda y fantasmal me dijo: “Bienvenido al infierno..,” Luego su cara cambió y el extraño brillo de sus ojos desapareció, enseguida completó la frase: “Digo, por el olor” En efecto, el agua sulfurosa despedía un hedor nauseabundo; pero estaba ansioso por descansar en los brazos del agua tibia mientras mis oídos recibían la melodía de los muchos pájaros que jugueteaban en las altas copas de los árboles.

Al cabo de media hora el sopor se apoderó de mí... no supe que ocurrió, a ratos parecía perder el conocimiento. La presencia del hombre en su silla, a la entrada de las albercas, no me importó en lo más mínimo, era como si no estuviera allí, como si todo a mi alrededor fuera una escafandra donde me guarecía de todo lo demás... Mi bienestar se terminó cuando fui importunado por una repentina sacudida y un molesto chapoteo que me despertó y obligó a abrir los ojos, era mi hermano, llegaba muy a su estilo, haciendo mucho ruido y rompiendo la paz que me rodeaba. Luego de él llegaron los niños, hijos de los matrimonios que nos acompañaban... De pronto todo aquel lugar se vio repleto, con risas y juegos por doquier; llegaron los adultos con sus pláticas y aparatos de sonido. Lo que había sido un apacible baño termal se hizo una romería prácticamente en un santiamén...

Obcecado por la bulliciosa interrupción de mi descanso, salí de la alberca y me sequé, seguro de regresar a la cabaña, allí me sentaría en el porche a leer algo o a tomar una bebida fría mientras la tarde se apagaba... No pude cumplir con mis planes, mi madre me llamó para participar en una conversación; le contaba a sus amigas de mi graduación del bachillerato, que si iba a estudiar medicina, derecho o periodismo, etc. Yo asentía con la cabeza a los comentarios, visiblemente impaciente; ¡ya ni siquiera podía escuchar el alegre canto de los pájaros! Como pude me escurrí hacía la cabaña, bajé la pequeña cuesta y crucé la carretera, no sin notar antes una presencia que literalmente me hizo estremecer. Pensé que eran los efectos de haber pasado casi una hora dentro de las tibias aguas, debía sentir frío, más aún en esas partes altas... pero no me estremecí de frío, si no por la visión que tuve; a la vera del camino me topé con una escena proveniente del averno... una ardilla devoraba furiosa a otra, pensé que era una rata, pero su cola y su pelaje no me dejaron dudar, era una ardilla con ojos llameantes, casi podría asegurar que eran rojos como la sangre... estaba devorando a una congénere más pequeña, con una saña y una rabia que no había visto jamás,  tal vez en algunos perros de pelea.. la escena me dio escalofríos pues se tornaba cada vez más agresivo el animal, tanto que, al sentirse observado, me miro con una fijeza aterradora, pensé que me iba a atacar... salí disparado rumbo a la cabaña con el fresco recuerdo de los ojos del fiero animal fijos en mí, con la sangre de la otra ardilla escurriendo por su hocico...

La tarde se hacía noche con colores pastel en el cielo y una brisa fresca que poco a poco se transformaba en frío. Yo estaba sentado en la escalinata de la cabaña, sostenía un libro pero no había podido leer ni una sola línea, la belleza del reflejo del cielo en el lago me tenía extasiado; en la orilla opuesta se levantaba una pared de pinos que cambiaba constantemente de color, a ratos eran verde brillante, a ratos se oscurecían un poco para quedar con un profundo verde botella... la imagen era de una perfección milagrosa. Acostumbrado a la vida en la ciudad aquello fue para mí una probada del paraíso; nunca había visto esos colores en el cielo, en la tierra y en el agua. El lago cristalino como un espejo, animaba más el entorno reflejando en sus aguas los cambiantes colores de la tarde. No quise distraerme con la lectura, no quería que nada me distrajera de aquel primor... Pero así fue, sentí una rabia inaudita cuando mi hermano llegó estrepitosamente, seguido por casi toda la gente que había estado en las albercas. Pronto se organizó una lunada en el frente de las cabañas, nos ordenaron buscar leña y encender una fogata...

La noche sería fría, así que el fuego nos ayudaría un poco con eso. Por eso no puse peros, me aboqué a cumplir con la tarea encomendada. No sé decir si fue por morbo o por qué razón, pero el primer lugar donde busqué leña fue donde horas antes había visto ese cuadro dantesco... La ardilla carnicera ya no estaba... en ese lugar encontré perfectamente limpios los huesos de la otra. Me asusté grandemente, la había dejado sin nada de carne, los huesos parecían haber sido hervidos. ¿Que animal puede tener esa ferocidad? Había oído que las hienas eran voraces, pero ¿una ardilla?

Esa noche me senté a la orilla del lago, lejos del bullicio en la fogata. Los amigos de mi padre conversaban de fútbol, las señoras de sus hijos y fruslerías del hogar. Los niños jugueteaban cerca del fuego... yo sólo contemplaba la luna y las estrellas, era una catarsis mayor, me sentía en contacto directo con la naturaleza... pero la belleza no siempre es buena, ni la maldad es siempre aberrante...

Un aullido lejano puso a todos en guardia. Los juegos de los niños se detuvieron y las platicas de los adultos se pararon en seco... en el repentino silencio se escucharon varios aullidos más, unos se percibían más alejados que otros. De las sombras que nos cercaban surgió el comunero, el anciano cuidador de las albercas. Se dirigió a mi padre con una voz tan peculiar que se me quedó grabada en la mente para siempre... “Las risas de los niños los ponen nerviosos... el fuego los enoja y la luna los llama...” Luego de nueva cuenta su rostro cambió, el brillo de sus ojos se apagó, como si recobrara la conciencia luego de hablar dormido... “Son coyotes de montaña, no están acostumbrados al ruido, se inquietan, pero no hacen nada, rara vez se acercan a la gente.., menos si hay fuego cerca.” Mi papá le ofreció una taza de café del que habíamos hecho en la fogata, el hombre se acercó una silla y se incorporó a la plática... el susto pasó, pero no así la inquietud del hombre, que constantemente le recomendaba a las mamás que los niños no se apartaran del fuego... y a los papás que no apartaran la mirada del bosque. A mí me llamó la atención cuando quise ir a sacar unos cigarros del coche: “...No se aparte del fuego joven.., mire que esos animales son bravos, son los dragones del bosque...” No le hice caso, la gente del campo a veces trata de intimidar al citadino con sus historias rurales...

Hoy sé, por muchas y muy buenas razones que no trataba de intimidarme... trataba de decirme algo que en ese momento no entendí. Muchos animales, y muchas cosas de aquel lugar no eran normales.

Cuando llegué al coche me senté en el sillón del conductor, encendí mi cigarrillo y busqué en el dial una estación de radio, pero sólo encontré estática; en esas alturas no iba a encontrar nada. Estaba distraído, no sé qué estaba buscando en la guantera del auto, estaba reclinado y algo del humo del cigarro se me metió a los ojos, borrando momentáneamente mi vista, luego de parpadear un par de veces mi vista se aclaró, sólo para toparme con otra visión que hasta la fecha me hace estremecer... delante de mí, entre la alta barrera de pinos y sombras, se erguían cinco bestias espantosas, eran lobos, o coyotes como nos había dicho el comunero, pero del doble de tamaño, perecían osos... sus hocicos estaban abiertos y chorreaban baba verdosa, por el frío de la noche también salía vapor de esas fauces de pesadilla... No hice nada, me quedé quieto y maldije un sin fin de veces. No podía moverme, me observaban con la curiosidad del cazador nato; sabía que si hacía cualquier movimiento brusco se abalanzarían sobre mí... No había visto jamás coyotes o lobos salvajes, los únicos que había visto en toda mi vida fueron en zoológicos y en programas de televisión. No pensé que fuera lógico que tuvieran ese tamaño... ni esos ojos amarillentos, cargados de fiereza no animal... más bien diabólica. Encendí las luces del auto casi por instinto... en un parpadeo las bestias desaparecieron.

No sé si mi rostro reflejaba el terror que había sentido, pero cuando al fin me decidí a volver al grupo, mi madre y una de sus amigas me preguntaron qué me había pasado... no les respondí, me dediqué a fumar nervioso, evadiendo sus preguntas.

La gente comenzó a retirarse, los niños se fueron quedando dormidos uno a uno, hasta que quedaron sólo las personas mayores. A medida que la noche se hacía adulta y el frío arreciaba se marcharon también las señoras. Una vez que nos quedamos los varones, me acerqué al comunero que platicaba afanosamente con mi padre y sus amigos; en un silencio solté la frase: “Los vi” el campesino no comprendió, “ qué, a quién vio joven...” no supe por qué pero sentí que su pregunta era más bien una evasiva... “...a los lobos, vi a los lobos o coyotes, lo que sean... eran enormes” El hombre me miró y con un profundo suspiro me respondió: “No pudo haberlos visto, quien los ve no vive para contárselo a nadie...” Mi padre prorrumpió: “¿son feroces, atacan a la gente..?” El campesino acomodó su sombrero y se envolvió en su gabán poniéndose en pie, luego atendió la pregunta de mi papá: “No, no matan a la gente, sólo... sólo digamos que la asustan hasta la muerte...” El hombre se despidió y se perdió entre las sombras. Todos nos quedamos pensando, lidiando con sentimientos encontrados; el escepticismo racional del citadino, contra los cuentos y supercherías del campesino.

Al cabo de un rato decidimos que era hora de ir a dormir, dejaríamos la fogata encendida hasta que se consumiera toda la leña... Sin mucha atención a las palabras del anciano, pero tomando las previsiones necesarias, todos acordamos atrancar bien las puertas y dejar a alguien haciendo guardia, sólo “por si acaso”. Yo me ofrecí...

I
En la penumbra...

...Y he aquí que escuché mi nombre susurrado en el viento. Mis bellos se erizaron y el miedo me paralizó de nuevo. No se escuchaba nada, la noche estaba quieta y silente. La luna se reflejaba en el lago... los altos pinos parecían soldados al servicio de la penumbra, al servicio de lo terrible que se guardaba tras ella.

De la fogata quedaba apenas un aura de cenizas al rojo blanco. Pude ver a lo lejos, en la orilla opuesta del lago, cómo correteaban las sombras, perseguidas por la plateada luz del satélite; corrían a guarecerse en la espesura del bosque... animadas por una fuerza maligna huían pero avanzaban, sigilosa y sutilmente hacía mí. La fogata no sería eterna, la noche aún era joven. ¿Arriesgarme a buscar leña? Su plan era obvio, no les corría prisa. Las bestias noctambulas saben esperar... Como arma no tenía más que un leño; ¿¡qué era eso en contra de sus enormes fauces!? ¡¿Cómo podrían darles algún tipo de resistencia mis manos débiles y mis torpes piernas de citadino?! Sólo me quedaba esperar. Allí, quieto en mi silla frente a un fuego moribundo; allí, sintiendo de cerca los pasos de las moradoras de la oscuridad... me resigné y esperé, abrazando fuertemente el madero que me serviría de tolete... El amanecer estaba aun muy lejos; las horas a las que debía enfrentarme apenas comenzaban. El desfile del infierno... El mismo lago pareció agitarse de repente, sus quietas aguas pronto fueron como las de un mar embravecido, levantando olas enormes, resoplando brisa hedionda hasta mí. El brillo de la luna se perdió en la turbulencia, y fue ahora que el lago cobró un intenso color verde o amarillo, no sé definirlo, la escena me impactó demasiado... Un helado viento fue y vino de las laderas de la montaña, golpeo y arqueó los altos pinos, bufando como una bestia incorpórea pero temible, inanimada pero latente... instintiva, pero racional; tanto para no resoplar demasiado al nivel del suelo, para no reavivar así el parco fuego que me cobijaba del frío... y de las sombras.

El terror fue grande cuando del lago se elevó una serpiente de agua, que fue como un inmenso remolino de furia... salió del agua, pensé que me tragaría, pero se estacionó frente a mí, como lanzando un reto... o haciendo una burla. El agua que se escurría del torrente apagó la fogata, quedando todo en la negrura más hiriente... Enseguida me vi rodeado de monstruos, apenas visibles con la poca luz de la luna, que alcanzaba a colarse por las repentinas nubes que cubrieron el cielo, y luego de que la serpiente de agua se incorporó de nuevo al lago... Instintivamente corrí al auto, tenía las llaves, podía encenderlo y salir despavorido de allí...

...Pero he aquí que cientos de criaturas me cerraron el paso. Ardillas de ojos llameantes y dientes afilados como agujas. Tejones con garras enormes, linces del tamaño de búfalos, serpientes con cola de escorpión, lobos del tamaño de osos... venados con la corpulencia de toros y con astas similares...

No pude más y rompí en llanto, no sabía que hacer; el terror segaba mis sentidos y ya sólo podía responder a mi instinto primario. Iba a gritar, ¡iba a suplicar ayuda! Pero me detuvo pensar en el bien de los demás, al menos las cabañas no estaban siendo atacadas por esas bestias que avanzaban en la penumbra.

Por encima del hombro pude ver que el lago era normal, calmo de nuevo, tenía todos los flancos cubiertos, excepto ese... corrí con todo el pavor del mundo, con el impulso boté una pequeña lancha que estaba encallada en un lodazal, me trepé como pude y remé como lo que ya era para ese momento, un loco, un enfermo de horror. Los aullidos y validos de las bestias a mi espalda me hicieron gritar al unísono, mis brazos se movían sin ritmo ni forma, sólo esperaba estar lo más lejos de la orilla para que no me cogieran; se escuchaban demasiado cerca, pero no lograron pescarme... Pero luego viene lo peor, una vez en el agua el lago volvió a agitarse, las aguas cobraron ésta vez un color anaranjado intenso; la pequeña embarcación daba tumbos como un velero en medio de la peor tempestad...

Luego todo estuvo más tranquilo, las aguas recobraron su color y su calma. Remé entonces con tranquilidad y hasta me tomé tiempo para respirar y enjugar mis lágrimas. Me quedaría en la parte central, lejos de cualquier orilla, ahí esperaría el amanecer... ¿Qué iba a decir? No me importaba en lo más mínimo... Por fin llegué al centro del lago, pasé unas marcas que indicaban que era la zona más profunda, ocho metros... allí cometí el más grande error en ésta aventura del demonio. Por curiosidad me asomé por la orilla del bote, la luna me permitiría ver la profundidad, siempre me gustó eso, ver como se pierde la luz en un lago o en el mar... vi unos rostros demenciales en el agua, mi sobresalto fue casi mortal, solté los remos y aullé de terror... Esos rostros susurraban mi nombre en la quietud de la noche; rostros grises, inexpresivos, pero guardando siempre un halo de maldad inenarrable... Caí de rodillas en el bote, desesperado por la visión y por haber soltado los remos... Del lago surgió un coro de risotadas cavernosas... No supe nada más, me desmayé al contemplar en el cielo un remolino oscuro directamente sobre mí, era inmenso, como el ojo de un huracán... el huracán de terror que viví esa noche.

Desperté en la mañana, mi hermano me sacudía impaciente: ¿qué onda, te quedaste dormido aquí en la lancha? Eché una rápida mirada, estaba en la orilla, todo estaba en perfecto orden, los pájaros trinaban en las copas de los árboles, los niños jugueteaban enfrente de las cabañas, las señoras preparaban el desayuno... Todos ajenos al horror que había vivido esa madrugada. Eran cerca de las diez cuando mi hermano me despertó... Todos se alistaban para salir ya que nos iríamos a otra parte del volcán, como a cinco kilómetros. El comunero había ido a ver a mi papá, muy temprano en la mañana, le comentó de un lugar más bello y con cabañas más baratas... y sin coyotes en los alrededores. Mi padre no lo pensó y decidió que esa tarde nos mudaríamos al otro sitio... Mi hermano volvió a sacudirme diciendo: “¡Ya despierta... que onda! ¿apoco dormiste bien en la lancha?” Hice un mohín cómico expresando ironía “¡...Sí, dormí muy cómodo, sólo que... tuve una pesadilla!”

       Es la primera y única vez que escribo algo al respecto...


        

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